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Geografía Histórica

Paisaje

Autores:Jonathan Montero Oropeza y Anabell Romo González

Como categoría de análisis, el paisaje se utiliza por campos del conocimiento tan diversos como la biología, la ecología, la pintura, la arquitectura, el urbanismo, la economía y la geografía. La palabra paisaje encuentra su raíz etimológica en el latín y en las lenguas romances y germánicas. En el latín pagensis hace referencia a lo “campestre, que habita en el campo”; en este sentido, el vocablo pagus (aldea o cantón referente a la vida rural), complementa al vocablo paganus (aldeano o paisano quien vivía en el campo). En consecuencia, en las lenguas romance las voces paesaggio en italiano, paisagen en portugués y paisaje en castellano, hacen referencia a la idea de lo campestre; otro claro ejemplo, es el que se tiene en francés, donde el paisaje se relaciona con los vocablos pays y paysage que remiten al “espacio rural peculiar o territorio rural concreto” (Urquijo y Barrera, 2009). En cuanto a las raíces germánicas, las voces landschaft en alemán, landskip en neerlandés y landscape en inglés, incluyen en sus voces land (tierra) y schaft (eje/moldeado), schaffen (crear), scape (crear/trabajar). Al atender este aspecto, el paisaje podría definirse como un área compuesta por una asociación distintiva de formas físicas y culturales, que corresponden a la tierra moldeada o al moldeado del territorio (Sauer, 2006; Maderuelo, 2006, p. 24).

Oarranzli (2011) Rice Terrace. Longsheng, China.

Desde esta perspectiva –ciertamente eurocéntrica- nos podemos percatar que el paisaje se vinculó al ámbito rural, que era el espacio predominante en Europa, hasta antes del siglo XX. De ahí, que en el imaginario popular cuando se habla de paisaje, la reminiscencia sea una vinculación con el campo o territorios con pocos edificios y calles, lo cual se asocia a ideas de un mayor vínculo con la naturaleza. Como se verá a continuación, esta voz paulatinamente se incorporó a la mirada pictórica y estética desde los siglos XIV al XVII, y a la mirada científica y lógica del siglo XIX.

Durante el Renacimiento (siglos XV y XVI) expresiones artísticas como la pintura y la arquitectura, permitieron una indagación cognitiva en torno al ser humano y a su lugar en la naturaleza y en la Historia; en ese sentido, el espacio se comprendió desde una perspectiva cuantificable, tridimensional, apropiado e intervenido por el ser humano mediante la idea de “ver a través”. En el caso de la pintura, la presencia de los seres humanos se manifestaba en la figura de hombres y mujeres realizando actividades cotidianas (trabajando, caminando o descansando) en caminos, veredas, puentes, casas, molinos o cercos, que representaban alguna modificación del medio. El paisaje en esos momentos representó un recorte del territorio a través de una mirada subjetiva del pintor compartida con los espectadores (Urquijo y Barrera, 2009, p. 234). En cuanto a la arquitectura, un ejemplo de ello es lo que se conoce como jardines renacentistas, impulsados por las élites de la época (reyes, nobles, jerarquía eclesiástica). Estos espacios surgieron en Roma y Florencia, y se componían por estanques, monumentos, ninfeos y esculturas, proyectadas mediante sistemas de terrazas y escalinatas, para adecuar las considerables pendientes y el complejo relieve, modificando así el paisaje. 

Antonio Vivarini (c. 1465-1470) El jardín del amor. Italia

Para los siglos XVIII y XIX el estilo pintoresco de los paisajes estaba cargado de connotaciones simbólicas, por ejemplo, las pinturas de plantaciones coloniales que denotaban lo civilizado al contrario de las tierras salvajes que debían ser colonizadas por los grupos hegemónicos. En el proceso de colonización e imperialismo las imágenes paisajísticas eran utilizadas para marcar la autoridad de la potencia colonizadora, incluso naturalizando y legitimando la colonización por medio del paisaje, enfatizando además las diferencias raciales o de género.    

Durante el siglo XIX el concepto paisaje transcurre de la mirada pictórica y estética al ámbito de la ciencia. Desde la ciencia, el paisaje se entendió como una unidad geográfica construida intrínsecamente por elementos humanos y naturales. Los poemas naturalistas y las crónicas y relatos de viajeros, son un nuevo modo de aproximarse al medio que genera una modelización científica del espacio, distinto a la representación estética que incluye sólo la percepción del artista. Esta aproximación científica del medio muestra el paisaje en su especificidad sin depender de los sentimientos del espectador. En el romanticismo alemán, que influye en el pensamiento de los científicos Alexander Von Humboldt y Karl Ritter, el sujeto contempla, siente e imagina, a través de la analogía, es decir, la correspondencia de una cosa con otra, pero también observa, piensa y razona. Acciones que posteriormente se separan. En el pensamiento de Humboldt, el paisaje es entendido como una unidad armónica de contenidos físicos y simbólicos, la objetividad y la subjetividad se funden en su percepción de lo natural(Urquijo y Barrera, 2009, p. 238)

José María Velasco (1893) Hacienda de Chimalpa. Cuadro en tela.

Precisamente la escuela alemana del paisaje es considerada una de las escuelas pioneras en la perspectiva científica del paisaje. En el siglo XIX, Alexander Von Humboldt señaló que los artistas y científicos deseaban conocer la naturaleza y comprender su orden, es decir, penetrar en sus misterios, en ese sentido el paisaje era visto como la herramienta para adentrarse en ese conocimiento (Ortega, 2010). El enfoque alemán consideró a la naturaleza como una totalidad conformada por elementos interrelacionados entre sí, ejemplo de ello son los trabajos de Carl Ritter, Alfred Hettner y posteriormente de Carl Troll, quienes hicieron énfasis en las conexiones de los fenómenos naturales y humanos, aunque se enfocaron más en los aspectos físicos, como el relieve, el clima, los cuerpos de agua y la flora.

