Categorías
Historia Comercial

Ventaja Absoluta y Ventaja Comparativa

Autor: Isabel Avella Alaminos

A diferencia de otros términos económicos, la ventaja absoluta y la ventaja comparativa aparecieron tardíamente, entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, en los albores de la Economía como disciplina. Los dos se vinculan estrechamente entre sí y son la base, hasta nuestros días, de la explicación ofrecida por la teoría del comercio internacional sobre por qué se lleva a cabo el comercio exterior.

La palabra ventaja significa la “superioridad o mejoría de alguien o algo” o la “excelencia o condición favorable que alguien o algo tiene” con respecto a otra persona o cosa (RAE, 2014). Por ende, tanto la ventaja absoluta como la comparativa suponen una confrontación de la ganancia obtenida por un agente económico frente a otro al participar en el comercio exterior. La ventaja absoluta se refiere a la que un agente (persona, empresa o país) tiene frente a otro gracias a que, por su dotación de recursos, puede producir una mercancía con una menor cantidad de factores, esto es, con una mayor productividad. La ventaja comparativa alude a la diferencia entre los productores de un bien en función de su costo de oportunidad; se dice que uno la tiene en relación con otro cuando, incluso si no posee ventaja absoluta, “renuncia a una cantidad menor de otros bienes para producir el bien X”, es decir, “tiene el menor coste de oportunidad de producir ese bien” (Mankiw, 2004, pp.32-33) y, por tanto, le conviene especializarse en su elaboración y venta.

El principio de la ventaja absoluta -no así el término, que es posterior-, fue acuñado por Adam Smith en su obra Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776) para defender las bondades del libre comercio versus la teoría de la balanza comercial mercantilista que lo limitaba. Smith se refirió a las ventajas del comercio exterior sin adjetivos. A contrapelo de la aseveración mercantilista sobre que el fin de la balanza comercial era obtener la mayor cantidad de metales preciosos posible, Smith planteó un concepto distinto al señalar que: “Por ventaja o ganancia se ha de entender, en todo caso, no el aumento de la cantidad de oro y de plata, sino el valor anual de la tierra y del trabajo del país, o el aumento del ingreso de sus habitantes en el curso del año” (Smith, 1997 (or.1776), p.432). En otras palabras, la ventaja debía traducirse en el nivel de renta obtenido.

Adam Smith

En cuanto a la naturaleza de dicha ventaja, Smith afirmó: “Que sean naturales o adquiridas las ventajas que un país tenga sobre otro, no tiene importancia al respecto. Pero desde el momento que una nación posee tales ventajas y otra carece de ellas, siempre será ventajoso para ésta comprar en aquélla que producir por su cuenta” (Smith, 1997 (or.1776), p.404). De lo anterior se desprende que esta ventaja, natural o no, se da cuando una nación puede ofrecer alguna mercancía que otra nación no tiene, necesita o desea adquirir. De acuerdo con Smith, incluso si una nación se propusiera producir un bien para dejar de importarlo, tendría que sopesar la conveniencia o no de hacer a un lado las ventajas de la división del trabajo: “Es sólo una ventaja adquirida la que posee un artesano con relación al vecino que se ejercita en otro oficio, y ello no obstante encuentran que es más beneficioso para ambos comprarse mutuamente que producir artículos extraños a la respectiva actividad.” (Smith, 1997 (or.1776), p.404). Independientemente de ello, es importante señalar que el grado de ventaja obtenido dependía del tipo de mercancías intercambiado, “pues los habitantes del pueblo que sólo exportase productos nacionales lograrían una mayor ventaja” (Smith, 1997 (or.1776), p.433).

En su libro Principios de economía política y tributación (1817), David Ricardo sentó las bases para desarrollar un concepto complementario al de la ventaja absoluta: la ventaja comparativa. Curiosamente, en sus escritos Ricardo tampoco enunció esta palabra como tal, sino que se refirió a los costos y beneficios del comercio. Al razonamiento de Smith sustentado en la división del trabajo, Ricardo añadió, de manera implícita, la idea del costo de oportunidad (alternativo) de los intercambios, tomando el ejemplo de Portugal e Inglaterra con base en los datos imaginarios que aparecen en el siguiente cuadro:

Aun cuando en términos absolutos la producción de tejidos y vino era más barata en Portugal, Ricardo señalaba que “Aunque se fabricase el tejido con el trabajo de 90 hombres, sería importado de un país donde requiera el trabajo de 100, porque le sería más ventajoso emplear su capital en la producción de vino, con el cual obtienen más tejidos de Inglaterra de los que obtendría traspasando una parte de su capital del cultivo de los viñedos a la manufactura de tejidos.” Esto ocurría porque, como se desprende de los datos del cuadro, Portugal podía producir una cantidad dada anual de vino empleando 12.5% hombres / año menos que para producir una determinada cantidad de tejidos en el mismo periodo; por su parte, Inglaterra podía producir una cierta cantidad anual de tejidos usando 20% hombres /año menos que para producir su vino. De esta suerte, el intercambio exterior quedaba justificado en tanto constituyera una vía relativamente menos costosa que otras para adquirir una mercancía al aprovechar en la forma más eficiente el capital y el trabajo propios.

En la obra Los principios de economía política (1848), de John Stuart Mill, ya aparece explícitamente la adjetivación de “absolutos” y “relativos” para referirse a este análisis de costos planteado por Ricardo: “no es una diferencia en el costo absoluto de producción la que determina el intercambio, sino una diferencia en el costo comparativo” (Mill, 1885 (or.1848), p.441). Llegó incluso a mencionar la palabra ventaja comparativa como tal al decir que “el capital no utilizado en una industria en la que [Inglaterra] no tenía ninguna ventaja comparativa […] necesariamente sería empleado en las industrias en las que teníamos una ventaja” (Mill, 1885 (or.1848), p.451).

Mill añadió una precisión importante acerca del sentido del término comparativo al señalar que “se debe entender claramente que por la diferencia en costo comparativo nos referimos a la diferencia en el costo comparativo de producir dos o más artículos en el mismo país, y no a la diferencia de costo del mismo artículo en dos países comerciantes diferentes” (Mill, 1885 (or.1848), p.442). Asimismo, Mill vinculó explícitamente la noción de los costos comparativos con la productividad cuando afirmó: “[…] si dos países que comerciaran juntos intentaran, hasta donde fuera físicamente posible, producir ellos mismos lo que ahora importan del otro, el trabajo y el capital de ambos países no serían tan productivos […]” (Mill, 1885 (or.1848), p.447). De ahí que, a semejanza de Smith, Mill criticase el mercantilismo y postulase, a contrapelo de éste, que “la única ventaja directa del comercio exterior consiste en las importaciones […] La teoría vulgar desdeña este beneficio y considera que la ventaja del comercio reside en las exportaciones, como si no fuese lo que el país obtiene, sino de lo que se separa, por su comercio exterior, lo que constituye la ganancia de éste” (Mill, 1885 (or.1848), p.449).

Ahora bien, el uso de los términos absoluto y comparativo se circunscribió, en un primer momento, al ámbito teórico anglosajón. En su manual de 1870, el español Olivan apenas aludía a ventajas, sin distinguir las absolutas de las comparativas: “Como son distintos los climas en la superficie del globo, sus diversas producciones se permutan ventajosamente” (Olivan, 1870, p.88). Más aún, su uso en la prensa fue esporádico y aludió a otras temáticas, como a las ventajas comparativas en el contexto militar (La Voz de México, 10/VII/1886, p.1), o a las absolutas en los terrenos jurídico (Periódico Oficial del Estado de Oaxaca, 16/II/1907, p.4) y deportivo (El Tiempo, 3/I/1909, p.3), evidencia de que la discusión sobre las ventajas comerciales no trascendía aún las fronteras de la discusión especializada.

Asimismo, pese a que Mill había usado ya el término de ventaja comparativa, en la literatura anglosajona continuó utilizándose, con frecuencia, la noción de costos. Verbigracia, si bien en su manual de comercio internacional publicado en 1929 el estadounidense Taussig tituló a su capítulo 16 “Ventajas comparativas y tarifas proteccionistas en los Estados Unidos”, distinguió tres tipos de casos a los que dedicó sus tres primeros capítulos: “(1) diferencias absolutas en costo; (2) diferencias iguales en costo; (3) diferencias comparativas en costo” (Taussig, 1929, p.3). Taussig definió la segunda categoría como aquélla en la que “la efectividad del trabajo es mayor” y “en igual grado” (Taussig, 1929, p.5) en la producción de dos mercancías dadas en dos países distintos, como se aprecia en el ejemplo del siguiente cuadro, donde Estados Unidos era 50% más eficiente en la producción de cobre y lino.

También vale la pena advertir que Taussig diferenció el tipo de ventajas absolutas presentes en las naciones tropicales y templadas, aseverando que “El tropical tiene una ventaja absoluta, a causa de sus condiciones climáticas, en varios productos; los países de la zona templada, y en especial aquéllos de la cultura europea, tienen, de manera similar, una ventaja absoluta, aunque descansando quizá no tan preponderantemente en causas físicas” (Taussig, 1929, p.17).

En el marco de los debates sobre el desarrollo y el subdesarrollo económicos de la segunda mitad del siglo XX, la distinción con respecto a qué ventajas comerciales tenían qué países revivió una vieja idea sobre la idoneidad de exportar manufacturas que, por ejemplo, recomendaba ya un manual de principios del siglo XIX cuando decía que: “se elija el [bien] mas útil y ventajoso, en cuanto sea posible, no exportando las primeras materias, de que abunde el país, sino trabajándolas y manufacturándolas, para sacarlas y venderlas después al extranjero, a fin de que las entradas sean las mayores posibles” (Genovesi, 1804, tomo 2, p.71). Así, las bondades del comercio exterior fueron cuestionadas a la luz de la posición negativa de los países exportadores de materias primas en la división internacional del trabajo. A finales de los años sesenta, el economista peruano Virgilio Roel apuntó, en referencia al clásico ejemplo dado por David Ricardo sobre el comercio Portugal-Inglaterra: “Portugal ‘creyó’ en esa argumentación y hoy es el país más pobre de Europa”. En torno a la insistencia de los teóricos anglosajones en las ventajas comparativas del comercio exterior, aseveró, además, que “la explicación de esta teoría a los países subdesarrollados frente a los desarrollados, conduce a la conclusión de que los primeros deben seguir insistiendo en producir los mismos bienes primarios de siempre […]” (Roel, 1969, p.2).

Flx.Flx (2009) República bananera. Nicaragua.

Para los años setenta del siglo XX, Torres Gaytán recuperaba cuatro tipos de ventajas comerciales: las diferencias absolutas de costos; los costos comparativos o relativos; las diferencias iguales de costos y la ventaja incomparable. En contraste con las diferencias absolutas de costos en las que dos países producían la misma mercancía, pero uno de ellos con ventaja absoluta de costos sobre el otro, la ventaja incomparable se presentaba “Cuando el país A produce un artículo que no produce el país B y éste produce otro artículo que no produce A y se establece intercambio entre ellos, el comercio surge debido a la carencia de la otra mercancía en cada país” (Torres Gaytán, 2003 (or.1972), p.81).

Fue en las últimas décadas del siglo XX cuando la utilización de los términos ventajas absoluta y comparativa alcanzó su clímax en el marco de los inicios de la globalización actual. Ya en la década de 1980, además de las variantes hasta aquí referidas sobre ventajas comerciales, se usaba el término ventaja competitiva, como en el texto “Esencialmente, los derechos compensatorios están destinados a contrarrestar la ventaja competitiva de que se benefician las exportaciones subvencionadas” (Acuerdo General de Aranceles y Comercio, 1990, p.31). Un diccionario la define como la que obtiene una empresa -o, podríamos añadir un país, como en la cita anterior- “cuando los competidores renuncian a tratar de imitar o copiar la estrategia que está aplicando” (Rodríguez, 2009, p.114). Empero, la acepción de este término es variable porque en otro diccionario reciente se le define como las ventajas “que no provienen de la dotación específica de recursos naturales de un país o de otros factores semejantes, sino de las habilidades y la tecnología que se incorporan a los procesos productivos” (Sabino, 1994, p.287).

BASF (2019) Digitalización en una planta productiva en Ludwigshafen.

Palabras relacionadas: ganancia, productividad, costo de oportunidad, recursos, trabajo, costos relativos, competencia.

Vínculos de interés:

“Absolute Advantage” (video) [2021] en Investopedia, https://www.investopedia.com/terms/a/absoluteadvantage.asp [Consulta: 25/X/21].

“Absolute vs. Comparative Advantage: What’s the Difference?” (video) [2020] en Investopedia, https://www.investopedia.com/ask/answers/033115/what-difference-between-comparative-advantage-and-absolute-advantage.asp [Consulta: 25/X/21].

“Ventaja comparativa y ventaja absoluta” (video) [s.f.]. California, Khan Academy,

https://es.khanacademy.org/economics-finance-domain/microeconomics/basic-economic-concepts-gen-micro/comparative-advantage-and-the-gains-from-trade/v/comparative-advantage-and-absolute-advantage [Consulta: 25/X/21].

Bibliografía

Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) (1990) Noticias del Uruguay Round. Ronda de negociaciones comerciales multilaterales. Ginebra, División de Información y Relaciones de la Prensa del GATT Acuerdo General, de Aranceles Aduaneros y Comercio, julio. Disponible en Sitio Organización Mundial de Comercio https://docs.wto.org/gattdocs/s/UR/NUR/UNNUMBERED199007.pdf  [Consulta: 25/X/21].

Genovesi, Antonio, Abate (1804), Continuación de la primera parte de las lecciones de comercio o bien de economía civil, trad. Victorian de Villava, Madrid, Imprenta de Don José Collado, tomo 2º. Disponible en: https://digibug.ugr.es/handle/10481/7690 [Consulta: agosto de 2021].

Mankiw, N. Gregory (2004) Principios de Economía. 3ª edición, Madrid, McGraw-Hill / Interamericana.

Mill, John Stuart (1885 (or.1848)), The Principles of Political Economy. Nueva York, D. Appleton and Company. Disponible en: Sitio The Project Gutenberg EBook, https://www.gutenberg.org/files/30107/30107-pdf.pdf [Consulta: 25/X/21].

Real Academia Española (RAE) (2014) Diccionario de la lengua española, Edición del Tricentenario. Disponible en: https://dle.rae.es/ [Consulta: 25/X/21].

Ricardo, David (2003 (or.1817)), Principios de economía política y tributación. Estudio preliminar de John Reeder, trad. Paloma de la Nuez y Carlos Rodríguez Braun, Madrid, Ediciones Pirámide. Disponible en: Sitio Universidad del País Vasco

http://www.ehu.eus/Jarriola/Docencia/EcoInt/Lecturas/David%20Ricardo_Principios_VII_Comercio%20exterior.pdf [Consulta: 5 de agosto de 2021].

Rodríguez, Carlos E. (2009) Diccionario de economía etimológico, conceptual y procedimental. Edición especial para estudiantes. Mendoza, s.e. Disponible en: Sitio Eumed https://www.eumed.net/diccionario/dee/dee.pdf [Consulta: 5 de agosto de 2021].

Roel, Virgilio (1969) “Regiones marginadas. Desarrollo equilibrado” en Heraldo de México, Los Ángeles, 7 de marzo, p.2 [Publicado originalmente en El Comercio, Lima]. Disponible en: Base de datos Hispanic American Newspapers 1806-1980 en BIDI UNAM https://bidi.unam.mx/ [Consulta: 5 de agosto de 2021].

Sabino, Carlos (1991) Diccionario de economía y finanzas. Trad. Adriana Toro Vásquez, Caracas, Panapo. Disponible en: Sitio Universidad Francisco Marroquín http://paginas.ufm.edu/SAbino/ingles/book/diccionario.pdf [Consulta: 5 de agosto de 2021].

Smith, Adam (1997 (or.1776)) Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. México, Fondo de Cultura Económica.

Taussig, F.W. (1929) International Trade. Nueva York, The MacMillan Company. Versión electronica: Disponible en: Sitio Internet Archive

https://archive.org/details/internationaltra032775mbp, [Consulta: 5 de agosto de 2021].

Torres Gaytán, Ricardo (2003 (or.1972)) Teoría del comercio internacional. 14ª ed, México, Siglo Veintiuno Editores.

Acerca de la autora

Isabel Avella Alaminos. Doctora en Historia (2006) por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Realizó una estancia posdoctoral en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM (2007-2009). Profesora de tiempo completo definitiva en el Departamento de Historia del Sistema Universidad Abierta y Educación a Distancia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación son la historia del comercio exterior de México en el siglo XX y la historia de la historia económica.

Categorías
Historia Comercial

Balanza comercial

Autora: Isabel Avella Alaminos

La palabra balanza entendida como “dos platos distantes en fiel y en equilibrio” (Covarrubias, 1611, p.270) supone una comparación entre dos elementos y, como señalaba un manual del siglo XIX, “según su acepción económica es el resultado de la comparación del valor que tienen los productos del trabajo de un país y del valor de lo que consume su población” (Ganilh, 1854, p.70). En tanto, comercio es un intercambio o compra-venta de mercancías (RAE, 2014). De esta suerte, el término balanza comercial o de comercio (balance of trade, en inglés) alude al “Estado comparativo de la importación y exportación de artículos mercantiles en un país” (RAE, 2014); es decir, se trata de un registro de las mercancías adquiridas (importaciones) y vendidas (exportaciones) por un país en el exterior. Es importante subrayar que, aun cuando la palabra mercancía abarca, en principio, a bienes y servicios, la balanza comercial se refiere, concretamente, al intercambio de bienes.

La utilización del término se remonta al siglo XVII, cuando los mercantilistas desarrollaron la teoría de la balanza de comercio, cuya base era la idea de que el nivel de riqueza de una nación podía modificarse a través de los flujos del comercio exterior. Como, según los mercantilistas, la riqueza existente, traducida en una cantidad de metales preciosos dada, era fija, si una nación quería incrementarla debía elevar el valor monetario de sus exportaciones y disminuir el de las importaciones: “[…] cuando prevalecían las primeras, era favorable la balanza, y el comercio se consideraba activo; cuando sobrepujaban las segundas, balanza adversa y comercio pasivo. El hecho es que la importación equivale a la exportación.” (Olivan, 1870, p.90) Este planteamiento mercantilista fue el punto de partida de la evolución posterior del término.

En el siglo XIX el uso de la palabra tuvo un alcance espacial diferenciado. En algunas ocasiones estuvo asociado al análisis de la situación comercial de una unidad geográfica regional distinta a la de un país; así, por ejemplo, en el Estado de México se estableció una Dirección general de rentas y se estipuló que “La dirección formará anualmente la balanza de comercio […]” (El Sol. Post nubila Phoebus, 24/VII/1830, p.1), en referencia a los intercambios locales. En el otro extremo, se habló de la balanza más allá de un solo país, como en el título “La balanza de comercio entre las Américas” (La Iberia: diario de la mañana, 24/IV/1910). Incluso se llegó a plantear la existencia de una balanza comercial global, como sucedió en una publicación latinoamericanista cuando se decía, a propósito de Colombia: “En sentido económico necesitamos levantarnos, pensar en que existe la balanza comercial del mundo en la cual nos está correspondiendo la parte más desgraciada y ser potencia productora.” (Revista Latino-Americana, 30/VII/1900, p.980).

Sin embargo, el término refirió, por lo regular, al comercio exterior de un país con otro o con el resto del mundo -vgr., la balanza de comercio exterior de México de 1887-88 (El Economista Mexicano, 18/I/1890, p.320)- y su uso se relacionó con la discusión teórica sobre su alcance conceptual y utilidad en materia de política económica.

En cuanto a su alcance, fueron recurrentes las críticas a las limitaciones que había para calcular la balanza de comercio. Por ejemplo, el autor de un manual del siglo XIX se preguntaba: “¿Cómo y sobre qué bases se ha de establecer el valor de los productos extranjeros? ¿Por lo que ha costado el producirlos, por lo que valen en el mercado interior, o por lo que valdrán vendidos en mercado extranjero? […] Las mismas dificultades se presentan para valuar las importaciones.” (Ganilh, 1854, pp.71-72). Un semanario de la época señalaba a propósito de ello, que el concepto no tomaba en cuenta elementos como la reexportación que podían “modificar en sentido inverso el resultado del parangón que se establece entre las importaciones y las exportaciones.” (Semana Mercantil, 12/I/1890, p.568). Por añadidura, en otro texto se afirmaba que la balanza “[…] carecía de exactitud, porque ni podía comprender los valores remitidos por letras de cambio, ni otras prestaciones privadas, ni tampoco los movimientos clandestinos del contrabando.” (Olivan, 1870, p.91).

Con respecto a su utilidad, la transformación del término en el contexto del siglo XIX se vinculó con la idea del proteccionismo para desarrollar la economía propia, en contraposición con el libre comercio postulado por Adam Smith. Así, un manual de mediados de siglo precisó que la diferencia entre el sistema de balanza comercial antiguo, es decir, mercantilista, y el moderno, era “que el antiguo sólo tendía a acumular en la nación oro y plata, y el moderno a que todo se produzca dentro del país para que no dependa de los extraños.” (Anónimo, 1845, p.135). En este sentido, el economista germano List preguntaba, dirigiéndose a quienes afirmaban que la balanza de comercio era una falacia: “¿Cómo es que una balanza de comercio decidida y continuamente desventajosa ha estado siempre y sin excepción acompañada […] por crisis comerciales internas, revoluciones en precios, dificultades financieras, y quiebras generales […]?” (List, 1909 (or.1841), p.206).

Sin embargo, con la difusión de la economía liberal se fue abriendo camino la certeza de que el canon mercantilista debía, cuando menos, matizarse. Sobre “la política de lograr una ‘balanza de comercio’ favorable mediante el incremento de las exportaciones y la disminución de las importaciones, suponiendo así que la ganancia en el comercio internacional no era mutua”, John Stuart Mill asentó que el error era suponer que una nación podía comprar sin vender y en ignorar que el dinero era un instrumento, no el fin de la economía (Mill, 1885 (or.1848), p.11). En apoyo a estas ideas, un semanario comentó: “el fenómeno que ofrece Inglaterra desde hace más de medio siglo, con un exceso enorme de importaciones sobre exportaciones, derriba y nulifica la idea de que un pueblo, para florecer, necesita equilibrar el balance de su comercio exterior.” (Semana Mercantil, 12/I/1890, p.568). Más aún, una revista afirmaba, categóricamente, que “La Balanza de Comercio dio origen a absurdos tratados diplomáticos, a guerras muy sangrientas, al desprestigio de todas las industrias y a conflictos muy graves y constantes entre la libertad natural del trabajo y las restricciones que imponía el sistema de la Balanza.” (Revista Financiera Mexicana. Semanario estadístico, comercial e industrial, 24/I/1890, p.1).

Durante la primera mitad del siglo XX la acepción de la balanza comercial continuó siendo motivo de debates sobre su pertinencia y utilidad. Una publicación temprana sostenía, por ejemplo: “Mientras los Gobiernos sólo piensan en cerrar las compuertas aduaneras, para que la balanza comercial no les resulte contraria, el socialismo científico demuestra que tal pretensión es insensata […]” (“El problema de la carne”, El Progreso de México, 8/X/1910, p.438). Por su parte, un diario observó que una balanza comercial favorable no necesariamente garantizaba el equilibrio monetario: “Llama poderosamente la atención que, siendo la balanza comercial favorable a México en una proporción igual a casi el doble de nuestras importaciones, el oro tenga descuento contra los dólares, explicándose esa situación anómala por el hecho de que el importe de muchas de nuestras materias primas queda en el exterior.” Esto mostraba que los efectos de la balanza no sólo dependían del monto exportado, sino del perfil de las exportaciones (El Heraldo de México, 3/IX/1920, p.4).

En la misma línea crítica de pensamiento, en su monumental estudio sobre el mercantilismo, Eli Heckscher afirmó acerca de la teoría de la balanza de comercio: “sería fácil encontrar un sustento sólido contra su creencia [la de quienes abogaban por la balanza de comercio] en la efectividad de tal política -que no es infrecuentemente defendida por autores modernos también- […].” (Heckscher, 1935 (or.1931), vol.II, p.181). Por añadidura, Heckscher hizo hincapié, una vez más, en las implicaciones monetarias de la noción de balanza comercial, evidenciando sus limitaciones como instrumento equilibrador: “ellos [los mercantilistas] concluían que el excedente de importaciones o exportaciones necesariamente conducía a una transferencia de tantos metales preciosos como correspondiera con la balanza […] la debilidad central de este argumento es que no prestaron atención a las repercusiones del equilibrio del tipo de cambio y su efecto indirecto en la balanza de comercio misma […]. El tipo de cambio no necesariamente tiene conexión con el contenido metálico de las monedas.” (Heckscher, 1935 (or.1931), vol.II, pp.255-256).

Con todo, la impronta mercantilista siguió aflorando en forma recurrente. Por ejemplo, en un informe se asentó que “Los valores que mejor sirven para marcar el estado de los negocios de un país considerado en conjunto y en sus relaciones con los demás, son los de importación y exportación, verdaderos índices de la balanza comercial […]” (Periódico Oficial del Estado de Nayarit, 21/X/1920, p.5). Poco más de una década después, John Maynard Keynes revaloró de nueva cuenta la noción de balanza comercial al vincularla con las oportunidades de inversión de una economía: “Cuando el volumen de inversión total está determinado sólo por el deseo de ganancia, […] la magnitud de la inversión exterior estará necesariamente determinada por el volumen de la balanza favorable de comercio.” (Keynes, 1965 (or.1936), p.298). Con base en dicho argumento, Keynes afirmó que dirigía su crítica “[…] contra lo inadecuado de los fundamentos teóricos de la doctrina del laissez-faire […] contra la idea de que la tasa de interés y el volumen de inversiones se ajustan automáticamente al nivel óptimo, de manera que preocuparse por la balanza comercial sea perder el tiempo […].” (Keynes, 1965 (or.1936), pp.300-301). El eco de estas ideas resonaba todavía años más tarde en el titular “México debe adoptar una política económica que beneficie al país. El progreso de la nación depende del equilibrio de la balanza comercial” (La Prensa, 14/V/1959).

Empero, conforme avanzó el siglo XX se consideró a la balanza comercial, cada vez más, como uno entre varios balances de las diversas transacciones de un país con el exterior; así, en alusión al turismo, el articulista de un diario apuntaba a finales de los años treinta: “En los momentos difíciles, sus ingresos hacían vacilar el platillo poco cargado de nuestra balanza comercial” (León, Paul, La Prensa, 6 de noviembre de 1937, p.3). El turismo, por tanto, podía hacer contrapeso a una balanza comercial desfavorable.

De hecho, ya para la segunda mitad del siglo XX la noción de balanza comercial quedó subordinada, en definitiva, al concepto más general de balanza de pagos, que se convirtió en un indicador de primera importancia tras los acuerdos de Bretton Woods. En su manual sobre comercio internacional, el economista mexicano Torres Gaytán dedicó el punto número dos del tema “Estructura de la balanza de pagos” a la balanza de comercio o comercial, que forma parte de la cuenta corriente y “enumera y cuantifica el valor monetario de la totalidad de las compras y las ventas únicamente por las mercancías que un país intercambió con el exterior. Dicha evaluación se refiere siempre a un período determinado, generalmente un año” (Torres Gaytán, 2003 (or.1972), p.206). Aunque, en principio, esta definición abarcaba todas las mercancías, entendidas como bienes, el propio Torres Gaytán advertía que “Los renglones incluidos dependen del criterio que cada país adopte. Entre los renglones que están sujetos a criterios especiales pueden señalarse los siguientes: […] la compraventa de embarcaciones, la compraventa de oro y plata procedente de la actividad minera nacional, el contrabando, los envíos postales, la compraventa de gas y de energía eléctrica entre países limítrofes” (Torres Gaytán, 2003 (or.1972), p.207), entre otros, de manera que el contenido del término era y sigue siendo variable.

En suma, el término de balanza comercial ha pasado de ser un elemento asociado, en primera instancia, a medidas comerciales de corte mercantilista, a convertirse en una palabra técnica que refiere únicamente al saldo del valor importado contra el exportado, traducido en una ecuación contable que “puede ser interpretada como la igualdad, para cada país, entre el valor de sus importaciones y el valor de sus exportaciones cuando ambos son evaluados al nivel dado de precios internacionales”, en la que “la balanza de comercio siempre se balancea” (Gandolfo, 2014, p.46).

Palabras relacionadas:

exportaciones, importaciones, exportaciones netas, mercantilismo, proteccionismo, contrabando, balanza de pagos.

Vínculos de interés:

“Balanced Trade” (video) [2021], en Investopedia, https://www.investopedia.com/terms/b/balanced-trade.asp [Consulta: 25/X/21].

Banco de México- Sistema de Información Económica, “Balanza comercial de mercancías de México” https://www.banxico.org.mx/SieInternet/consultarDirectorioInternetAction.do?sector=1&accion=consultarCuadroAnalitico&idCuadro=CA176&locale=es [Consulta: 25/X/21].

INEGI, “Balanza comercial”, https://www.inegi.org.mx/temas/balanza/ [Consulta: 25/X/21].

Hemerografía:

El Economista Mexicano

Periódico Oficial del Estado de Nayarit

La Prensa

El Progreso de México

Revista Financiera Mexicana. Semanario estadístico, comercial e industrial

Revista Latino-Americana

Semana Mercantil

El Sol. Post nubila Phoebus

Bibliografía:

Anónimo (1845), Manual completo de economía política extractado de los mejores autores por un abogado del ilustre Colegio de Madrid. Madrid, Imprenta de D. Severiano Omaña.