Estas consideraciones del paisaje desde la perspectiva científica no deben verse como elementos aislados. Por ejemplo, el pintor alemán Caspar David Friedrich, plasmó en 1810, la pintura denominada Arcoíris en un paisaje de montañas, el cual representaba el norte de Bohemia, con el Monte Rosenberg en el centro, y sobre él, aparecen un grupo de nubes densas y un arcoíris que atraviesa la pintura de extremo a extremo. Otros ejemplos son las pinturas realistas Las Espigadoras (1857) y El Ángelus (1859) de François Millet, las cuales plasmaban las actividades económicas y culturales de las sociedades rurales francesas, en las cuales además se resaltan rasgos del paisaje (cielos nublados, espacios campestres). En ese tenor, las pinturas que mostraban paisajes europeos de artistas como Berthe Morisot, Camille Pissarro, Paul Cézanne, Alfred Sisley y Claude Monet, también fueron fundamentales para comprender la realidad social desde nuevas aristas. Precisamente la obra de Monet denominada Impresión, sol naciente (1872) dio nombre al movimiento que se conoció como Impresionismo, el cual, entre otros rasgos, se caracterizó por plasmar las diferentes manifestaciones de la luz a lo largo de un día o del año, por lo cual se plasmaron en el lienzo diversos elementos del paisaje, tanto físicos (mares, ríos, bahías, campiñas, montañas), como sociales (catedrales, puertos, jardines).

Caspar David Friedrich (1810) Arcoíris en un paisaje de montañas 

François Millet (1857) L´ Angelus

 Claude Monet  (1872) Impresión del Sol naciente

En ese contexto, la escuela francesa de geografía, también realizó propuestas trascendentales en relación al paisaje como categoría analítica, siendo uno de sus precursores Paul Vidal de la Blache, quien se interesó por analizar el conjunto de técnicas y de herramientas que los humanos ponen en funcionamiento para transformar el marco donde habitan y adaptarlo a sus necesidades, mediante la disponibilidad sobre aquello que la naturaleza les permite. Esta perspectiva era una manifestación antagónica al determinismo alemán, el cual tenía su sustento teórico en el concepto de espacio. A la corriente que encabezó Vidal de la Blache se le conoció como posibilismo, término que acuñó el historiador Lucien Febvre, en alusión a la posibilidad de transformar la naturaleza, controlar el medio por parte de las sociedades humanas y no ajustarse a un papel pasivo, como lo sugería el determinismo (Buttimer, 1980, pp. 59-74).

En ese contexto, Vidal de la Blache señaló que el objeto de la Geografía era la relación hombre-naturaleza, la cual se llevaba a cabo en un área de ocurrencia, que era el paisaje, y que el trabajo humano se destacaba en la transformación del medio. Para comprender este punto formuló el concepto de “géneros de vida”, en relación a cómo los cambios obedecían no solamente a “poderes naturales” sino a una realidad social que necesita estudiarse; por tanto, las técnicas y hábitos humanos son los que permiten el uso de los recursos naturales (Vidal de la Blache, 1911, pp. 193-212). Esta perspectiva también fortaleció el concepto de región como unidad de análisis y se estableció una relación entre la transformación del paisaje y la conformación de regiones y sus límites. 

En el ámbito anglosajón, Carl Sauer se preocupó por criticar el determinismo ambiental y rechazar al positivismo, al preferir explicaciones más orientadas hacia la comprensión de procesos históricos que permitieran analizar la diversidad cultural y los procesos ambientales en el mundo. Para consolidar su perspectiva, Sauer impulsó en Berkeley, ideas como la morfología del paisaje y el paisaje cultural. Sauer señaló que el paisaje cultural representaba la adaptación humana regida por sus creencias, valores y avances técnicos, de tal manera adquirían así una dimensión histórica. En consecuencia, el paisaje es un organismo complejo, que se construye mediante asociaciones y combinaciones de elementos naturales y materiales, y la incorporación de obras realizadas por los grupos humanos que son su expresión cultural sobre el paisaje natural (Sauer, 1963). En ese contexto, Sauer también considera que “El paisaje no es simplemente un escenario actual contemplado por un observador. El paisaje geográfico es una generalización derivada de la observación de escenarios individuales” (Sauer, 1963, p. 6). Es decir, que el paisaje se vincula con la percepción de quien lo ve, mira y analiza.

Jeena Paradies (2017) Temple pair. Japón.

Este recorrido histórico sirve para comprender porque para Denis Cosgrove (2002, pp. 66-70), ver es un acto físico pasivo para detectar el mundo exterior con los ojos, mientras que mirar implica un movimiento intencionado de los ojos hacia el objeto de interés. En razón de este punto, existe una relación muy estrecha entre el paisaje y el ejercicio de la vista, puesto que es un proceso cognoscitivo que parte de una acción fisiológica que involucra el empleo del ojo dirigido hacia el paisaje, que trasciende más que la huella pasiva y neutra de las imágenes por la luz en la retina del ojo, por tanto, la visión también se relaciona con la imaginación y la capacidad de crear imágenes en la mente, donde el creador toma sus experiencias anteriores.

En ese sentido, como sostiene Julio Caro Baroja (1990, p. 18) “el ojo, órgano fundamental de la percepción en el ser humano, se carga de distintas notas según la cultura de la sociedad en que nace: abre y cierra horizontes y cielos de acción, es un órgano con significado social y colectivo”. Es decir, la mirada del ser humano es capaz de captar significados y significaciones a lo largo del tiempo y en un mismo espacio, para hacer ver como en un mismo medio, los ojos de los humanos han percibido rasgos o elementos con significación muy  distinta entre sí, en épocas diferentes según intereses: es decir puntos de vista varios.

Se debe tomar en cuenta que las ideas y las experiencias modernas que se tiene sobre el paisaje han evolucionado no solo con los cambios en la propiedad y uso de la tierra, sino también con las tecnologías que se emplean para la visión y representación del espacio. En ese sentido, pensemos en el uso creciente -aunque desigual- de la televisión, cámaras digitales, celulares, tabletas, fotografías aéreas, drones e Internet, que hacen que nuestras percepciones sensoriales se modifiquen, aunque también a través de esas herramientas transformamos nuestros paisajes.

En cuanto a nuestras percepciones, se debe considerar que existen políticas públicas y de ordenamiento territorial que toman como referencia al paisaje para mejorar la imagen de las poblaciones rurales o del ámbito urbano. Para Florencio Zoido (2006) el paisaje es un concepto que atraviesa una etapa de revalorización, aunque al respecto existe una paradoja, puesto que al aumentar el aprecio social de los paisajes, se intensifica la degradación de muchos de ellos. Si bien el ordenamiento territorial en el primer tercio del siglo XX, encontró su base en las teorías del desarrollo regional, durante las dos primeras décadas del siglo XXI, obedece a parámetros económicos, de concentración y centralización, para distribuir presupuestos públicos; ejemplo de ello es  la diversidad en la organización territorial de los Estados europeos, con las netas diferencias existentes en sus niveles de desarrollo, poblamiento y extensión, lo cual vuelve al ordenamiento selectivo del análisis y el diagnóstico (Zoido, 2006, pp. 73-82).