Covarrubias Orozco Sebastián de (1611) Tesoro de la lengua castellana, o española. Compuesto por el licenciado Don Sebastian de Cobarrubias Orozco, capellán de su magestad, maestrescuela y canónigo de la Santa Iglesia de Cuenca, y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición. Dirigido a la Magestad Catolica del Rey Don Felipe III. Nuestro señor. Madrid, Luis Sánchez Impresor. Disponible en: Sitio Internet Archive, https://archive.org/details/A253315/page/n201/mode/2up. [Consulta: abril de 2021].

Gandolfo, Giancarlo (2014) International Trade Theory and Policy. 2 a ed., Berlín, Springer (Springer Texts in Business and Economics), DOI 10.1007/978-3-642-37314-5.

Ganilh, Mr. antiguo diputado [francés] (1854) Diccionario analítico de economía política. Trad. D. Juan Díaz de Baeza, Madrid, Imprenta de D. Francisco Pascual. Heckscher, Eli F. (1935 (or.1931)) Mercantilism. Trad. Mendel Shapiro, Londres, George Allen & Unwin LTD, 2 vols. Disponible en: Vol I: https://archive.org/details/in.ernet.dli.2015.73610/page/n3/mode/2up y Vol II: https://archive.org/details/in.ernet.dli.2015.216108/page/n5/mode/2up [Consulta: abril de 2021].

Keynes, John Maynard (1965 (or.1936)) Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. 7ª ed., trad. Eduardo Hornedo, México, Fondo de Cultura Económica.

Mill, John Stuart (1885 (or.1848) The Principles of Political Economy. Nueva York, D. Appleton and Company. Disponible en: The Project Gutenberg EBook, https://www.gutenberg.org/files/30107/30107-pdf.pdf [Consulta: 5/VII/21].

Olivan, Alejandro (1870) Manual de economía política. Madrid, Imprenta de Anoz. Disponible en: Sitio Internet Archive https://archive.org/details/BRes101352 [19/III/21].

Real Academia Española (RAE) (2014) Diccionario de la lengua española, Edición del Tricentenario. Disponible en: https://dle.rae.es/ [Consulta: 5/VII/21].

Torres Gaytán, Ricardo (2003 (or.1972)) Teoría del comercio internacional. 14ª ed, México, Siglo Veintiuno Editores.

Acerca de la autora

Isabel Avella Alaminos

Doctora en Historia (2006) por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Realizó una estancia posdoctoral en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM (2007-2009). Profesora de tiempo completo definitiva en el Departamento de Historia del Sistema Universidad Abierta y Educación a Distancia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación son la historia del comercio exterior de México en el siglo XX y la historia de la historia económica.

Categorías
Historia Comercial

Contrabando

Autora: Isabel Avella Alaminos

La palabra contrabando significa en contra del bando, siendo bando una disposición de la autoridad. Cuando el término apareció por primera vez en 1729 en un diccionario hispano, se le definió como “Contravención de alguna cosa que está prohibida por bando, publicado a voz de pregonero”, aunque enseguida se incluyó otra acepción referida al comercio exterior: “Mercadería, ropa o géneros de contrabando. Se llama así todo lo prohibido de introducir en estos Reinos, por ser de Países enemigos, con los cuales está cerrado el comercio” (RAE, 1729, Tomo II). Este último significado es la base de la definición actual de la RAE, según la cual el contrabando es la importación o exportación ilícita de mercancías (RAE, 2014).

A finales del siglo XVIII el estudioso Cesare Beccaria intentó teorizar, por primera vez, en torno al contrabando en su artículo “Tentativo analítico sui contrabbandi” (Beccaria, 1821 (or.1764)). Ya en el siglo XIX, la palabra se empleó con frecuencia en la prensa; incluso se le incluyó en contratos de concesiones a compañías (Archivo Mexicano, tomo I, núm.3, 1/XII/1852, p.219). Empero, estuvo casi ausente de los diccionarios y manuales de Economía; así, en su manual de más de 800 páginas, John Stuart Mill sólo hizo dos menciones a contrabando y contrabandistas (Mill, 1885, pp.639 y 692).

Ahora bien, el término experimentó algunos cambios en el curso del siglo XIX. Al iniciar dicha centuria se hacía referencia al contrabando en el contexto de las guerras napoleónicas (Gazeta del Gobierno de México, 17/VIII/1810, tomo I, núm.89, p.661), aunque en general la discusión se centró en el contrabando cotidiano. Aun cuando en México se usó más frecuentemente para aludir a la importación de contrabando, en especial en la frontera norte (El Siglo Diez y Nueve, 17/I/1872, p.1), también se empleó para hablar de las exportaciones ilegales de metales preciosos (El Partido Liberal, 30/III/1892, p.2).

Asimismo, en virtud de la magnitud del fenómeno, lo que se entendía por contrabando tendió a ampliarse con el fin de abarcar sus distintas aristas. Verbigracia, en México un decreto presidencial dispuso que la “sola desviación” de la ruta asentada en la guía de navegación “se considerará como caso de contrabando” (La Voz de México, 12/I/1872, p.1). Para finales del siglo XIX en la legislación aduanera mexicana se consideró que el contrabando existía: “[…] Cuando [mercancías, transportes y transportistas] se encuentren fuera de la ruta indicada en el documento que las ampare. […] hayan traspasado el punto de su destino. […] transiten sin el documento aduanal correspondiente. […] los documentos que las amparen tengan un origen fraudulento” (Periódico Oficial del Gobierno del Estado Libre y Soberano de Campeche, 2/I/1892, p.2).

La valoración subyacente a la noción de contrabando tendió a ser negativa, al asociarse con el fraude y las prácticas inmorales; en un artículo se decía que, además de los bárbaros, el segundo mal mayor del estado de Chihuahua era “el del contrabando, que destruye el comercio de buena fe […] ese cáncer que todo lo carcome” (El Siglo Diez y Nueve, 4/VI/1852, p.1). Al mismo tiempo, se le consideró un resultado lógico del proteccionismo arancelario: “el contrabando es, por la naturaleza de las cosas y especialmente en países como México, que se prestan grandemente a él, el regulador de los derechos prohibitivos o exageradamente altos” (El Economista Mexicano, 16/I/1892, p.288). Incluso el economista germano Friedrich List, defensor del proteccionismo, apuntó que los artículos de lujo merecían la menor protección “porque los altos derechos protectores sobre estos artículos pueden ser evadidos fácilmente mediante el contrabando”. (List, 1909 (or.1841), p.220). Por su parte, un artículo estadounidense fue más allá en sus reservas al aseverar: “Es en verdad un capricho bastante hostil en una nación, el de perseguir el contrabando” (citado por La Lima de Vulcano, 10/X/1835, p.1).

Al despuntar el siglo XX la acepción de contrabando de guerra volvió a las primeras planas de los diarios, por ejemplo, a propósito de la guerra ruso-japonesa (El Economista Mexicano, 29/VII/1904, p.2), las dos guerras mundiales (El Demócrata: diario constitucionalista, 28/I/1916, p.2 y El Heraldo de Brownsville, 14/I/1940, p.1) y a raíz de la Ley seca estadounidense (1920-33), como se evidenció en títulos como “Un contrabando de licor decomisado en Nuevo Laredo” (La Prensa, 22/I/1933, p.1). Más allá de estas coyunturas, la noción de contrabando como práctica cotidiana siguió presente. El fenómeno estaba tan extendido, que en algunos textos se denominó al contrabando como una industria en sí misma; por ejemplo, en el caso de una población en Gibraltar, España, se aseveró: “La principal industria de esta ciudad es el contrabando” (El Diario del Hogar, 12/IV/1904, p.1).

Entre los años sesenta y setenta del siglo XX, en el marco de las teorías sobre el desarrollo de la segunda posguerra, el término pasó, finalmente, de la prensa a las discusiones académicas, en donde continuó el debate en torno a los beneficios y perjuicios económicos del contrabando. En una revista mexicana se recuperó la idea de que “el contrabando se debe a que reporta ventajas porque con los mismos recursos pecuniarios se compra más en el extranjero que en el país, o porque aquéllos resultan de mayor bondad que éstos” (Revista de Comercio Exterior, abril de 1968, pp.304-306). Por su parte, Bhagwati y Hansen, quienes propusieron un primer modelo para analizar el contrabando en la teoría del comercio internacional, iniciaron su estudio afirmando que, dada la magnitud del fenómeno en algunos países subdesarrollados, “[…] Hay la necesidad, por tanto, de mirar al contrabando no sólo como un problema moral y legal, sino también como un fenómeno puramente económico” (Bhagwati y Hansen, 1973, p.172) En este texto y en las discusiones subsecuentes, la noción de contrabando se conectó, positiva o negativamente, con las de aranceles, bienestar y términos de intercambio, como se advierte en el siguiente pasaje: “El contrabando es análogo a admitir un ‘país socio’ como importador a un costo mayor al del ‘país exterior’; el contrabando, por tanto, supone una pérdida en los términos de comercio, pero la ganancia en la producción y el consumo pueden contrarrestar esta pérdida […] Así, no podemos decir en general si el contrabando incrementa el bienestar o no en comparación con el comercio legal con el arancel” (Bhagwati y Hansen, 1973, p.175).

Para la década de 1990 las discusiones teóricas dieron lugar a un abanico más amplio de variantes de la palabra contrabando para precisar sus distintos matices; por ejemplo, el uso de “contrabando camuflado” para referirse al realizado por algunos agentes del comercio legal que vendían mercancías legales e ilegales a la par, así como a “pesar mal o facturar mal las importaciones para evitar derechos aduanales” (Thursby, Jensen y Thursby, 1991, pp.790-791). En el mismo sentido, otro autor afirmó con posterioridad que “en la realidad hay muchas otras formas de transacciones ilegales en el comercio internacional que podrían ser definidas como ‘casi-contrabando’. Por ejemplo, sobre o sub-facturación en el curso de transacciones, independientemente de ello, legales” (Gandolfo, 2014, p.154). Sin duda, este interés por dar un nombre específico a las diversas modalidades del contrabando da cuenta de la vigencia del fenómeno.

Palabras relacionadas:

aduanas, arancel, proteccionismo, prohibición, industria, bienestar, costos, términos de intercambio, corrupción.

Vínculos de interés:

(2005) América Latina en la Historia Económica. Dossier temático: contrabando, número 24, julio-diciembre, http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1405-22532005000200006 [Consulta: 26/X/21].

Andreas, Peter (Brown University), A History of Smuggling in American (video) , en Oxford University Press’s Academic Insights for the Thinking World (blog) https://blog.oup.com/2013/02/smuggling-american-history/ [Consulta: 26/X/21].

Hemerografía:

Archivo Mexicano

Boletín del Ministerio de Hacienda

Gazeta del Gobierno de México

El Demócrata: diario constitucionalista

El Diario del Hogar

El Economista Mexicano

El Heraldo de Brownsville

La Lima de Vulcano

El Partido Liberal

Periódico Oficial del Gobierno del Estado Libre y Soberano de Campeche

La Prensa

Revista de Comercio Exterior

El Siglo Diez y Nueve

La Voz de México

Bibliografía:

Bhagwati, Jagdish y Bent Hansen (1973) “A Theoretical Analysis of Smuggling”, en The Quarterly Journal of Economics, vol.87, núm.2, mayo, pp.172-187. Disponible en: base de datos JStor https://www.jstor.org/stable/1882182 [Consulta: 13 de septiembre de 2021].

Beccaria, Cesare (1821 (or.1764)) Tentativo analítico sui contrabbandi. Estratto dal foglio periódico intitolato Il Cafffè, en Opere di Cesare Beccaria, Milán, Dalla Societá Tipogr. dei Classici Italiani, vol.I, pp.427-430. Disponible en: Sitio Internet Archive https://archive.org/details/operedicesarebec0102becc/page/n17/mode/2up [Consulta: 10 de septiembre de 2021].

Gandolfo, Giancarlo (2014) International Trade Theory and Policy. 2a ed., Berlín, Springer (Springer Texts in Business and Economics), DOI 10.1007/978-3-642-37314-5

List, Friedrich (1909 (or.1841)) The National System of Political Economy. Trad. Sampson S. Lloyd, NY, Longmans, Green and Co. Sitio Online Library of Liberty, http://oll.libertyfund.org [Consulta: 19/III/21].

Mill, John Stuart (1885 (or.1848)) The Principles of Political Economy, NY, D. Appleton and Company. Disponible en: Sitio The Project Gutenberg EBook, https://www.gutenberg.org/files/30107/30107-pdf.pdf [Consulta: 25/X/21].

Real Academia Española (RAE) (1729) Diccionario de autoridades, Tomo II. Disponible en: https://apps2.rae.es/DA.html [Consulta: 26 de agosto de 2021].

Diccionario de la lengua española (2014) Edición del Tricentenario. Disponible en: https://dle.rae.es/contrabando?m=30_2 [Consulta: 26 de agosto de 2021].

Thursby, Marie, Richard Jensen y Jerry Thursby (1991) “Smuggling, Camouflaging, and Market Structure”, en The Quarterly Journal of Economics, vol.106, núm.3, Agosto, pp.789-814. Disponible en: base de datos Jstor https://www.jstor.org/stable/2937927 [Consulta: 13 de septiembre de 2021].

Acerca de la autora

Isabel Avella Alaminos. Doctora en Historia (2006) por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Realizó una estancia posdoctoral en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM (2007-2009). Profesora de tiempo completo definitiva en el Departamento de Historia del Sistema Universidad Abierta y Educación a Distancia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación son la historia del comercio exterior de México en el siglo XX y la historia de la historia económica.

Categorías
Historia Comercial

Commodity

Autor: Isabel Avella Alaminos

Esta palabra de origen latino comenzó a utilizarse en los diccionarios de lengua inglesa desde 1400. En un inicio se refirió a beneficio o conveniencia; fue a partir de 1429 cuando el término empezó a ser definido como “un artículo / clase de mercancía” (The Historical Thesaurus of English), significado que prevaleció sin cambios hasta la tercera década del siglo XX. Hacia esta última fecha commodity comenzó a emplearse en la terminología del comercio exterior en su acepción actual como “un bien estandarizado, que es comerciado a granel y cuyas unidades son intercambiables” (Black, Hashimzade y Myles, Oxford Dictionary of Economics). Aun cuando la Real Academia de la Lengua Española señala que el uso de este anglicismo es innecesario porque puede sustituirse por mercancía, artículo o bien de consumo, producto básico o materia prima (RAE, 2005), su utilización se ha popularizado en las últimas décadas.