“El paisaje ha sido un concepto clave para abordar investigaciones referentes a la configuración territorial, establecimiento de redes y escalas espaciales, percepción, intervención y/o manejo de la naturaleza” (Urquijo y Barrera, 2009, p. 230). Es decir, en el paisaje confluyen los aspectos naturales así como los socioculturales e incluye una posición unificadora entre la naturaleza y la cultura puesto que se perciben como un proceso continuo, más que como una forma terminada (Cosgrove, 2002, p. 78).

El paisaje, como lo consideraba Vidal de la Blache, está vivo en sí mismo. Los objetos que existen juntos en el paisaje, existen en interrelación. Ellos constituyen una realidad de conjunto que no puede ser entendida por separado, sino que debe ser considerada cada una de sus partes integrantes. En ese sentido el paisaje se constituye a partir de contextos espacio-temporales y de diversos sujetos sociales por lo que se deben considerar distintas formas de percepción e intervención paisajística, ya que el paisaje forma parte de una cosmovisión completa que se inserta en un proceso de larga duración en sociedades determinadas (Urquijo y Barrera, 2009, p. 231-32). Por lo que la invitación es a formarnos una idea del paisaje en términos de sus relaciones en el tiempo y en el espacio, es decir a partir de su historicidad.

Michael Beaton (2013) Berlín, Alemania 11.

En ese sentido el paisaje es la unidad espacio-temporal en la que convergen elementos de la naturaleza y la cultura en una sólida comunión. El paisaje es entonces una unidad física de elementos tangibles, visibles, olientes, audibles y degustables que puede tener uno o varios significados simbólicos o lecturas subjetivas de fuerte raigambre estético y ético, y que tienen su propia historicidad. (Urquijo y Barrera, 2009, p. 233). Por ello, para realizar un análisis más puntual de lo anterior, se expone la propuesta de Fernández Christlieb (2006, pp. 231-232), la cual distingue cinco acciones simultáneas que permiten comprender mejor el paisaje, veamos:

1. Reconocerse en un sitio o lugar. Implica descubrir las raíces que nos ligan a un lugar, de acuerdo a las sensaciones sensoriales. Reconocerse como parte de un colectivo en un lugar es comenzar a tejer una identidad entre sociedad y espacio.

2. Orientación. Implica saber dónde están los objetos, unos con respecto a otros y cómo se configura el sentido de movilidad en el espacio.

3. Marcas. Imposición de marcas en el espacio mediante rasgos artificiales que permitan hacer más evidente el sentido de orientación y delimitación de territorios.

4. Nombrar. Esto se refiere a la generación de toponimias de un lugar, lo cual refleja las relaciones de poder en el espacio.

5. Institucionalizar. Conferir a los lugares un sentido colectivo, ritualizarlo, festejarlo, racionalizarlo para su administración, para posteriormente clasificarlo y confeccionar una historia o leyenda.

Los puntos anteriores servirán al lector para comprender mejor el manejo político y económico que se tiene en el paisaje y las transformaciones que en él se llevan a cabo en distintas escalas (local, regional, estatal, nacional, global). Además permitirá no ver al paisaje desde una perspectiva lineal, sino interpretar sus diversas aristas y las relaciones de poder que ahí se manifiestan. Es decir, no se debe simplificar la discusión sobre el futuro del paisaje a una elección entre, por una parte, un mayor desarrollo de un paisaje dinámico, o, por otra, la conservación de los restos de “paisajes tradicionales”, porque esas ideas ofrecen una visión incompleta de las complejidades de las historias de los paisajes (Renes, 2009, p. 56).

Charlie Phillips (2009) Ancient and modern in central Rio. Brasil.

El paisaje además de ser un objeto de percepción y vivencias subjetivas, es además un producto social, es la proyección cultural y económica de una sociedad (Nogué, 2006, p. 135). En ese sentido es relevante atender al paisaje como categoría de análisis porque permite comprender los palimpsestos en un espacio geográfico, los vestigios económicos y culturales de grupos de poder, grupos en resistencia y las huellas de acontecimientos que están presentes en los imaginarios e idearios de las sociedades.

Palabras relacionadas: espacio, ciudad, región, economía

Bibliografía

Buttimer A. (1980), Sociedad y medio en la tradición geográfica francesa, Barcelona, Oikos-Tau.

Caro Baroja, J. (1990), Arte visoria y otras lucubraciones pictóricas, Barcelona, Tusquets.

Cosgrove, D. (2002), “Observando la naturaleza: el paisaje y el sentido europeo de la vista” en Boletín de la A.G.E., 34. pp. 63-89.

Fernández F. (2006) “Geografía Cultural” en Hiernaux, Daniel y Alicia Lindón (Dirs.), Tratado de Geografía Humana, México, Anthropos. UAM-I.

Maderuelo, J. (2006), El paisaje. Génesis de un concepto, Madrid, Abada Editores.

Nogué, J. (2006) “La producción social y cultural del paisaje” en Mata, Rafael y Tarroja, Álex (Coords.), El paisaje y la gestión del territorio. Criterios paisajísticos en la ordenación del territorio y el urbanismo, Barcelona, Visiones.

Ortega N. (2010), El paisaje: valores e identidades, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid.

Renes, J. (2009), “Paisajes europeos: continuidad y transformaciones” en Maderuelo, Javier (Dir.), Paisaje e historia, Madrid, Abada Editores.

Sauer, C. (1963), La morfología del paisaje en Leighly, John Land and Life, A selection of the writings of Carl Ortwin Sauer, Berkeley, Los Angeles, London, University of California Press, pp. 321-350.

Sauer, Carl O. (2006), “La morfología del paisaje” en POLIS, Revista Latinoamericana, 5 (15). Disponible en:   https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=30517306019

Urquijo, P. y Barrera N. (2009), “Historia y paisaje. Explorando un concepto geográfico monista” en Andamios Revista de Investigación Social, vol. 5, núm. 10, pp. 227-252.

Vidal de La Blache, P. (1911), “Les genres de vie dans la géographie humaine” en Annales de Géographie, v 20, no.111. pp. 193-212.

Zoido, F. (2006), “El paisaje y su utilidad para la ordenación del territorio” en Geocalli, Año 7, núm. 14, Universidad de Guadalajara, CUCSH. pp.67-125.

Vínculos de interés:

Explora el mundo en este mapa 3D y descubre información importante sobre sus paisajes: Explore Landscapes – Half-Earth

Para revisar un ejemplo de las transformaciones que sufre el paisaje, puedes leer la siguiente investigación: De montaña, milpa y cañaveral. Transformaciones percibidas de los paisajes en la costa de Chiapas | Investigaciones Geográficas, Boletín del Instituto de Geografía

Para leer el informe de la UNESCO sobre la transformación del paisaje cultural haz clic en la siguiente liga: Un Informe evalúa la transformación del paisaje cultural mundial diez años después de la adopción de la Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales | Diversidad de las expresiones culturales

Para ver una TEDTalk sobre paisajes culturales haz clic aquí: What Do Landscapes Tell Us About Our Culture? | Linnea Sando | TEDxHelena

Para ver una entrevista con el geógrafo Carl Sauer haz clic en la siguiente liga: Carl Sauer interview – 1970

Acerca de los autores

Jonathan Montero Oropeza

Licenciado en Geografía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), maestro en Geografía Humana por El Colegio de Michoacán, Unidad La Piedad y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Guadalajara (UdeG). Se ha desempeñado como profesor en la Universidad de Guanajuato, Campus León, en las licenciaturas de Desarrollo y Gestión del Territorio, Trabajo Social, Sociología y Ciencias Políticas y Administración Pública. Actualmente es profesor en la licenciatura de Desarrollo Territorial en la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES), Unidad León, de la UNAM. Candidato a Investigador del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Sus líneas de investigación son: geografía del deporte, sociología de empresas y empresarios; desarrollos geográficos desiguales; geografía cultural y geografía del turismo.

Anabell Romo González

Licenciada en Historia. Maestra en Estudios Latinoamericanos. Candidata a Doctora en Estudios Latinoamericanos, con la investigación: “La cultura hispanoamericana y las ciudades letradas. La Real Universidad de México y la Universidad Mayor de San Marcos de Lima en el siglo XVI”.

Profesora de Metodología de las Ciencias Sociales I y II en el Departamento de Historia en el Sistema de Universidad Abierta y Educación a Distancia (SUAyED) y de Geografía e Historia en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM. Responsable del proyecto de investigación “La Metodología de la Historia en el siglo XXI” de la FFyL, PIFFYL 2016 026. Ha colaborado en los proyectos de investigación La expansión marítima de Europa y sus efectos en América y Centroamérica y México durante la independencia realizando labores de investigación archivística, documental y bibliográfica. Ha participado en seminarios y encuentros de investigación como el Seminario de Estudios Novohispanos, el Encuentro de Investigadores del Pensamiento Novohispano y el Seminario Internacional sobre Asia Oriental y América. Actualmente es miembro ordinario de la Asociación Interdisciplinaria para el estudio de la Historia de México.


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Historia Agrícola

Agricultura

Autor:Juan Carlos Morales Soto

Las palabras en ícola son adjetivos que pertenecen a dos patrones diferentes: el relacional agrícola, ‘relativo a la agricultura’; y el locativo cavernícola ‘que vive en las cavernas’ (Rainer, 2007, pp. 335-336). Además de estos dos patrones, el latín conoció otro que significa ‘que adora o que venera a’, añadiendo el sustantivo base como por ejemplo Christicola (cristiano). Existe otro patrón de uso donde –cola significa ‘que labra, que cultiva’: agricola, vinicola, vitícola (Rainer, 2007, pp. 335-339). Según el mismo Rainer este patrón relacional no proviene de un antecedente latino, sino que, en realidad, este patrón tiene un origen francés, donde el uso adjetival de agricole parece haber sido introducido por los fisiócratas, en la segunda mitad del siglo XVIII, y en cuya teoría económica la agricultura ocupaba el lugar central.

Werner Bayer (2018) Hemel en Aardde-Spookfontein. Hermanus: Creation.(Fotografía) Recuperada de Flickr: https://www.flickr.com/photos/wbayercom/27173089708/

Antes que los fisiócratas Richard Cantillon escribió alrededor de 1730 su Ensayo sobre la Naturaleza del Comercio en General. Esta obra fue publicada en 1755 y en ella se refiere a la agricultura tomando como ejemplo a las provincias del sur de China, en donde la tierra producía arroz hasta tres veces al año y rendía hasta cien veces la semilla, todo ello gracias al cuidado que tienen por la agricultura y por la bondad de la tierra que nunca descansa (Cantillon, 2011, pp. 15-24). Cantillon se convirtió en la base de los posteriores estudios de François Quesnay y los fisiócratas, incluyendo a la tradición clásica con Adam Smith y David Ricardo. William Stanley Jevons llegó a considerar este ensayo como el primer tratado sistemático sobre economía. El concepto de valor intrínseco de Cantillon sirvió a los fisiócratas para definir el concepto de producto neto (produit net).

Bernigeroth, Johamm Martin (1748) Imágen de F. Quesnay. Leipzig: Bibliotea de la Universidad de Leipzig. (Fotografía) Recuperada de Flickr: https://www.flickr.com/photos/ubleipzig/16833570417/

La corriente de los fisiócratas fue fundada por François Quesnay y Víctor Riqueti, Marqués de Mirabeau en 1757. Su objeto de investigación fue el sistema económico francés de mediados del siglo XVIII, en los albores del capitalismo. Claudio Napoleoni (1981, pp.17-30) sostiene que los fisiócratas consideraban que las formas no capitalistas de la agricultura existentes a mediados del siglo XVIII eran una fase de transición hacia formas de desarrollo capitalistas. Dado que la tesis fisiocrática principal es que el excedente sólo es posible dentro de la agricultura, se podría sostener que el capitalismo sólo tendría sentido dentro de un sistema en donde esta era la actividad principal.

El producto neto (produit net) entendido como el excedente del proceso de producción exclusivamente agrícola, significa un acercamiento primitivo a la idea de la generación de riqueza. En esta concepción de los también denominados économistes está ausente una teoría del valor, no obstante, su importancia radica en que con ellos nace la idea del producto neto entendido como excedente y con ello el punto de partida de los estudios de Adam Smith y del pensamiento clásico.