A diferencia de otros términos relativos al comercio exterior, la historia de esta palabra es difícil de rastrear. Parece ser que el cambio en el significado de commodity se originó en la legislación estadounidense del siglo XX temprano. En 1922 el Congreso de Estados Unidos aprobó la Grain Futures Act “para la prevención y la remoción de obstrucciones y cargas en el comercio interestatal de grano mediante la regulación de transacciones de intercambios futuros de grano, y otros propósitos” (Digest of Commodity Exchange Act, 1936, [p.1]). Tras su modificación en junio de 1936, la ley fue denominada Commodity Exchange Act; la palabra grano fue sustituida por commodity en razón de que lo dispuesto en la legislación se amplió al comercio futuro y tratos de otras mercancías además de los granos. Así, en ella commodity aludió a trigo, algodón, arroz, maíz, avena, cebada, centeno, semilla de lino, sorgo, pienso, mantequilla, huevo y papa (Digest of Commodity Exchange Act, 1936, [p.1]). De manera paralela, en este periodo de entreguerras se firmaron varios acuerdos de mercancías -los commodity agreements- relativos a productos primarios de exportación de consumo masivo, como hule, té, estaño y azúcar (Bauer, 1974, pp.611, 615), lo que quizá reforzó la asociación de commodity con alimentos y materia prima. Sea como fuere, el hecho es que en 1943, en medio de la segunda Guerra Mundial, commodity entendida como “alimento / materia prima objeto de comercio” fue incluida por primera vez en un diccionario de habla inglesa (The Historical Thesaurus of English).

El uso del término con este significado se extendió con cierta rapidez a nivel internacional, pues para 1954 ya se empleaba en el marco de la Organización de las Naciones Unidas. De ello da cuenta un informe realizado a petición del organismo, una de cuyas propuestas era “la creación de una institución internacional con fondos suficientes y con autoridad definitiva que sea algo así como el Fondo Monetario Internacional pero en el campo de las comodidades”, entendidas como productos básicos (Wionczek, 1954, p.135).

Con el paso del tiempo este significado adquirió un sentido cada vez más amplio. Desde 1956 la revista estadounidense Southern Economic Journal publicó un comentario que apuntaba en esa dirección; en él se definió al vocablo como una cierta mercancía consistente en productos homogéneos, no necesariamente agrícolas, “de un grupo de firmas [que] se relacionan entre sí por altas elasticidades cruzadas de demanda, y tienen bajas elasticidades cruzadas con otros bienes…”. El mismo texto adelantó una definición alternativa de commodity en términos del cálculo diferencial y desde la perspectiva del consumidor: “Si una mercancía es homogénea, los consumidores no distinguen entre los productos de las firmas que conforman la industria” (Fauraker, 1956).

Aunque todavía en los años setenta del siglo XX commodity refería, en primera instancia, a materias primas, por ejemplo al petróleo, a principios de la década de 1980 la versión actualizada de la Commodity Exchange Act estadounidense precisaba que, tras su modificación, la ley definía commodity como “todos los ‘bienes y artículos’ y todos ‘los servicios, derechos e intereses’ que pudieran hoy o en el futuro ser sujetos de contratos futuros”, es decir, de transacciones negociadas de antemano para adquirir o vender mercancías físicas e intangibles en un tiempo determinado en el futuro. Por tanto, el término se delimitó en función de las características del intercambio de estas mercancías. Entre los ejemplos de commodities, además de granos, alimentos agrícolas y metales, incluía: ganado, carne, jugo de naranja, así como futuros de moneda y tasas de interés (Davis, 1981, p.317), esto es, se aludía, quizá por primera vez, a elementos de la economía financiera.

De esta suerte, commodity se volvió un término cada vez más complejo, aunque sin perder su naturaleza de mercancía estandarizada. De hecho, por lo menos desde finales del siglo XXI se distingue entre commodities y productos, pues en la definición de estos últimos entran en juego la diferenciación, el nicho y la segmentación de mercado (Gordon, Hanneson y Kerr, 1999). Al respecto, un artículo de la primera década del siglo XXI, al resumir las características de commodity, matizaba esta idea y advertía que, si bien se trataba de productos no diferenciados en cuanto a su origen o sus cualidades para los que el precio determinaba la compra, había excepciones como “ciertos vinos, champagne, o productos como el café, el yogurt o el tabaco” diferenciados por su origen geográfico. Asimismo, al referirse a su importancia para la economía dentro de la balanza de pagos, el PIB sectorial y la seguridad alimentaria, el mismo artículo subrayaba el papel de los commodities en el comercio internacional “especialmente por su reciente relación con el mercado energético (por ejemplo el Etanol y el Biodiesel)”, así como por su comercialización mediante contratos de futuros porque “los commodities permiten una interrelación entre los mercados de bienes y servicios y financieros.” Por ello, de nueva cuenta incluyó como commodities a diversos activos financieros no considerados valores, como divisas, tasas de interés o referencia e índices bursátiles (Morales, 2008, pp.1-2). Sin duda, la apertura de mercados para commodities físicos de exportación, como los productos agrícolas, dio pie a esta conexión entre economía real y economía financiera, pues, como señalaba un artículo referido a Perú, la relevancia de la exportación de materias primas era tal para ciertas economías, “que sus monedas se conocen comúnmente como monedas commodities” (Tashu, 2018).

En los últimos años la importante presencia de los commodities en el mundo de los negocios ha dado lugar a una clasificación más pormenorizada de estas mercancías de acuerdo con su naturaleza: granos, agrícolas (conocidos como blandos porque son cultivados y su tiempo de almacenamiento es corto), energía, metales (conocidos como duros porque son excavados y extraídos), carne, financieros, índices y monedas (Caballero, 2012 y Lioudis, 2021). En este sentido, también se hace alusión a primary commodities, categoría que incluye tanto a mercancías agrícolas como a metales no ferrosos, minerales, perlas y piedras preciosas (United Nations Conference on Trade and Development, 2021). Asimismo, más allá de definírseles como mercancías básicas o poco elaboradas comerciadas a granel, se les identifica por los dos tipos de mercado en los que se realiza su intercambio: de spot (pago de contado) y de futuros (Caballero, 2012). Pese a ello, aún hoy en día esta acepción de commodity se encuentra más extendida en la esfera de los negocios y la mercadotecnia que en las publicaciones académicas especializadas sobre comercio internacional.

Palabras relacionadas:

materia prima, alimentos, specialty, producto, mercancía, marca.

Vínculos de interés:

DAILYFX Global Commodities. Worldwide Commodity Imports & Exports over the Last Decade.

Organización de Naciones Unidas (2014-2017) UN Comptrade Database.

UNCTAD, Commodities.

Bibliografía:

Bauer, P.T. (1974) “Commodity Agreements: Aid or Trade?, en International Journal, vol.29, núm.3, Economic Interdependence, otoño, pp.610-618. Disponible en: base de datos JStor https://www.jstor.org/stable/40201469 [Consulta: 4/X/21].

Black, John, Nigar Hashimzade y Gareth Myles (2017) Oxford Dictionary of Economics. 5a ed., Oxford, Oxford University Press. Disponible en: https://www.oxfordreference.com/view/10.1093/acref/9780198759430.001.0001/acref-9780198759430-e-459?rskey=Gb96j8&result=531 [Consulta: 14/X/21].

Caballero, José Luis (2012) “ABC de los commodities”, en El Economista, Sección Mercados, 11 de mayo. Disponible en: https://www.eleconomista.com.mx/mercados/ABC-de-los-commodities-20120511-0061.html [Consulta: 5/X/21].

Davis, Roy J. (1981) “Commodity Exchange Act: Statutory Silence is not Authorization for Judicial Legislation of an Implied Private Right of Action, The”, en Missouri Law Review, vol.46, núm.2, primavera, pp.316-336. Disponible en: https://scholarship.law.missouri.edu/mlr/vol46/iss2/2 [4/X/21].

Digest of Commodity Exchange Act (1936) Washington D.C., United States Department of Agriculture- Grain Futures Administration, junio. Disponible en: Sitio HathiTrust Digital Library https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=coo.31924014008217&view=1up&seq=4&skin=2021 [Consulta: 14/X/21].

Fouraker, Lawrence E. (1956) “A Note on the Definition of a Commodity”, en Southern Economic Journal, vol.23, núm.1, julio, pp.80-82. Disponible en: base de datos JStor http://www.jstor.com/stable/1053620 [Consulta: 14/X/21].

Gordon, Daniel V., Rögnvaldur Hanneson y William A. Kerr (1999) “What is a Commodity? An Empirical Definition Using Time Series Econometrics”, en Journal of International Food & Agribusiness Marketing, vol.10. Disponible en: Sitio Taylor & Francis Online https://www.tandfonline.com/doi/pdf/10.1300/J047v10n02_01?needAccess=true [Consulta: 5/X/21].

The Historical Thesaurus of English (2020). 2a ed., Escocia, University of Glasgow. Disponible en: https://ht.ac.uk/category-selection/?word=commodity&label=&category=&year=&startf=&endf=&startl=&endl= [Consulta: 5/X/21].

Lioudis, Nick (2021) “Commodity vs. Product: What’s the Difference?”, Investopedia, actualizado al 13 de enero. Disponible en: Sitio Investopedia https://www.investopedia.com/ask/answers/021615/whats-difference-between-commodity-and-product.asp [Consulta: 18/X/21].

Morales, Hada Desirée de (2008) “La nueva dinámica del mercado de los commodities”, en Tópicos Económicos, Banco Central de Reserva [de El Salvador]. Departamento de Investigación Económica y Financiera, Año I, no.7, 15 de abril, pp.1-6. Disponible en: https://www.bcr.gob.sv/bcrsite/uploaded/content/category/611872653.pdf [Consulta: 15/X/21].

Real Academia de la Lengua Española (RAE) (2005) Diccionario panhispánico de dudas. Disponible en: https://www.rae.es/dpd/commodity [Consulta: 14/X/21].

Tashu, Melesse (2018) “Determinantes del tipo de cambio real de equilibrio en Perú: ¿Es el sol una moneda commodity?”, Revista Estudios Económicos, Banco Central de Reserva del Perú, 36, diciembre. Disponible en: https://www.bcrp.gob.pe/docs/Publicaciones/Revista-Estudios-Economicos/36/ree-36.pdf#page=12, pp.9-30 [Consulta: 15/X/21].

United Nations Conference on Trade and Development (2021) “UNCTAD product groups and composition (SITC Rev.3)”, en UNCTADSTAT, [s.l.], United Nations Conference on Trade and Development, 9 de junio, 5pp. Disponible en: https://unctadstat.unctad.org/en/Classifications/DimSitcRev3Products_DsibSpecialGroupings_Hierarchy.pdf

Wionczek, Miguel (1954) “Mercados de exportación y desarrollo económico”, en Comercio Exterior, abril, pp.1333-1336. Disponible en: http://revistas.bancomext.gob.mx/rce/sp/index_rev.jsp?idRevista=593 [Consulta: 4/X/21].

Acerca de la autora

Isabel Avella Alaminos. Doctora en Historia (2006) por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Realizó una estancia posdoctoral en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM (2007-2009). Profesora de tiempo completo definitiva en el Departamento de Historia del Sistema Universidad Abierta y Educación a Distancia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación son la historia del comercio exterior de México en el siglo XX y la historia de la historia económica.

Categorías
Historia Comercial

Arancel

Autor: Isabel Avella Alaminos

La palabra arancel -proveniente del árabe rancel, que significa decreto- apareció por primera vez en un diccionario en castellano en 1611 (Covarrubias Orozco, 1611) y de manera general se refiere a una tarifa o tasa para el pago de servicios (RAE, 2014). De hecho, en inglés se le denomina tariff. Todavía durante el siglo XIX e inicios del siglo XX era frecuente encontrar el término con el significado de tarifa judicial (El Tabasqueño, 22/12/1850, p.1), religiosa (La Voz de la Religión, 19/09/1849, p.363) o incluso para la circulación interna de mercancías (Periódico Oficial del Estado de Durango. El Registro Oficial, 30/I/1848, p.5). En el ámbito del comercio exterior se le utiliza con la acepción de arancel aduanero, es decir, la tarifa pagada en las oficinas situadas en las costas o fronteras de un país por la entrada o salida de mercancías (RAE, 2014). Por tanto, se trata de un impuesto al comercio exterior.

Aunque en sus inicios el arancel fue un instrumento que los Estados emplearon con un fin fiscal para obtener recursos, durante los siglos XIX y XX cobró relevancia su vertiente proteccionista. Así, aun cuando su uso experimentó variantes y vaivenes, en ambas centurias la mayor o menor utilización del término estuvo relacionada con la discusión sobre la pertinencia de liberalizar o proteger el comercio exterior. Dentro de esta trayectoria, la palabra arancel apareció asociada a las propuestas protectoras, ya sea con una connotación positiva o negativa.

En concordancia con el significado de su raíz etimológica (decreto), el término se refirió en primera instancia a la legislación que establecía las tarifas de comercio exterior, como el Arancel de derechos de importación y tonelaje de 1847 (El Republicano, 6/05/1847, p.1). En ocasiones también se le empleó como sinónimo de la tarifa misma, casi siempre de importación, como en la expresión “el sistema protector, aferrado en los aranceles, es delicado en cualquier tiempo, y casi imposible en los actuales.” (Olivan, 1870, p.98). En este sentido, vale la pena mencionar la clasificación de las tarifas en específicas, según el peso o unidad de la mercancía, y ad valorem, en función del precio de ésta (ver vínculo de interés “¿Qué es un arancel y como funciona?”).

La utilización de la palabra arancel creció en los primeros años del siglo XIX hasta llegar a su mayor auge a mediados de dicha centuria. En ese contexto, en 1941 Friedrich List defendió el uso de los derechos arancelarios como el medio principal para que los países dotados de recursos, pero con un menor progreso económico, desarrollaran su manufactura doméstica, señalando: “Los intentos que han sido realizados por naciones individuales para introducir el libre comercio frente a una nación que es predominante en industria, riqueza y poder, y no menos distinguida por tener un sistema arancelario excluyente […] nos muestran que en esta forma la prosperidad de las naciones individuales es sacrificada sin beneficio para la humanidad en general […]” (List, 1909 (or.1841), p.95).

Mientras que en dicho momento había cierto optimismo con respecto a las bondades de los aranceles para fomentar la economía interna (Kindleberger, 1975), en la segunda mitad del siglo XIX la balanza se inclinó en pro de la liberalización, con excepciones como Estados Unidos, que introdujo el arancel McKinley en 1890. Así, mientras el economista estadounidense Frank William Taussig afirmaba que “[…] en general es verdad que en el caso de los Estados Unidos, como en el de Alemania, el avance de la mejora técnica ha sido extraordinariamente rápido durante el periodo de vigencia de un sistema de protección [arancelaria] alta” (Taussig, 1915, p.29), para otros autores el arancel se convirtió en una barrera indeseable ligada a fenómenos como el alza de precios y el contrabando, como asentaba un manual español de la época: “Al alejar la protección arancelaria de la concurrencia extranjera, ocasiona un perjuicio conocido a todos los consumidores nacionales, en utilidad exclusiva del monopolista productor […] Finalmente, hasta el reproche le cabe a la protección arancelaria, de fomentar el contrabando.” (Olivan, 1870, pp. 96-97)

En el siglo XX el uso de la palabra arancel fue, en comparación, menos recurrente y se afianzó como sinónimo de tarifa, más que de legislación tarifaria. En el marco de la crisis de 1929 el término revivió, en particular a raíz de la aprobación de la Ley Smoot-Hawley en 1930 con titulares como “El arancel norteamericano comentado en Francia” (La Prensa, 22 de julio de 1930, p.2) y obras como Tariffs: The Case Examined (1931). En ese contexto el arancel se asoció, casi siempre, con los derechos de importación, pues, como refería un manual de esos años “[…] los aranceles impuestos a la importación influyen de manera especial sobre la dirección del comercio” (Ellsworth, 1942 (or.1938), p.16).

Con el paso de los años, la presencia de otros instrumentos comerciales protectores como las cuotas y el control de cambios desplazaron la relevancia del arancel como herramienta del comercio exterior. Encontramos presente a la palabra una vez más en la segunda posguerra a propósito de la creación del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), que buscó lograr acuerdos “encaminados a obtener, a base de reciprocidad y de mutuas ventajas, la reducción sustancial de los aranceles aduaneros y de las demás barreras comerciales” (Organización Mundial de Comercio [1994], p.505). De manera paralela la recién creada Comisión Económica para América Latina (CEPAL) defendió el proteccionismo. Aunque el arancel también había sido usado desde antes para referirse a las tarifas en relación con las exportaciones, en la coyuntura de la segunda posguerra se le vinculó no sólo con su potencial para obtener recursos y cimentar la industria nacional, sino con sus efectos en los de términos de intercambio, de ahí que Jesús Reyes Heroles señalara: “a los países latinoamericanos les conviene que sus consumidores de productos naturales reduzcan sus aranceles” (Reyes Heroles, 1989 (or.1948), p.155). Casi diez años después, el uso del arancel repuntó hacia 1957, alentado, con seguridad, por la inminente creación de la Comunidad Económica Europea un año más tarde -iniciativa liberalizadora y proteccionista a la vez-, y su uso frecuente se extendió hasta finales de la década de 1970, cuando los paradigmas económicos se enfilaron hacia la globalización neoliberal actual.

El último pico del siglo XX en cuanto a la frecuencia del uso del término fue al inicio de los años noventa, cuando la palabra arancel volvió al primer plano durante la recta final de la Ronda de Uruguay, en plena globalización, y las iniciativas para liberalizar los intercambios internacionales consolidaron al poco tiempo la vieja idea de crear la Organización Mundial del Comercio (OMC). Con todo, dentro de la propia Ronda se reconoció que los aranceles eran “menos lesivos para la actividad económica” que otros instrumentos como los contingentes y se contempló una gama de términos derivados de la palabra arancel -progresividad arancelaria, crestas arancelarias, consolidaciones arancelarias y aranceles de “puro estorbo”- que nos muestra la ponderación diferenciada del arancel según sus características y funciones específicas; por ejemplo, los aranceles de “puro estorbo” se referían a “derechos inferiores al 5 por ciento y que aportan unos ingresos que quizá no lleguen a compensar el costo de los correspondientes trámites aduaneros” (GATT, julio de 1990, p.7).

Por más que iniciativas vayan y vengan para desaparecer los aranceles, éstos continúan siendo un instrumento básico de la política comercial, como se advierte no sólo en los manuales recientes sobre comercio internacional (Gandolfo, 2014, cap.10), sino en coyunturas como las negociaciones del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y, más recientemente, del T-MEC.

Vínculos de interés:

“Comercio y aranceles” (video) [s.f.]. California, Khan Academy.

“Hablemos de Comercio- Hablemos de aranceles” (video) [s.f.]. Ginebra, Organización Mundial de Comercio.

“¿Qué es un arancel y como funciona?” (video) [s.f.]. México, Instituto Nacional de Comercio Exterior y Aduanas.

Hemerografía:

El Republicano

El Tabasqueño

La Prensa

La Voz de la Religión

Periódico Oficial del Estado de Durango. El Registro Oficial

Bibliografía:

Covarrubias Orozco, Sebastián de (1611) Tesoro de la lengua castellana, o española. Compuesto por el licenciado Don Sebastian de Cobarrubias Orozco, capellán de su magestad, maestrescuela y canónigo de la Santa Iglesia de Cuenca, y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición. Dirigido a la Magestad Catolica del Rey Don Felipe III. Nuestro señor. Madrid, Luis Sánchez Impresor. Disponible en: Internet Archive, https://archive.org/details/A253315/page/n201/mode/2up. [Consulta: abril de 2021].

Ellsworth, P.T. (1942, or.1938) Comercio internacional I. Teoría. Traducción de Javier Márquez y Víctor L. Urquidi, México, Fondo de Cultura Económica.

Gandolfo, Giancarlo (2014) International Trade Theory and Policy. 2 a ed., Berlín, Springer (Springer Texts in Business and Economics), DOI 10.1007/978-3-642-37314-5.

GATT (1990) Noticias del Uruguay Round. Ronda de negociaciones comerciales multilaterales. Ginebra, División de Información y Relaciones de la Prensa del GATT Acuerdo General, de Aranceles Aduaneros y Comercio, julio. Disponible en: Sitio Organización Mundial de Comercio https://docs.wto.org/gattdocs/s/UR/NUR/UNNUMBERED199007.pdf [Consulta: junio de 2021].

Kindleberger, Charles P. (1975), “The Rise of Free Trade in Western Europe, 1820-1875”, en The Journal of Economic History, vol.35, no.1, marzo, pp.20-55.

List, Friedrich (1909 (or.1841)) The National System of Political Economy. Trad. Sampson S. Lloyd, Nueva York, Longmans, Green and Co. Disponible en: Sitio Online Library of Liberty, http://oll.libertyfund.org [Consulta: 19/III/21].

Olivan, Alejandro (1870), Manual de economía política. Madrid, Imprenta de Anoz. Disponible en: Sitio Internet Archive https://archive.org/details/BRes101352 [Consulta: 19/III/21].

Organización Mundial de Comercio [1994] Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT de 1947). Disponible en: Sitio Organización Mundial de Comercio https://www.wto.org/spanish/docs_s/legal_s/gatt47.pdf [Consulta: 25/X/21].

Real Academia Española (RAE) (2014) Diccionario de la lengua española, Edición del Tricentenario. Disponible en: https://dle.rae.es/ [Consulta: 25/X/21].

Reyes Heroles, Jesús (1989 (or.1948) La Carta de La Habana [edición facsimilar. México, Facultad de Economía-UNAM.

Taussig, Frank William (1915) Some Aspects of the Tariff Question. Cambridge / London, Harvard University Press. Disponible en: Sitio Online Library of Liberty https://oll-resources.s3.us-east-2.amazonaws.com/oll3/store/titles/293/0072_Bk.pdf [Consulta: junio de 2021].

Acerca de la autora

Isabel Avella Alaminos. Doctora en Historia (2006) por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Realizó una estancia posdoctoral en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM (2007-2009). Profesora de tiempo completo definitiva en el Departamento de Historia del Sistema Universidad Abierta y Educación a Distancia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación son la historia del comercio exterior de México en el siglo XX y la historia de la historia económica.

Categorías
Historia Económica

Subdesarrollo

Autor: Giovanni Villavicencio

El concepto de subdesarrollo surge a mediados del siglo XX como una antítesis a la noción ortodoxa de desarrollo y una crítica a la visión occidental de modernidad. En términos económicos, el término desarrollo se asocia con un proceso de transformación en el cual los individuos de un determinado país logran mejorar su calidad de vida gracias a la modernización de su estructura productiva interna y la creación de productos de alto valor agregado. Este concepto está inspirado en la experiencia de los países del centro que lograron posicionarse como los líderes del mercado mundial de mercancías mediante un proceso de industrialización local.

El análisis de mayor relevancia sobre la dicotomía centro-periferia es atribuido al economista argentino Raúl Prebisch, uno de los principales exponentes del estructuralismo latinoamericano. De acuerdo con este autor, los países del centro son las naciones que concentran gran cantidad de riqueza en sus territorios y que además cuentan con un sistema productivo de alta tecnología. En contraste, los países de la periferia son aquellos que no han logrado implementar una estructura productiva autónoma, por lo cual se insertan al mercado mundial a través de la exportación de materias primas y mercancías de poco valor agregado, al mismo tiempo que son dependientes de las importaciones tecnológicas del centro.

La tesis de Prebisch (1948), contradice la idea ortodoxa de que el desarrollo es un proceso replicable que los países de la periferia pueden seguir para alcanzar un nivel de progreso similar al de los países del centro. De ahí que la noción de subdesarrollo se anteponga al concepto de economías “en desarrollo”, dado que, de acuerdo con la concepción estructuralista latinoamericana, los países de la periferia realmente no se encuentran en un proceso de avance sino de estancamiento.

A lo largo de su obra, el economista brasileño Celso Furtado retomó la dicotomía centro-periferia formulada por Prebisch para profundizar su definición del concepto subdesarrollo. En este sentido, Furtado (1968, 1974) llegó a la conclusión de que los países de la periferia nunca podrían emular el nivel de progreso de los países del centro, por lo cual el desarrollo económico al que las naciones subdesarrolladas aspiran es un mito. Bajo este abordaje, el concepto de subdesarrollo formulado por Furtado establece que el desarrollo no depende de un manual que pueda replicarse indistintamente en todos los países, por lo que las economías de la periferia han errado en su intento por alcanzar el proceso industrial del centro.

En este contexto, los autores de la noción de subdesarrollo se encargaron de formular una serie de políticas que permitieran a los países de la periferia superar su condición de atraso respecto a las naciones del centro. Para lograr dicho objetivo, Furtado (1968) atribuyó al Estado la tarea de promover la industrialización de sus economías. De acuerdo con este autor, el estímulo monetario destinado a mejorar las estructuras productivas de la periferia podría obtenerse mediante la transferencia de recursos de un sector a otro. En otras palabras, el Estado podría optar por utilizar el excedente proveniente del comercio de materias primas para impulsar el desarrollo de la industria interna. De esta manera, el concepto de subdesarrollo sirvió para justificar teóricamente el modelo de sustitución de importaciones (MSI) que la mayoría de los países de América Latina adoptó durante la segunda mitad del siglo XX.

Asimismo, es importante mencionar que el concepto de subdesarrollo no pretende afirmar que los países de la periferia se encuentran bajo una misma situación homogénea. Por el contrario, Furtado (1968) siempre hizo énfasis en que el subdesarrollo se presenta de manera diferente en cada nación, por lo que algunos países tendrían mayores posibilidades de implementar políticas desarrollistas que otros. Por otra parte, a pesar del aparente optimismo del MSI y el pensamiento estructuralista latinoamericano, la naturaleza del mismo concepto de subdesarrollo establece una visión pesimista respecto al futuro de los países de la periferia. En concreto, Furtado (1974) argumentaba que más que disminuir, las disparidades entre los países desarrollados y subdesarrollados tenderían a incrementarse a medida que el proceso de acumulación de capital global avanza. Esta visión resultó ser casi profética, si bien el concepto de subdesarrollo ha adquirido nuevas características a lo largo del tiempo, los países de la periferia parecen permanecer estancados en la condición de dependencia que este término sugiere.

Con el paso del tiempo, es cierto que las naciones de la periferia alcanzaron un cierto grado de industrialización, sin embargo, este no fue resultado del MSI sino de la expansión territorial de las empresas trasnacionales de los países del centro. En otras palabras, las compañías de las naciones del centro comenzaron a relocalizar algunas de sus plantas productivas a los países de la periferia con el fin de aprovechar los bajos salarios ofrecidos por estas regiones. Por tanto, el concepto de subdesarrollo adquirió un nuevo significado que, si bien conservó sus características fundamentales, adoptó otras dimensiones derivadas de la nueva división internacional del trabajo. Esta nueva concepción del término subdesarrollo fue elaborada por el economista chileno Fernando Fajnzylber (1983), quien sostuvo que el fracaso del MSI propició una renovación del concepto de subdesarrollo.

De acuerdo con este autor, la noción de subdesarrollo propuesta por Furtado (1968, 1974) debía ser actualizada para analizar la situación de los países de la periferia. Si bien las naciones subdesarrolladas continuaban siendo dependientes de la producción de materias primas, para los años ochenta se había sumado un otro factor: la creciente inserción al mercado mundial mediante el ofrecimiento de mano de obra barata en la periferia. Por consiguiente, Fajnzylber propuso dos conceptos hermanos de la noción de subdesarrollo que sirven para explicar el tipo de competitividad con el cual los países se insertan al mercado mundial de productos. Por un lado, las naciones subdesarrolladas se caracterizan por contar con una competitividad espuria, en la cual el éxito del sector de exportación está determinado por la precarización laboral y las bajas remuneraciones salariales. Por otro lado, los países del centro cuentan con una competitividad auténtica, que se ve reflejada en la constante innovación tecnológica de su sistema productivo.

La noción de subdesarrollo ha adquirido diferentes significados a lo largo del tiempo. En este sentido, las diversas connotaciones que ha adquirido el concepto responden a la realidad histórica en que este es utilizado. Por tanto, resulta necesario renovar la noción de subdesarrollo para incorporar las nuevas tendencias de dependencia a las que se enfrentan los países de la periferia hoy en día.

Palabras relacionadas:

desigualdad, balanza comercial, gasto público, mercado, economía.

Vínculos de interés:

Una relación de los escritos de Celso Furtado

Una reflexión sobre el desarrollo y el subdesarrollo de Pedro Paz y Octavio Rodríguez

Un acercamiento al concepto de desarrollo y subdesarrollo (video)

Bibliografía:

Fajnzylber, Fernando (1983), La industrialización trunca de América Latina, México, Centro de Economía Transnacional, Editorial Nueva Imagen.

Furtado, Celso (1968), Teoría y política del desarrollo económico, México, Siglo XXI

Furtado, Celso (1974), El desarrollo económico: un mito, México, Siglo XXI

Prebisch, Raúl (1948), El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas, Santiago, CEPAL. Disponible en: https://www.cepal.org/es/publicaciones/40010-desarrollo-economico-la-america-latina-algunos-sus-principales-problemas

Acerca del autor

Giovanni Villavicencio. Economista por la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y maestrante de la maestría en Historia Internacional en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Experto en temas sobre financiarización y meritocracia.