François Quesnay construye su famoso Tableau Économique sobre la base de la teoría del producto neto, y representa el esquema de funcionamiento del sistema económico. En su esquema Quesnay señala que la sociedad está dividida en tres clases, de acuerdo con las actividades económicas que realizan, nótese como la agricultura es entendida por Quesnay como la actividad primordial:

  1. La Clase Productiva comprende a todos los hombres empleados en los trabajos necesarios para obtener los productos de la tierra destinados a la satisfacción de los hombres, la agricultura. Aquí se incluyen arrendatarios capitalistas y asalariados;
  2. La Clase Estéril que la integran aquellos miembros de la sociedad cuya actividad se encuentra al margen de la agricultura, y cuyo trabajo no es productivo sino estéril, ya que no producen riqueza, excedente, como la industria y el comercio;
  3. La Clase Propietaria de tierras que, si bien no desarrolla ninguna actividad económica, recibe en forma de renta de la tierra el equivalente a todo el producto neto atribuible a la tierra. De esta clase forman parte los soberanos, la aristocracia y la Iglesia (Napoleoni, 1981, pp.115-132).

En su Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones de 1776, Adam Smith considera que la agricultura ya no tiene el papel central que tenía con los fisiócratas, y se supedita a la dinámica de la acumulación del capital de la economía como un todo, y esto se debe al cambio sobre la naturaleza del excedente económico que va del trabajo agrícola al trabajo en cuanto tal. Toda la riqueza de las Naciones es fruto del trabajo humano. Ya no es sólo la agricultura la actividad productiva, producto de la fertilidad de la tierra, sino ahora todo trabajo que se supedita a la división del trabajo y su especialización produce un excedente superior a sus costos productivos (Corazza y Martinelli Jr., 2002, p. 16). Sin embargo, la agricultura sigue siendo importante dentro del análisis económico de Adam Smith, al considerar que el trabajo agrícola es más productivo que el realizado en las manufacturas y el comercio. El filósofo y economista escocés señala que la causa principal de los rápidos progresos que hicieron las colonias británicas en América se debió a que se empleó la mayor parte de sus capitales en la agricultura. Los trabajadores agrícolas no sólo producen para su propia subsistencia y para beneficio de sus patrones, sino que además crean una renta para los propietarios de la tierra (Smith, 2017, pp. 331-338).

Viala, P, Ravaz, L (1893) Revue de viticulture: organe de l´agriculture des regions viticoles. Paris: Bureaux de la Revue de Viticulture. University of Ilinois-Champaign. Recuperada de Flickr: https://www.flickr.com/photos/internetarchivebookimages/14595117910/

Sin embargo, a pesar de que el sector agrícola deja de ser el centro dinámico de la economía en la estructura del análisis clásico, el estatus que la agricultura ocupa como productora de alimentos y materias primas para la industria es importante, ya que su comportamiento tiene efectos que afectan a toda la dinámica económica, es decir, la expansión agrícola depende de la demanda de alimentos, motivada tanto por el crecimiento demográfico como por el propio crecimiento económico. Lo fundamental es que este aumento de la demanda de productos agrícolas tiene efectos distributivos sobre las clases sociales, hecho que también afecta la dinámica del propio crecimiento económico (Corazza y Martinelli Jr., 2002, p. 17). La progresiva riqueza y el crecimiento de las ciudades es una consecuencia proporcionada por la mejora y cultivo de los campos en toda sociedad política; el comercio y las manufacturas de las ciudades no fueron efecto, sino causa de las mejoras y progresos del cultivo de los campos. Los rápidos adelantos de las colonias inglesas de América del Norte, apunta Smith, tuvieron su principal apoyo en la agricultura (Smith, 2017, pp. 371-372).

Los trabajadores que se emplean en la agricultura, además de reproducir un valor igual al de su propio consumo, también producen un valor mucho mayor, son los trabajadores agrícolas quienes engendran la reproducción de la renta del terrateniente, y dependiendo de la fertilidad natural de la tierra, será mayor o menor según las facultades productivas de esta. No existe manufactura alguna que contenga el mismo nivel de trabajo productivo que el existente en la agricultura. El capital invertido en la agricultura no sólo moviliza mayor cantidad de trabajo productivo al invertido en las manufacturas, sino que, además -guardando las proporciones- agrega más valor al producto anual de la tierra y del trabajo del país, a la riqueza real y al ingreso de sus habitantes (Napoleoni, 1981, pp. 56, 57).

En sus Principios de Economía Política y Tributación (1817), David Ricardo, comienza definiendo a la economía política como la ciencia que determina la distribución del producto de la tierra, es decir, aquello que se obtiene de su superficie mediante la aplicación aunada del trabajo, de la maquinaria y del capital, -renta, utilidad y salarios-, entre las clases en que la sociedad se haya dividida: el propietario de la tierra, el dueño del capital necesario para su cultivo, y los trabajadores por cuya actividad se cultiva. Con ello, Ricardo, reconoce el carácter plenamente capitalista de la economía y una sociedad dividida en tres clases: trabajadores, propietarios del capital y propietarios de tierras (Ricardo, 1973, p. 5).

En Ricardo, la productividad agrícola también condiciona toda la economía, afectando no sólo el valor de los alimentos y los salarios industriales, sino también las inversiones, las ganancias y el crecimiento del producto nacional. La importancia de la agricultura en el pensamiento de Ricardo es tal que la evolución del producto de la tierra tendrá el poder de determinar no sólo la tendencia del desarrollo económico, sino también la distribución de la riqueza entre las clases sociales. La principal idea de Ricardo era que del beneficio que se forma en la agricultura se desarrolla también el tipo general del beneficio en todo el sistema económico (Napoleoni, 1981, pp. 67-69). De este modo, para David Ricardo el beneficio del capital disminuye simplemente porque no puede obtenerse tierra igualmente apta para producir alimentos, y el grado de disminución de los beneficios y el alza de las rentas depende enteramente del aumento en los gastos de producción al echar a andar tierras con menor fertilidad (Ricardo, 1973, pp. 51-55).

Se puede decir que el modelo económico de Ricardo considera la economía como si se tratara de una gran finca agrícola, dedicada a la producción exclusiva de trigo, aplicando cantidades homogéneas de capital y mano de obra sobre una porción fija de tierra sujeta a rendimientos decrecientes y de la cual se extraía conclusiones generales sobre la dinámica de la economía en su conjunto. Si el precio del grano y de los salarios permanecieran constantes, aún así disminuirían los beneficios y aumentarían las rentas debido a la utilización de más mano de obra en tierras cada vez más lejanas y menos fértiles (Corazza y Martinelli Jr., 2002, p. 19). La comprensión del progreso económico dependía de la comprensión de las fuerzas que influyen en el comportamiento de la tasa de ganancia de la agricultura, que tendía a determinar, a través de los precios de los alimentos y los salarios, la tasa de ganancia de la economía.

A pesar de esto, Ricardo rechazó la visión fisiócrata de que la agricultura era el único sector productivo de la economía. Para él, la primacía de la agricultura no era real, sino sólo analítica, y las conclusiones extraídas de su modelo agrícola podrían ser válidas para toda la economía, ya que el mercado tendería a generalizar el comportamiento de las ganancias en la agricultura y el resto de la economía.

Frank Brothers (1880) Farm and Mill Machinery. Oregon: West Shore, April.(Fotografía) Recuperada de Flickr: https://www.flickr.com/photos/wsl-libdev/15846026975/

En El Capital Karl Marx sostiene que es en el entorno de la agricultura donde la gran industria interviene de la manera más revolucionaria al liquidar al bastión de la antigua sociedad, el “campesino”, sustituyéndolo por el asalariado (Marx, 1987, p. 611). Al momento en que la industria se apodera de la agricultura, disminuye también la demanda de población obrera rural, la cual decrece en la medida en que aumenta la acumulación del capital en esta rama. Así, la agricultura comienza a jugar un papel subordinado al capital industrial, y esta subordinación resulta de la penetración del capitalismo en el campo, que no sólo transforma las formas de propiedad de la tierra, sino también las relaciones laborales y la propia producción agrícola. Y es que, en ninguna otra parte se pone de manifiesto más brutalmente el carácter antagónico de la producción y acumulación capitalistas que en el progreso de la agricultura y en el retroceso del obrero agrícola.

La expropiación de la población rural trajo consigo la incorporación de un mayor número de proletarios a la industria urbana. Pero el menor número de trabajadores agrícolas no disminuyó el rendimiento de la tierra, al contrario, el suelo seguía rindiendo el mismo producto de siempre, o más, porque la revolución en las relaciones de propiedad de la tierra iba acompañada de métodos de cultivo perfeccionados, concentración de los medios de producción, mayor intensidad laboral de los asalariados rurales y, además, la población rural liberada ahora tendría que adquirir sus medios alimentarios del capitalista industrial bajo la forma de salarios y bajo la forma de mercancías en el espacio de intercambio: el mercado (Marx, 1992, pp. 800-933).

A medida que el modo de producción capitalista dominaba la agricultura se pasó de una agricultura de subsistencia familiar a una agricultura capitalista, cuyos productos ya no tienen la naturaleza de simple alimento, sino que se convierten en bienes o medios para producir valores de cambio. La moderna agricultura capitalista empobrece al obrero rural y esquilma la tierra pues cada nuevo paso en el proceso de intensificación de la fertilidad del suelo implicó también un nuevo paso hacia el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan la fertilidad. Será a través de la maquinaria que la gran industria proporcione la base de la agricultura capitalista, expropiando radicalmente a la inmensa mayoría de la población del campo y remate con el divorcio entre la agricultura y la industria doméstico-rural. Sólo ella podrá conquistar para el capital industrial todo el mercado interno (Marx, 1992, pp. 935-937).

Viala, P, Ravaz, L (1893) Revue de viticulture: organe de l´agriculture des régions viticoles. Paris: Bureaux de la Revue de Viticulture. University of Ilinois-Champaign. Recuperada de Flickr: https://www.flickr.com/photos/internetarchivebookimages/14595117910/

Después de Marx, los modelos neoclásicos y keynesianos no le dieron a la agricultura gran relevancia teórica. A partir de la década de 1950, el mismo debate se desarrolló en el marco del pensamiento estructuralista de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. La CEPAL ha hecho aportes relevantes para el desarrollo regional y sus teorías y visiones han sido escuchadas en muchos lugares del mundo. La CEPAL es referencia obligada para quienes estudian la historia económica de la región en los últimos tiempos, desde allí Raúl Prébisch señaló tres características de los países no desarrollados:

  1. Cuentan con una elevada proporción de su población laborando en la agricultura y demás ramas de la producción primaria;
  2. Esa misma población trabaja con una técnica primitiva, inferior a la de los países desarrollados;
  3. La tasa de crecimiento de su población era muy elevada.

Las dos primeras características tenían una estrecha relación. Si existía un alto porcentaje de población laborando en actividades primarias era debido a la utilización de técnicas primitivas. Como parte de la solución a este problema Prebisch apuntaba hacía el gradual incremento de la técnica productiva moderna en la agricultura y aumentar con ello la productividad del sector, lo que a su vez traería como consecuencia la progresiva reducción de la población que trabajaba en la agricultura. Al mismo tiempo, este desplazamiento de la población activa del sector primario significaba la necesidad de crear un proceso de industrialización en los países no desarrollados. ¿Qué sentido tendría el progreso técnico en la agricultura si la gente así desplazada por ese progreso técnico no pudiera emplearse en otras actividades productivas? Por lo que la industrialización de la periferia ya no se plantea como una elección, sino como una necesidad imperiosa del proceso de desarrollo de un país (Prebisch, 1951, 4-10).

Palabras relacionadas: cultivo comercial, región, pensamiento clásico

Vínculos de interés:

Datos de agricultura en México:

https://www.inegi.org.mx/temas/agricultura/

Datos de agricultura a nivel mundial:

https://wmich.edu/globalstudies/world-agricultural-production

https://www.worldbank.org/en/topic/agriculture/overview

Bibliografía

Cantillon, Richard. (1755). Essai sur la Nature du Commerce en Général, pdf. Institut Coppet, Paris, décembre 2011. Versión electrónica: www.institutcoppet.org, https://www.institutcoppet.org/wp-content/uploads/2011/12/Essai-sur-la-nature-du-commerce-en-gener-Richard-Cantillon.pdf

Corazza, Gentil y Martinelli, Orlando Jr. (2002). Agricultura e Questão Agrária na História do Pensamento Econômico. In: Revista Teoria e Evidência Econômica, v. 10, n 19. Passo Fundo, 2002. Versión electrónica: http://cepeac.upf.br/download/rev_n19_2002_art1.pdf

David Ricardo. (1817). Principios de Economía Política y Tributación. Segunda reimpresión, 1973. Fondo de Cultura Económica. México, D.F.

Marx, Karl. (1867). El Capital, Tomo I/Vol.2, Libro Primero. El Proceso de Producción del Capital. Decimotercera edición en español, 1987. Siglo XXI editores. México.

Marx, Karl. (1867). El Capital, Tomo I/Vol.3, Libro Primero. El Proceso de Producción del Capital. Decimoquinta edición en español, 1992. Siglo XXI editores. México.