Categorías
Historia Económica

Mercado

Autores: Juan Carlos Morales Soto y Omar Velasco Herrera

La palabra Mercado viene del latín mercatus y su origen más remoto proviene de la raíz merk usada por los etruscos hacia el siglo VIII antes de nuestra era. Mercatus viene del verbo mercari (comprar) y de la raíz merx (mercancía). Está relacionado con mercurio (dios del comercio) y con mercadería y mercelogía (disciplina que estudia las mercancías). Esta raíz también dio origen a la palabra merces (paga, recompensa), de la cual derivan merced y mercenario. El inglés market y el alemán mark también provienen del latín mercatus.

Así pues, el mercado es el lugar donde compradores y vendedores se ponen en contacto y establecen precios de intercambio. Esta definición es bastante amplia y permite englobar a muchos tipos distintos de mercados. Existen los mercados locales, urbanos, regionales, nacionales, e internacionales. Existen mercados especializados en la comercialización al menudeo y al mayoreo, al igual que aquellos en donde solo se comercializa un producto en particular. Los mercados negros, destinados a la venta clandestina de algún bien o servicio que viola las restricciones impuestas por los gobiernos o autoridades internacionales, también han sido parte de la evolución histórica del mercado (Ricossa, 1990, pp.377-380). Bajo esta definición, el mercado es un espacio que está vinculado a la existencia de un excedente dentro del proceso de producción, sin el cual la vida económica estaría reducida al autoconsumo; de aquí se deriva que la idea de una economía de mercado está relacionada con el nacimiento del capitalismo.

El mercado, como un lugar de intercambio, ha sido parte de la vida social de la humanidad. En su forma más elemental, con aglomeraciones, fuertes olores, diversos colores y la frescura de los artículos perecederos que en él se ofrecen, estaba ya presente en Pompeya y la antigua Grecia. Los conquistadores españoles describieron el esplendor y la organización del mercado de Tlatelolco, que se encontraba junto a Tenochtitlan, en lo que actualmente es la ciudad de México. Y estudios realizados en torno a la fluctuación de precios de diversos cereales en el siglo XII han probado la existencia de mercados en Europa que podrían ser considerados modernos (Braudel, 1984, pp. 5-9).

Sin embargo, esa forma elemental de intercambio se transformó al ritmo de la expansión comercial transatlántica, vinculada con la llegada de los europeos a América y, sobre todo, con el flujo de la plata andina y mexicana que le dio un gran impulso al sistema mercantil y expandió el tamaño de los mercados a nivel mundial. Esto dio pie a un proceso histórico denominado la temprana globalización, fenómeno en el que el metal argentífero jugó el papel de equivalente general dentro del mercado mundial.

Para comprender mejor esa transformación en los mercados podemos apoyarnos en la literatura clásica. En 1776, Adam Smith publicó An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, conocida simplemente como La riqueza de las naciones; allí, el autor sostiene que los seres humanos tienen una propensión natural al intercambio, la cual está dada por la necesidad de satisfacer sus necesidades mediante el trato, trueque o compra. Esta acción está dada por la vida social que despliegan los humanos, quienes, a diferencia de otros seres vivos, dependen de la cooperación de grupos amplios de personas. De hecho, Smith sostiene que el grado de civilización estará dado por la amplitud de estos intercambios y, por lo tanto, del tamaño del espacio en donde se llevan a cabo, es decir el mercado. Al mismo tiempo, el tamaño del mercado delimita la división del trabajo, la cual es responsable del potencial productivo del trabajo como fuente del valor de las mercancías y de la riqueza; por ello, cuando el mercado es pequeño nadie estará dispuesto a dedicarse por entero a una ocupación (Smith, 1958 (or 1776), p.20).

El orden providencial, indagado por Smith desde la filosofía moral, lo llevó a plantear un mecanismo virtuoso del mercado, conocido en la historia del pensamiento económico como la mano invisible. En uno de los pasajes más famosos de su obra el autor observa cómo los individuos procuran emplear su capital de tal forma que su producto rinda más valor, y al hacerlo “cada uno de ellos colabora de una manera necesaria en la obtención del ingreso anual máximo para la sociedad. Ninguno se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve… únicamente considera su seguridad… sólo piensa en su ganancia propia; pero en este como en otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones… al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios.” (Smith, 1958 (or 1776), pp.400-402). El mercado aparece como ese lugar en donde el intercambio sirve como medio para que los individuos logren sus intereses personales concertando las pasiones individuales, alcanzando la armonía social y, de paso, la prosperidad (Nadal, 2010, p.5).

El nacimiento de las relaciones capitalistas de producción y la expansión de la economía de mercado se da a partir del proceso de decadencia del sistema feudal, a fines del siglo XIV. Dos elementos históricos que permiten entender el nacimiento del mercado como mecanismo rector de las relaciones sociales que teoriza Adam Smith son, por un lado, el triunfo de las luchas campesinas que pusieron fin a la servidumbre en Europa occidental, por el otro, el proceso súbito y violento de cercamientos en Inglaterra que separó al campesinado de la tierra, su principal medio de subsistencia. En ese sentido, Carlos Marx consideró al mercado como el resultado de un proceso histórico de escisión entre productor y medios de producción: la acumulación originaria. La expropiación y desalojo de una parte de la población rural liberada de su relación con la tierra ponía a disposición del capital industrial el trabajo libre, los medios de subsistencia y las materias primas, es decir, estábamos ante lo que Marx denominó la creación del mercado interno (Marx, 1992a (or 1867), pp. 891-937).

El mercado se conformó entonces como el escenario en donde se desarrolla el proceso de intercambio: la transformación de las mercancías en dinero y su reconversión de dinero en mercancía, elemento que Marx denominó la esfera de la circulación, el punto de partida del capital. Todo nuevo capital entra por primera vez en escena mediante el mercado, ya sea el mercado de materias primas o de dinero, el cual habrá de convertirse en capital a través del proceso de trabajo (Marx, 1992 (or 1867), pp.128-180). Es en la esfera de la circulación en donde se encuentra una mercancía que posee la virtud de ser fuente de valor: la fuerza de trabajo. El capital sólo surge allí donde el poseedor de medios de producción y de subsistencia encuentra al obrero libre como vendedor de su capacidad para trabajar a cambio de la cual recibe un salario con el cual adquiere los medios de su subsistencia a través del propio mercado (Marx, 1992 (or 1867), pp.203-207). La presencia del trabajo como mercancía significó en gran medida la consumación del mercado como el espacio rector de las relaciones sociales de producción.

Esta conceptualización del mercado como resultado de un proceso histórico cambiará hacia 1874, cuando el economista francés León Walras (1831-1910) presenta su obra Éléments d’Économie Politique Pure ou Théorie de la Richesse Sociale. Como parte del movimiento teórico marginalista, la obra de Walras formuló uno de los preceptos más importantes de la economía teórica vinculados con el mercado: la idea del equilibrio general, del cual se derivó el principio de su capacidad para asignar recursos en el marco de una economía de competencia perfecta.

A través de un sistema de ecuaciones que determinan precios y cantidades se estableció un principio donde la suma de la demanda debía igualar a la suma de la oferta, determinando así un precio que garantiza el vaciado del mercado. La idea central del esquema conceptual fue que las fuerzas de la competencia conducen a un equilibrio entre la oferta y la demanda en cada mercado de manera simultánea, garantizando así el equilibrio y la interrelación de todas las actividades económicas (Nadal, 2010, pp.6-7). Se trata de una conceptualización del mercado que reafirma la perspectiva de otro economista francés clásico de principios del siglo XIX, Jean-Baptiste Say, quien formuló la idea de que la producción de bienes genera una demanda efectiva suficiente para comprar todos los bienes ofrecidos. Este principio, que es conocido como la ley de los mercados o ley de Say, se convirtió en una perspectiva hegemónica sobre el equilibrio del mercado hasta el estallido de la primera guerra mundial y la crisis de los años treinta del siglo XX (Galbraith, 2011, p.95).

El modelo de equilibrio general walrasiano representó uno de los núcleos duros del paradigma marginalista y, en gran medida, la formalización matemática de la ley de los mercados de Say, aunque construida bajo los parámetros de la llamada utilidad marginal como punto de partida analítico. León Walras junto con William Stanley Jevons (1835-1882) y Carl Menger (1840-1921) fueron los pensadores más importantes de este replanteamiento teórico. A Menger se le considera el fundador de la escuela austriaca, de la cual surgieron nuevas generaciones de estudiosos que comenzaron su cruzada a favor del mercado durante el periodo entre guerras como respuesta a la preponderancia de las economías planificadas, en las que el Estado comenzaba a tener el mayor peso económico. Entre estos pensadores destacan, por sus aportaciones a la conceptualización del mercado, Ludwig von Mises (1881-1973) y Friedrich von Hayek (1899-1992), defensores de las cualidades del mercado, críticos de la intervención gubernamental y responsables del cómo se entiende actualmente al mercado (Romero Sotelo, 2016, pp.15-21).

Ludwig von Mises publicó en 1922 el libro titulado Socialismo, en el cual hace una crítica al modelo económico socialista, con la Unión Soviética como principal referente. Lo más relevante de esta obra es la conceptualización de mercado que allí expone. Según Mises el socialismo es imposible porque busca eliminar el sistema de precios, y sin ellos no se puede organizar la vida económica porque no es posible saber qué es lo que necesitan las personas, “el precio es un signo que incorpora de manera automática toda esa información” (Escalante Gonzalbo, 2015, p.34). Por lo tanto, para Mises el mercado no es únicamente el espacio donde se da la circulación y el intercambio de mercancías, es también un mecanismo que permite procesar una cantidad de información que sería inmanejable bajo cualquier otra forma, y cuyo resultado son los precios. Esta definición de mercado es compartida por Friedrich Hayek, perspectiva a la que se suma la idea del orden espontáneo generado por la idea de un mercado que es eficiente y que ofrece “una forma singular de conocimiento, sin reflexión: automático. Un conocimiento total, que suma lo que en conjunto saben todos, pero que no sabe nadie.” (Escalante Gonzalbo, 2015, p.43). En ese sentido, desde la perspectiva de Hayek el mercado es más sabio que cualquier individuo o grupo humano, se funda en la justicia conmutativa, es decir, en el equilibrio tras el intercambio de bienes (Vergara Estévez, 2015, pp.179-193).

El mercado implica entonces un orden social espontáneo que hace posible la cooperación de individuos, este orden está basado en la reciprocidad de beneficios, por lo que Hayek propone denominar a este orden espontáneo del mercado como “una catalaxia”, guardando analogía con el término ‘cataláctica’, que se ha propuesto a menudo como un sustituto del término ‘económico’ (tanto ‘catalaxia’ como ‘cataláctica’ derivan del antiguo verbo griego katallattein que, significativamente, da el sentido no sólo de ‘traficar’ y ‘cambiar’ sino también de ‘admitir en la comunidad’ y ‘convertir de enemigo en amigo’) (Hayek, 1966, p.184). Si bien es cierto que, en esta perspectiva, la intervención estatal en los procesos estrictamente de mercado se considera perjudicial, se acepta que el Estado debe cumplir con ciertos objetivos que no son del todo posibles mediante el primero y que aseguran condiciones necesarias para su existencia y funcionamiento: seguridad, justicia, regulación monetaria, derechos de propiedad, los sistemas de contratos y estímulos a la competencia (Hayek, 1996 (or 1931), pp.45-53). Bajo esta perspectiva se ha concebido también la idea de una economía social de mercado, formulada por el ordoliberalismo alemán, que buscó garantizar condiciones sociales básicas a través del Estado y al mismo tiempo promover las virtudes del mercado.

Palabras relacionadas:

economía, ventaja absoluta y comparativa, balanza comercial, subdesarrollo, desigualdad.

Vínculos de interés:

El poder del Mercado desde la perspectiva de Milton Friedman

¿Por qué son importantes los libres mercados?

La invisible “mano invisible” de Adam Smith

El estudio del mercado

Explora mercados potenciales: inserta la url de alguna compañía y descubre las mejores oportunidades de crecimiento para cada caso.

Bibliografía:

Braudel, Fernand. (1984), Civilización Material, economía y capitalismo, siglos XV-XVIII, tomo II, Los Juegos del Intercambio, Madrid, Alianza Editorial.

Escalante Gonzalbo, Fernando (2015), Historia mínima del neoliberalismo, México, El Colegio de México.

Galbraith, John Kenneth (2011), Historia de la economía, Barcelona, Ariel.

Hayek, Friedrich A. (1996), Precios y Producción. Una explicación de las crisis de las economías capitalistas, Madrid, Unión Editorial, Colección Nueva Biblioteca de la Libertad.

Hayek, Friedrich A. (1966), Los Principios de un Orden Social Liberal. Trabajo presentado en el encuentro de Tokio de la Sociedad Mont Pelèrin, septiembre de 1966, disponible en: http://www.hacer.org/pdf/Hayek07.pdf

Marx, Karl (1992). El Capital, Tomo I/Vol.1, Libro Primero. El Proceso de Producción del Capital, México, Siglo XXI.

Marx, Karl (1992a). El Capital, Tomo I/Vol.3, Libro Primero. El Proceso de Producción del Capital, México, Siglo XXI.

Nadal, Alejandro (2010), El Concepto de Mercado, México, Instituto de Investigaciones Sociales, Conceptos y Fenómenos Fundamentales de Nuestro Tiempo, Universidad Nacional Autónoma de México. Versión electrónica: http://conceptos.sociales.unam.mx/conceptos_final/450trabajo.pdf

Ricossa, Sergio (1990), Diccionario de Economía, México, Siglo XXI.

Romero Sotelo, Ma. Eugenia (2016), Los Orígenes del neoliberalismo en México. La Escuela Austriaca, México, Fondo de Cultura Económica.

Smith, Adam (1958), Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones. Vigésima reimpresión, 2017, México, Fondo de Cultura Económica.

Vergara Estévez, Jorge (2015), Mercado y Sociedad. La Utopía Política de Friedrich Hayek, Chile, Corporación Universitaria Minuto de Dios, Centro de Pensamiento Humano y Social, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Chile. Versión electrónica: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20150604121247/Mercado.pdf

Acerca del autores

Juan Carlos Morales Soto. Licenciado en Economía por la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y especialista en Historia Económica (2021) por la Facultad de Economía de la UNAM con el ensayo: “El Impacto de la Estancia de Matías Romero en los Estados Unidos en su Proyecto de Reconstrucción de la Hacienda Pública Mexicana, 1868-1872”.

Omar Velasco Herrera. Doctor y maestro en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Licenciado en Economía y especialista en Historia Económica por la Facultad de Economía de la UNAM. Profesor Asociado C de tiempo completo en el área de historia económica, Facultad de Economía, UNAM. Sus líneas de investigación son la historia fiscal, bancaria y monetaria de México, siglos XIX y XX, así como la relación entre historia y teoría económica.