Napoleoni, Claudio. (1973). Fisiocracia, Smith, Ricardo, Marx. Segunda edición en lengua castellana. Libros de economía, Oikos 23. Oikos-tau, S.A. ediciones. Barcelona, España.

Rainer, Franz. (2007). El Patrón Agrícola ‘Relativo a la Agricultura’. Origen y Desarrollo. Universidad de Ciencias Económicas y Empresariales de Viena, pdf. Versión electrónica: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2568494

Prebisch, Raúl  (1951). “Problemas del desarrollo económico en América Latina”, Conferencia N” 1, Centro Latinoamericano de Capacitación en Planes y Proyectos Agropecuarios y Materias Conexas, Santiago de Chile, 23 de octubre de 1951, mimeo.

Smith, Adam. (1776). Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones. Vigésima reimpresión, 2017. Fondo de Cultura Económica. Ciudad de México, México.

Acerca del autor

Juan Carlos Morales Soto

Es licenciado en Economía por la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en donde defendió la tesis: “El Impacto de la Jubilación en México. El Caso Telmex (2005-2016)”. Es especialista en Historia Económica (2021) por la Facultad de Economía de la UNAM con el ensayo: “El Impacto de la Estancia de Matías Romero en los Estados Unidos en su Proyecto de Reconstrucción de la Hacienda Pública Mexicana, 1868-1872”. Profesor de francés en el CELEX de ESIME Culhuacán, del Instituto Politécnico Nacional de cuya práctica se han derivado traducciones francés-español para la Revista Momento Económico del Instituto de Investigaciones Económica de la UNAM.

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Historia del Pensamiento Económico

Monetarismo

Autor:César Duarte Rivera

El monetarismo se emplea para referirse a una corriente de pensamiento económico que se enfoca en el impacto que tienen las variables monetarias sobre las variables reales dentro de la economía. Adicionalmente se asocia con una serie de medidas de política económica que tienen como fin el control del nivel de precios, con el objetivo de evitar presiones inflacionarias sobre la economía. Dado que consideran que la mejor manera de alcanzar este objetivo es disminuyendo al mínimo la intervención directa del Estado dentro de la economía, se le asocia directamente con el neoliberalismo y las políticas económicas emanadas de esa perspectiva. No obstante, el término monetarismo ha sufrido una serie de transformaciones desde sus primeros usos.

            El interés por la influencia de las variables monetarias sobre las variables reales se remonta por lo menos a los estudios mercantilistas del siglo XVI en Europa. La producción de las minas de América aumentó de manera considerable la cantidad de metales preciosos en circulación lo que llamó la atención en torno a los efectos de este acontecimiento. Mientras que algunos autores consideraban que los cambios en la cantidad de dinero generaban inflación, otros creían que ello podía estimular la actividad económica. Estos debates en torno a los efectos de la cantidad de dinero sobre las variables reales continuaron en la historia del pensamiento económico hasta el siglo XX, sin embargo, fue hasta que aparecieron las contribuciones de Milton Friedman que surgió el término “monetarismo”.

Milton Friedman

Friedman había venido trabajando en la Universidad de Chicago desde la década de 1950 desarrollando primero una teoría sobre la demanda de dinero y después, junto con Anna Schwartz, una explicación de la Gran Depresión enfocada en las variables monetarias. Sin embargo, sus ideas cobraron relevancia en la década de 1970, en el momento en que las teorías keynesianas surgidas de la síntesis neoclásica se mostraron incapaces de explicar el fenómeno de estancamiento económico con inflación conocido como estanflación. En The Role of Monetary Policy, Friedman explica que la estanflación ocurre porque el dinero es neutral en el largo plazo. Mientras que en el corto plazo cambios en la cantidad de dinero podían aumentar la demanda agregada y disminuir el desempleo, en el largo plazo los niveles de demanda regresarán al nivel original quedando como único efecto de la política económica el aumento del nivel de precios. La razón de ello se encuentra en las expectativas. Los agentes desconocen que los cambios en la demanda agregada son generalizados, consideran que el aumento en la demanda se localiza solamente en el bien o servicio que ellos ofrecen lo que les permitirá aumentar el precio y de esa manera incrementar sus ingresos. Por tanto, aumentan la demanda de insumos y mano de obra para poder ampliar la producción. Sin embargo, eventualmente se dan cuenta que el aumento en la demanda fue generalizado, lo que implica que los precios de todos los bienes aumentarán en la misma proporción, haciendo que su riqueza en términos reales se mantenga en el mismo nivel. Las expectativas se adaptan a esta nueva situación, haciendo que los niveles de producción regresen al nivel original, pero con un nivel de precios más elevado. En el largo plazo el dinero es neutral, no tiene efectos sobre las variables reales  (Friedman, 1977).

Hulton Archive (1973) Mujeres  y niños marchan para protestar contra el incremento en los precios de alimentos. Nueva York. © Keystone/Hulton Archive/Getty

            Por este motivo, la mejor política que puede seguir el gobierno es la no intervención. Cualquier intento de aumentar la demanda agregada, mediante gasto público o aumentos en la cantidad de dinero, lo único que generaría en el largo plazo sería inflación. Dado que es imposible para las autoridades estimular la producción, lo mejor que pueden hacer es enfocarse en controlar el nivel de precios. No obstante, dado que existe un banco central que tiene la obligación de proveer los medios de pago necesarios para realizar las transacciones económicas, lo mejor será establecer una regla de política monetaria que se haga pública y que establezca una tasa de crecimiento de la cantidad de dinero cada determinado tiempo. De esta manera los agentes sabrán que los aumentos en la demanda serán consecuencia de ese aumento en la cantidad de dinero (Friedman, 1969).

            En los años posteriores, las hipótesis de Friedman se radicalizaron, principalmente con la teoría de las expectativas racionales de Robert Lucas. Para este autor, los agentes son racionales y conocen el modelo teórico que explica el funcionamiento de la economía. Por este motivo, es imposible que interpreten un aumento generalizado de la demanda como un fenómeno único a su bien o servicio. El dinero es neutral no solo en el largo plazo, sino también en el corto plazo. Las autoridades serían así incapaces de aumentar la demanda agregada y disminuir el desempleo incluso en el corto plazo (Lucas, 1972).