Categorías
Historia Económica

Economía

Autores: Omar Velasco Herrera y María Eugenia Romero Ibarra

La etimología de la palabra economía proviene del latín oeconomia, la cual deriva del griego oikonomía, es decir, oîkos (casa) y némein (administrar). La palabra apareció por primera vez en un diccionario de español en 1607, dentro de la obra Tesoro de las dos lenguas francesa y española. En el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española (RAE) apareció en 1732 y allí se refieren al término como: “Administración y dispensación recta y prudente de las rentas y bienes temporales: lo que comúnmente se dice régimen y gobierno en las casas y familias, para que no se desperdicie la hacienda,” esta última palabra debe ser entendida como “los bienes y riquezas que se poseen”.

En ese sentido, la palabra economía remitió a la idea de la aplicación adecuada (la administración) de los recursos que poseían las unidades familiares. No obstante, el uso de la palabra economía en conjunción con la idea de hacienda se haría extensivo a las finanzas de los imperios para referirse a los recursos con los que estos contaban, además de la estructura político-administrativa de recaudación de ingresos, ejercicio del gasto y la consecución de deuda, es decir, lo que hoy día identificamos con los aspectos fiscales. Por ello, con el paso del tiempo, la palabra economía acabó ligándose también con el proceso de construcción de lo nacional, de allí que la palabra se use también para referirse al entramado productivo y material de una entidad política y jurisdiccional a la que comúnmente llamamos economía nacional.

El contexto bajo el cual el término economía fue ganando esta acepción tiene que ver con un proceso vinculado con los cambios que se gestaron desde finales del siglo XV, cuando el continente americano se integró al comercio mundial de larga distancia. La irrupción de una gran cantidad de mercancías de origen americano transformó el consumo y la producción en Europa, Asia y África. Esta disrupción conocida como revolución comercial provocó también el fortalecimiento de los comerciantes como actores políticos y sociales dentro de las monarquías europeas.

El interés de los estados monárquicos se identificó con el de los grupos de comerciantes en la búsqueda de territorios, rutas comerciales y el control del flujo de mercancías y metales preciosos. Las finanzas y haciendas de los imperios quedaron ligadas al quehacer de los mercaderes, el bienestar de estos se identificó con el de la nación y emergieron en el mundo occidental maneras de explicar, justificar y darle sentido a las transformaciones materiales que se estaban dando en el mundo. La economía, entendida como parte de la construcción del Estado en su sentido político, tomó la forma de una serie de medidas, recomendaciones y perspectivas para promover la bonanza del conjunto imperial-nacional. Esto dio orígen a la Economía Política como disciplina del conocimiento humano, lo que terminó convirtiéndose en lo que hoy conocemos como teoría económica.

En España, por ejemplo, durante el siglo XVII surgió el arbitrismo, una manifestación intelectual que daba cuenta de cómo las necesidades económicas del imperio se habían convertido en una parte importante de la reflexión pública. Los memoriales escritos por los arbitristas eran documentos en donde se daban a conocer arbitrios, es decir, propuestas encaminadas a incrementar los ingresos de la Real Hacienda, comúnmente medidas de orden tributario. Esta práctica fue más allá de lo hacendario para darle vida a un corpus de obras en torno al pensamiento económico, político y social con una perspectiva reformista impregnada de ideas como la de recuperación, aludiendo a la necesidad de rescatar una España floreciente en términos materiales (García Guerra, 2006, p. 183). De allí que la palabra economía también esté desde estos momentos vinculada con la idea de crecimiento, prosperidad y generación de riqueza. Esto será mucho más claro a partir de la expansión comercial, la cual tuvo en el denominado mercantilismo uno de sus ecos explicativos.

Desde el mercantilismo, la concepción de economía dio cuenta de tres cosas, primero, las realidades específicas de los contextos desde los cuales se pensó lo económico; segundo, la relevancia del comercio y de los comerciantes en el entramado político de esas realidades; tercero, la economía mercantil empezó a ser vista en función de la producción de mercancías y no sólo desde el mero intercambio. Si bien no existe una teoría unificada en torno a cómo pensar lo económico desde la tradición mercantilista, se considera que los planteamientos de Philipp Wilhelm von Hornick son lo más cercano a un manifiesto doctrinal. Los principios económicos promovidos por este autor fueron: “que cada pulgada del suelo de un país se utilice para la agricultura, la minería o las manufacturas; que todas las materias primas que se encuentren en un país se utilicen en las manufacturas nacionales, porque los bienes acabados tienen un valor mayor que las materias primas; que se fomente una población grande y trabajadora; que se prohíban todas las exportaciones de oro y plata y que todo el dinero nacional se mantenga en circulación; que se obstaculicen tanto cuanto sea posible todas las importaciones de bienes extranjeros” (Ekelund y Hébert, 2005, pp.44-45).

Fue durante la segunda mitad del siglo XVIII cuando un grupo de pensadores empezaron a vincular de manera mucho más directa y sistemática los aspectos de índole social con la configuración del fenómeno mercantil. Envueltos en la tradición ilustrada, la economía comenzó a entenderse como un sistema en donde el orden natural de la sociedad dependía del intercambio, es decir, de la transformación de la producción en mercancías, del intercambio y del espacio en el que este se realiza: el mercado. Este fue uno de los legados de los fisiócratas, los primeros en la historia del pensamiento económico en autodenominarse como economistas. En la voz de François Quesnay, el más sobresaliente de sus representantes, la economía aparece como un sistema en donde “nadie que viva en sociedad provee a todas sus necesidades con su trabajo, pero obtiene lo que le falta con la venta de lo que su trabajo produce” (Napoleoni, 1981, p.18). Por ello, una de las piedras angulares montadas por los fisiócratas fue la idea de que en este sistema se produce un excedente, al que denominaron producto neto, el cual, desde su posición teórica y política era producido únicamente en la actividad agrícola. Así, la economía, entendida como un sistema, giraba en torno a la clase social propietaria de la tierra, la nobleza.

Este planteamiento abre el camino a Adam Smith cuya obra Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, publicada en 1776, es considerada fundacional de la Economía entendida como disciplina y específicamente se referirá a ella como Economía Política, otorgándole un peso importante a los aspectos políticos y sociales. De este modo, en palabras del filósofo escocés la Economía Política era “una rama de la ciencia del hombre de estado o legislador” (Rodríguez Braun, 1994, p.13). Al igual que el mercantilismo, los planteamientos de la Economía Política tenían como horizonte incidir en las decisiones de Estado, por lo que se mantiene la acepción de economía como un símil del bienestar de la nación. Por ello resulta revelador que el título del libro de Smith haga referencia a la riqueza de las naciones y que una de sus principales contribuciones sea explicar qué es la riqueza, una definición que en gran medida es un acercamiento a lo que se entendería en la época como economía:

El hecho de que aparezca la categoría trabajo como un eje de la explicación teórica de Smith da cuenta de que su punto de partida para explicar lo económico era el proceso de producción, y en específico de la producción de objetos dirigidos al intercambio en el mercado, de allí que también esté presente la noción de consumo, así como la idea del intercambio con “otras naciones”, es decir, el sector externo.

De este modo, lo que Adam Smith estaba planteando, al igual que sus predecesores los fisiócratas, era que la economía debía ser concebida como un sistema de interrelaciones sociales en donde interactúan dimensiones que hoy día denominaremos variables económicas: producción, consumo e intercambio.

El excedente de la producción derivada del despliegue del trabajo humano se convirtió en uno de los puntos centrales de la Economía Política clásica. La forma mediante la cual se aumenta ese fondo de suministro anual de cosas necesarias para la vida también es abordada por Smith: el fomento a la división del trabajo y, como consecuencia, la amplitud y tamaño de los mercados.

En 1817 David Ricardo marcó un salto importante en el desarrollo de lo que se entendería por Economía Política durante el siglo XIX. Su contribución fue fundamental pues puso en la mesa de discusión el tema de la distribución del “producto”, es decir, de aquel fondo de suministro del que hablaba Smith. Para Ricardo el producto se reparte entre tres clases sociales: el propietario de la tierra, el dueño del capital y los trabajadores. A cada una le corresponde una porción del producto: la renta, las utilidades y los salarios. En ese sentido “la determinación de las leyes que rigen esta distribución es el problema primordial de la economía política” (Ricardo, 1959 (or 1817), p.5). Así pues, economía, entendida desde la vertiente de la Economía Política clásica debía entenderse como un conjunto de elementos políticos y sociales que se encuentran detrás del fenómeno de la distribución.

La perspectiva ricardiana abrió paso a la crítica de la economía política, la cual puso en el centro de la discusión la idea del conflicto entre las clases que participan de esta distribución. Por ello, se puede sostener que Karl Marx es heredero del edificio conceptual ricardiano, su planteamiento lo lleva a la formulación de una teoría de la explotación del trabajo, la cual quedó engarzada al planteamiento de una tendencia decreciente de la tasa de ganancia y al de la crisis como rasgo inmanente al capitalismo. De este modo, Marx deja claro que el orden económico de corte capitalista no es permanente por la existencia de fuerzas sociales de cambio y transformación: el capitalismo no ha sido la única forma de organización productiva y por tanto no tiene por qué ser inmutable. La economía como concepto va abrevando de estos planteamientos, se transforma y se va llenando de contenido bajo la forma de problemáticas como el desempleo, la precarización laboral, las crisis financieras, pero también de cuestiones como la expansión y el crecimiento. En ese sentido, resulta revelador lo que Friedrich Engels escribe en 1886 como parte del Prólogo de El Capital a la edición en inglés, pues en él muestra cómo los elementos que explican a la Economía Política debían ser entendidos bajo una perspectiva histórica y dinámica:

Una vez más, la economía aparece como un conjunto sistémico de variables las cuales, dentro del plan argumentativo de la crítica de la economía política, buscaron explicar como un todo a la dinámica y los orígenes de la extracción de aquel producto no retribuido: el plusvalor, la plusvalía o plus-producto. La Economía Política debía develar las leyes de la acumulación de capital y sus contradicciones, entre ellas, la de la explotación del trabajo. En medio del bullicio causado por una concepción de economía que convirtió los principales postulados del pensamiento clásico en misiles en su contra, aparecerán acercamientos que buscarán explicaciones distintas y a concebir a la economía desde otra perspectiva. Entre 1870 y 1871 aparecen las obras de Karl Menger, William Stanley Jevons y León Walras, personajes considerados los padres del marginalismo. Para esta corriente la economía tiene su punto de partida en el consumo de mercancías, no en la producción ni en la distribución como había sostenido la Economía Política clásica. El consumo como fenómeno económico genera utilidad (satisfacción) y por tanto el valor de las mercancías depende de un aspecto subjetivo: el de la utilidad marginal. Esta decrece conforme consumimos más de una mercancía y, por tanto, los seres humanos tomamos decisiones económicas en función de este aspecto y de los precios, es decir, de la oferta y la demanda, de las señales del mercado.

La Economía Política, sostiene William Stanley Jevons, “descansa sobre unos pocos conceptos de carácter aparentemente sencillo. Utilidad, riqueza, valor, mercancía, trabajo, capital, son los elementos de la materia y cualquiera que posea una comprensión cabal de su naturaleza debe tener o ser capaz de adquirir con prontitud un conocimiento de la ciencia… es al tratar los elementos simples cuando requerimos el máximo cuidado y precisión, puesto que el menor error de concepto puede viciar todas nuestras deducciones.” (Jevons, 1998 (or 1871), p.67). Bajo esta premisa, Jevons prosigue su exposición para mostrar el cambio conceptual que sufrirá la Economía Política: “la reiterada reflexión y la investigación me han conducido a la en cierto modo novedosa opinión de que el valor depende enteramente de la utilidad. Las opiniones dominantes consideran el trabajo antes que la utilidad como el origen del valor… Yo muestro, por el contrario, que basta con perfilar cuidadosamente las leyes de la variación de la utilidad, como dependiente de la cantidad de mercancías en nuestro poder, para llegar a una teoría del intercambio satisfactoria, de la cual las leyes ordinarias de la oferta y la demanda son una consecuencia necesaria” (Jevons, 1998 (or 1871), p.67).

El enfoque marginalista marcó un giro tan importante que la disciplina dejará de llamarse Economía Política, para ser conocida simple y sencillamente como Economía. En ese sentido, el lenguaje diagramático, matemático, con funciones de producción y relaciones causales del que se empezó a hacer uso fue producto del esfuerzo intelectual de Alfred Marshall, quien publicó en 1890 los Principles of economics, texto que fue responsable de la didáctica mediante la cual se enseña economía actualmente. En esta obra Marshall sostiene que la “Economía política o economía [en la versión en inglés Political Economy or Economics] es el estudio de la humanidad en los asuntos ordinarios de la vida; examina la parte de la acción individual y social que está más estrechamente relacionada con la consecución y el uso de los requisitos materiales para el bienestar. Por tanto, es por un lado el estudio de la riqueza; y por el otro, y más importante, una parte del estudio del hombre” (Marshall, 1920, p.1).

Alfred Marshall

En 1936 John Maynard Keynes sostuvo en la Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero que la economía se había dividido hasta entonces en dos ramas: “la teoría del valor y la distribución por una parte y teoría del dinero por la otra” , división que él consideraba falsa. Keynes sugería que la verdadera dicotomía de la economía debía ser “entre la teoría de la industria o firma individual y las remuneraciones y distribución de una cantidad dada de recursos entre diversos usos por una parte y la teoría de la producción y la ocupación en conjunto por la otra” (Keynes, 2003 (or 1936), p.282). Bajo este planteamiento de la economía como el análisis, por un lado, de la industria individual y por el otro de los determinantes de la producción y de la ocupación, en realidad lo que Keynes estaba planteando era la división actual de la disciplina (Economics) en microeconomía (microeconomics) y macroeconomía (macroeconomics), segmentación analítica que hasta la fecha se mantiene vigente.

John Maynard Keynes

Finalmente, en el influyente manual escrito por Paul Samuelson y William Nordhaus, titulado Economía (Economics), los autores sostienen que la economía se ha expandido a tal grado que abarca una gran variedad de temas: el estudio de la fijación de precios, la conducta de los mercados financieros, las consecuencias de la intervención del Estado, la distribución del ingreso, la influencia del gasto público, las oscilaciones en el desempleo, el ciclo económico, los patrones de comercio y el crecimiento. No obstante, consideran que la definición que condensa todas estas temáticas y que toca un tema común a todas ellas es la siguiente: “La Economía es el estudio de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir mercancías valiosas y distribuirlas entre los diferentes individuos” (Samuelson y Nordhaus, 1996, p.4). Se trata de una definición que se ha convertido en parte del mainstream teórico y que además de condensar los temas sugeridos por Samuelson y Nordhaus engloba un proceso histórico de transformación en la vida material de la humanidad.

Palabras relacionadas:

mercado, desigualdad, subdesarrollo, arbitraje, pensamiento clásico, keynesianismo.

Vínculos de interés:

Las dos caras de Adam Smith – Bully Magnets – Historia Documental

El materialismo histórico de Marx – Bully Magnets – Historia Documental

MARGINALISMO | ECONOMÍA MARGINALISTA | PENSAMIENTO ECONÓMICO | UBA CBC XXI | WALRAS, MENGER, JEVONS

KEYNESIANISMO | ECONOMÍA | JOHN MAYNARD KEYNES | RESUMEN COMPLETO

Plataformas interactivas. Explora los datos de México y el mundo:

The Atlas of Economic Complexity

DataMéxico | Data México

MIDE Museo Interactivo de Economía – Tu museo a un clic de distancia

Bibliografía:

Ekelund, Robert B. y Robert Hébert (2005), Historia de la teoría económica y su método, México, McGrawHill, tercera edición.

Engels (1999), “Prólogo de Engels a la edición inglesa” en Marx, Carlos, El Capital. Critica de la economía política, México, FCE.

García Guerra, Elena (2006), “Entre la teoría y la práctica: el pensamiento arbitrista castellano durante la Edad Moderna” en V Jornadas Científicas Sobre Documentación de Castilla e Indias en el siglo XVII, Madrid, Universidad Complutense de Madrid. https://www.ucm.es/data/cont/docs/446-2013-08-22-8%20entre.pdf

Jevons, William Stanley (1998), La Teoría de la Economía Política, Madrid, Pirámide.

Keynes, John M. (2003), Teoría General de la Ocupación, el interés y el dinero, México, FCE.

Marshall, Alfred (1920), Principles of Economics, Nueva York, Palgrave.

Napoleoni, Claudio (1981), Fisiocracia, Smith, Ricardo, Marx, Barcelona, Oikos.

Ricardo, David (1959), Principios de Economía Política y Tributación, México, FCE

Rodríguez Braun, Carlos (1994), “Estudio preliminar”, en Smith, Adam, La Riqueza de las Naciones, Madrid, Alianza Editorial.

Samuelson Paul y William D. Nordhaus (1996), Economía, Madrid, McGraw-Hill.

Smith, Adam (1994), La Riqueza de las Naciones, Madrid, Alianza Editorial.

Acerca de los autores

María Eugenia Romero Ibarra. Profesora Titular C, Tiempo Completo, adscrita al campo de conocimiento de Historia Económica de la División de Estudios de Posgrado, Facultad de Economía, UNAM. Doctora en Historia por la UNAM, profesora-investigadora desde hace 46 años de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía-UNAM. Imparte clases en la licenciatura, la maestría y el doctorado. Sus líneas de investigación son los estudios empresariales, así como la historia bancaria y financiera. También se ocupa de estudiar teorías y métodos de la historia económica, así como los cambios de paradigma en la disciplina.

Omar Velasco Herrera. Doctor y maestro en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Licenciado en Economía y especialista en Historia Económica por la Facultad de Economía de la UNAM. Profesor Asociado C de tiempo completo en el área de historia económica, Facultad de Economía, UNAM. Sus líneas de investigación son la historia fiscal, bancaria y monetaria de México, siglos XIX y XX, así como la relación entre historia y teoría económica.

Categorías
Historia Económica

Desigualdad

Autor: Israel García Solares

En 1754 Jean Jacques Rosseau escribió el “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”. El texto era una respuesta al debate iniciado por Voltaire y Hobbes respecto a la naturaleza del hombre y de su rol en la sociedad. Rousseau distinguía dos tipos de desigualdad. La desigualdad natural tenía que ver con la constitución física de los seres humanos, edad, salud, corpulencia, y espíritu. Rousseau consideraba que esta desigualdad natural y sus causas no debían ser objeto de especulación filosófica. Los autores que teorizaron sobre ella habían proyectado el mundo social sobre la naturaleza: “Hablaban del hombre salvaje, pero pintaban al hombre civil”. El segundo tipo de desigualdad, y aquella que podía ser justamente estudiada, era la desigualdad moral o política. Ésta se trataba de una convención humana que otorgaba privilegios de diverso tipo a ciertos individuos “en perjuicio de otros”. Estos privilegios eran: “ser más ricos, más distinguidos, más poderosos o, incluso, hacerse obedecer” (Rousseau, 1754, p.18).

El discurso de Rousseau fue muy influyente en la Revolución Francesa, no obstante, sigue delineando las claves sobre las cuales se estudia la desigualdad a nivel global. Hay tres elementos que son clave en estos estudios. En primer lugar, una tipología que define la desigualdad en clave de mesura discernible: desigualdad de riqueza, desigualdad de estatus y desigualdad de poder. Esta tipología asume que la misma característica, riqueza, estatus y poder, se encuentra distribuida en la sociedad, pero concentrada en unos pocos. En segundo lugar, define otro tipo de desigualdad, la funcional, en la cual la relación entre dos partes implica una inequidad dada por la existencia de una característica: mandar requiere la existencia de su contraparte, obedecer. Finalmente, el discurso marca un debate crucial: la desigualdad, sea de grado o de cualidad, es siempre en perjuicio de otros.

El concepto de desigualdad no formó parte de los debates de los primeros siglos de existencia de la Economía Política y se encontraban, en cambio, más preocupados por la propiedad como fuente de la distribución de la riqueza. “Donde hay gran propiedad hay gran desigualdad” sostenía Smith “la afluencia de los pocos supone la indigencia de los muchos.” Esa era la razón por la cual existían gobiernos y sistemas de leyes, para proteger a propietarios de sus enemigos. La exclusividad de la propiedad aparecía como la fuente de la desigualdad de grado de riqueza: “por cada hombre muy rico debe haber cuando menos quinientos pobres” aseguraba Smith (1776, p.947)

David Ricardo y Karl Marx continuaron dicha tradición que separaba la desigualdad de riqueza con base en la propiedad de factores funcionales en la producción. Ricardo no utilizó el término en sus escritos, y Marx estaba más preocupado por uno de los aspectos que hacían relevante la desigualdad de grado, a saber, el de la explotación. El concepto de explotación, o de extracción del excedente, implicaba una dinámica entre diversos tipos de desigualdad. La desigualdad de riqueza, basada en la propiedad, otorgaba una desigualdad funcional, la capacidad de mando o de ser obedecido por la fuerza de trabajo, lo que perpetuaba a su vez la desigualdad de grado. Los trabajos de Marx, aunque no directamente interesados en las desigualdades enumeradas por Rousseau, plantearon el mecanismo que hacía posible la reproducción de estas más allá del contrato social: la circulación del capital.

Hasta entonces, las definiciones de desigualdad se basaban en el análisis de variables estáticas (o stocks) y no de variables de flujo. En 1905, Edwin Cannan analizó el problema de la distribución, pero renombró la distribución como “división” y a “la riqueza” como “ingreso”. Este tránsito a variables de flujo tuvo como origen el cálculo de los ingresos nacionales por parte de los estados de sus poblaciones. En la crítica hacia la teoría económica clásica y neoclásica, Cannan sostenía que hasta entonces sólo se habían preocupado por los mecanismos de distribución, pero no por sus términos. Cannan sostenía que no sólo los precios relativos de los factores eran relevantes, sino sus montos totales y la proporción que ocupaban en la distribución del excedente. Dichos ejercicios estadísticos, consideraba, eran relevantes para proponer soluciones políticas de división del ingreso, a lo que volvió a llamar “desigualdad”. Para Cannan, como para la mayoría de los economistas clásicos, la desigualdad era un mal necesario, pero hay muchas buenas razones para suponer que es más grande que necesario” (Cannan, 1905, p. 368).

El planteamiento de Cannan fue el primero, dentro del campo de la Economía, que planteó el término de “desigualdad del ingreso”. Esta es diferente de la desigualdad de riqueza, en tanto que una es un flujo y la otra es un stock, pero aún resultaba difícil darle sentido sin consideraciones globales del ingreso. Durante el siglo XIX Gran Bretaña había implantado, de manera intermitente, el primer impuesto sobre la renta, lo cual permitió tener datos sobre ingresos a nivel individual mayores a 150 libras, de este modo, la mayoría de los países europeos adoptaron esta medida antes o durante la Primera Guerra Mundial. Estos datos fueron usados por Arthur Bowley, quien realizó la primera estimación de la división del ingreso en Gran Bretaña en 1920, mientras que por su parte, el economista menchevique Sergei Prokopovich, logró la estimación de la distribución del ingreso nacional ruso en 1924 (Prokopovich, 1924; Bowley, 1920).

No obstante, la discusión actual sobre la desigualdad llegó durante la década de 1950 de la mano del economista bielorruso Simon Kuznets. En 1931 Kuznets quedó a cargo de diseñar la primera medición de ingreso nacional en Estados Unidos dentro del National Bureau of Economic Research (NBER), poniendo en marcha una metodología que fue muy influyente en el diseño de las cuentas nacionales a nivel mundial. De este modo, en la década de 1950 usó las nuevas mediciones del producto a nivel nacional en conjunto con las mediciones tradicionales de distribución del ingreso basadas en los cálculos de impuestos en Estados Unidos. En el planteamiento de Kuznets la desigualdad crece conforme incrementa el ingreso per cápita, esto debido a inequidades distributivas entre los diferentes sectores de la población. No obstante, se estabiliza y después cae ante mayores niveles de ingreso per cápita resultado de la urbanización y movimientos de la fuerza de trabajo. Este movimiento, en el cual el crecimiento primero empuja a la desigualdad hacia arriba y luego la disminuye, ha sido llamado “la curva de Kuznets” (Kuznets, 1934, 1952 y 1955; Kuznets y Jenks, 1953).

El paradigma kuznetsiano fue dominante en los estudios sobre desigualdad hasta las décadas de 1980 y 1990, años en los que fueron desplazados por los estudios sobre pobreza. En todo caso, las conclusiones de Kuznets se mantuvieron intactas en la economía occidental y convencional hasta los trabajos de los economistas franceses Thomas Piketty y Emmanuel Saez, quienes realizaron un trabajo para el NBER recalculando la desigualdad de largo plazo en Estados Unidos entre 1913 y 1998. A diferencia de otros estudios de desigualdad, homogeneizaron los datos para casi un siglo y se concentraron en los ingresos de los cuantiles mayores del ingreso. En la nueva estimación mostraron una caída de la desigualdad en los años analizados por Kuznets, pero una revitalización de la desigualdad a partir de la década de 1970 (Piketty y Saez, 2001). En los siguientes años, Piketty y sus colaboradores han repetido el ejercicio para diversas economías occidentales, obteniendo resultados similares a largo plazo.

Así pues, el campo de estudio de la desigualdad se ha expandido tanto en Ciencias Sociales como en Historia. Actualmente existen estudios de desigualdad que van desde la psicología experimental a modelos de equilibrio general; desde estudios arqueológicos a estudios de big data sobre redes sociales. Aunque el análisis de la desigualdad en torno al ingreso sigue siendo dominante, se han incrementado los estudios que toman en cuenta las desigualdades alrededor del estatus, en especial aquellos que analizan la meritocracia así como la desigualdad de poder. Sin embargo, la mayoría de los estudios sigue analizando la desigualdad en una sola dimensión: alrededor del grado y flujo de ingreso. Los análisis de las desigualdades de estatus y poder siguen siendo minoritarios, incluso puede decirse que la desigualdad vista desde la riqueza se mantiene poco estudiada, más aún, las desigualdades funcionales son reducidas en muchas ocasiones a desigualdades de ingreso. De este modo, persisten las problemáticas identificadas desde la economía clásica en donde la propiedad aparece como la fuente de la desigualdad material y la de corte funcional como una relación entre trabajadores y propietarios. Esto implica que la desigualdad no es simplemente la inequidad entre individuos, sino producto de relaciones sociales. Los privilegios, como observaban Rousseau y Smith, siempre suponen el perjuicio de las mayorías.


Palabras relacionadas:

Subdesarrollo, impuesto, ventaja absoluta y comparativa, pensamiento clásico.

Vínculos de interés sobre desigualdad:

https://data.oecd.org/inequality/income-inequality.htm

https://wid.world/es/pagina-de-inicio/

http://piketty.pse.ens.fr/fr/recent

Sobre la desigualdad como muestra de la concentración del poder económico y político en: 

https://www.oxfammexico.org/sites/default/files/desigualdadextrema_informe.pdf

Bibliografía 

Alacevich, Michele y Anna Soci (2017), Inequality: A short history, Washington DC, Brookings Institution Press. Bowley, Arthur Lyon (1920), The change in the distribution of the national income, 1880-1913, Oxford, Clarendon Press. 

Disponible en: http://www.piketty.pse.ens.fr/files/Bowley1920.pdf Cannan, Edwin (1905), “The division of income” en The Quarterly Journal of Economics 19, no. 3, pp. 341-369. 

Kuznets, Simon y Elizabeth Jenks (1953), “Shares of upper income groups in savings” en Shares of upper income groups in income and savings, NBER, pp. 171-218. 

Kuznets, Simon (1955) “Economic growth and income inequality” en The American economic review, vol. 45, no. 1, pp. 1-28. 

Kuznets, Simon (1952), “Long-term changes in the national income of the United States of America since 1870” en Review of Income and Wealth, vol. 2, no. 1, pp. 29-241. 

Kuznets, Simon (1934), “National Income, 1929-1932” en National Income, 1929-1932, NBER, pp. 1-12. 

Piketty, Thomas y Emmanuel Saez (2001), Income Inequality in the United States, 1913-1998 (series updated to 2000 available), NBER, Working Paper No. w8467. Disponible en https://www.nber.org/system/files/working_papers/w8467/w8467.pdf 

Prokopovich, Sergeĭ Nikolaevich (1924), Economic condition of Soviet Russia, Londres, P.S. King. 

Rousseau, Jean Jacques (1754), Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes, Québec, Classiquez Ucaq. Disponible en: http://classiques.uqac.ca/classiques/Rousseau_jj/discours_origine_inegalite/origine_inegalite.html 

 Smith, Adam (1776), An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations, Londres, ElecBook classics, p. 947.

Licenciado y maestro en economía por la Facultad de Economía de la UNAM. Maestro y doctor en Historia por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Se ha desempeñado como profesor y tutor de la Especialización en Historia Económica, Programa Único de Especializaciones en Economía del Posgrado en Economía de la UNAM. En 2018 recibió la beca de investigación Fulbright-García Robles y la Charles Redd Fellowship Award. Ha sido académico visitante en las Universidades de Utah, Brigham Young, Notre Dame, California-San Diego y Harvard. Actualmente es investigador posdoctoral en la Universidad de Notre Dame.
Israel García Solares
Licenciado y maestro en economía por la Facultad de Economía de la UNAM. Maestro y doctor en Historia por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Se ha desempeñado como profesor y tutor de la Especialización en Historia Económica, Programa Único de Especializaciones en Economía del Posgrado en Economía de la UNAM. En 2018 recibió la beca de investigación Fulbright-García Robles y la Charles Redd Fellowship Award. Ha sido académico visitante en las Universidades de Utah, Brigham Young, Notre Dame, California-San Diego y Harvard. Actualmente es investigador posdoctoral en la Universidad de Notre Dame.