Erhan Yalvaç. Stagflation

            La regla de política monetaria fue adoptada por la Reserva Federal de los Estados Unidos en 1979. La intención era controlar la oferta monetaria medida a través de los agregados monetarios con el fin de contener la inflación. No obstante, en 1987 el banco central abandonó estas medidas y regresó a una política monetaria implementada mediante el control de las tasas de interés. Se comenzó a hablar entonces del fin y la muerte del monetarismo (Blinder, 1998). No obstante, el término ha continuado en uso y la influencia de las ideas monetaristas sigue presente. Es común encontrar que las teorías conocidas como Nuevo Consenso Macroeconómico o Nuevos Keynesianos sean calificadas como monetaristas, especialmente desde perspectivas críticas. Se identifica que el monetarismo sigue vigente en estas ideas principalmente al adoptar la hipótesis de las expectativas racionales de Lucas y al proponer que los bancos centrales son capaces de controlar la inflación mediante la utilización de la política monetaria. 

Adicionalmente el término monetarismo se utiliza para referirse a las teorías y políticas económicas que concuerdan con los principios generales presentados por Friedman. Las teorías que explican cómo los cambios en la cantidad de dinero modifican el nivel general de precios o aquellas que defienden la política de no intervención gubernamental y el control de precios, suelen recibir el adjetivo de monetaristas. Por tanto, es común encontrar referencias a teorías monetaristas anteriores al siglo XX.

JD (2008) El espectro de la estanflación. Reino Unido: The Independent. 14 Mayo, 2008.

Palabras relacionadas: sistema monetario, economía, mercado, keynesianismo, pensamiento clásico.

Vínculos de interés:

Sobre la irrupción del monetarismo:

En torno a la llamada revolución monetarista:

Los límites del monetarismo:

http://dx.doi.org/10.22201/fe.18701442e.2008.1.22990

Bibliografía

Blinder, Alan S. (1998), Central Banking in Theory and Practice, Massachusetts, MIT Press.

Friedman, Milton (1969) “La función de la política monetaria” en CEMLA, Boletín Mensual, vol. 15, n. 4, pp. 166–175.

Friedman, Milton (1977), “Nobel Lecture: Inflation and Unemployment” en Journal of Political Economy, vol. 85, n. 3, pp. 451–472.

Lucas, Robert E. (1972), “Expectations and the Neutrality of Money” en Journal of Economic Theory, vol. 4, n. 2, pp. 103–124.

Acerca del autor

César Duarte Rivera

Doctor en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Licenciado y Maestro en Economía por la Facultad de Economía de la UNAM. Es profesor en la Facultad de Economía, en los programas de Licenciatura en Economía y de especialización en Historia del Pensamiento Económico. También ha sido docente en la Universidad Tecnológica de México, la Universidad Iberoamericana y en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha impartido las materias “Historia del Pensamiento Económico”, “Teoría de la historia”, “Historia financiera y monetaria” e “Historia de la Ciudad de México”. Ha participado en más de 10 congresos y/o seminarios como ponente, organizador o comentarista.

Sus investigaciones se han centrado en torno a discusiones de teoría monetaria y economía financiera y monetaria, específicamente sobre el funcionamiento de los sistemas monetarios tanto desde una perspectiva histórica como contemporánea. Adicionalmente ha trabajado temas relacionados con historia del pensamiento económico. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel Candidato y desde septiembre de 2020 se encuentra realizando una estancia posdoctoral en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía llevando a cabo una investigación en torno a la política monetaria en los Estados Unidos.

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Historia Comercial

Balanza comercial

Autora: Isabel Avella Alaminos

La palabra balanza entendida como “dos platos distantes en fiel y en equilibrio” (Covarrubias, 1611, p.270) supone una comparación entre dos elementos y, como señalaba un manual del siglo XIX, “según su acepción económica es el resultado de la comparación del valor que tienen los productos del trabajo de un país y del valor de lo que consume su población” (Ganilh, 1854, p.70). En tanto, comercio es un intercambio o compra-venta de mercancías (RAE, 2014). De esta suerte, el término balanza comercial o de comercio (balance of trade, en inglés) alude al “Estado comparativo de la importación y exportación de artículos mercantiles en un país” (RAE, 2014); es decir, se trata de un registro de las mercancías adquiridas (importaciones) y vendidas (exportaciones) por un país en el exterior. Es importante subrayar que, aun cuando la palabra mercancía abarca, en principio, a bienes y servicios, la balanza comercial se refiere, concretamente, al intercambio de bienes.

La utilización del término se remonta al siglo XVII, cuando los mercantilistas desarrollaron la teoría de la balanza de comercio, cuya base era la idea de que el nivel de riqueza de una nación podía modificarse a través de los flujos del comercio exterior. Como, según los mercantilistas, la riqueza existente, traducida en una cantidad de metales preciosos dada, era fija, si una nación quería incrementarla debía elevar el valor monetario de sus exportaciones y disminuir el de las importaciones: “[…] cuando prevalecían las primeras, era favorable la balanza, y el comercio se consideraba activo; cuando sobrepujaban las segundas, balanza adversa y comercio pasivo. El hecho es que la importación equivale a la exportación.” (Olivan, 1870, p.90) Este planteamiento mercantilista fue el punto de partida de la evolución posterior del término.

En el siglo XIX el uso de la palabra tuvo un alcance espacial diferenciado. En algunas ocasiones estuvo asociado al análisis de la situación comercial de una unidad geográfica regional distinta a la de un país; así, por ejemplo, en el Estado de México se estableció una Dirección general de rentas y se estipuló que “La dirección formará anualmente la balanza de comercio […]” (El Sol. Post nubila Phoebus, 24/VII/1830, p.1), en referencia a los intercambios locales. En el otro extremo, se habló de la balanza más allá de un solo país, como en el título “La balanza de comercio entre las Américas” (La Iberia: diario de la mañana, 24/IV/1910). Incluso se llegó a plantear la existencia de una balanza comercial global, como sucedió en una publicación latinoamericanista cuando se decía, a propósito de Colombia: “En sentido económico necesitamos levantarnos, pensar en que existe la balanza comercial del mundo en la cual nos está correspondiendo la parte más desgraciada y ser potencia productora.” (Revista Latino-Americana, 30/VII/1900, p.980).

Sin embargo, el término refirió, por lo regular, al comercio exterior de un país con otro o con el resto del mundo -vgr., la balanza de comercio exterior de México de 1887-88 (El Economista Mexicano, 18/I/1890, p.320)- y su uso se relacionó con la discusión teórica sobre su alcance conceptual y utilidad en materia de política económica.

En cuanto a su alcance, fueron recurrentes las críticas a las limitaciones que había para calcular la balanza de comercio. Por ejemplo, el autor de un manual del siglo XIX se preguntaba: “¿Cómo y sobre qué bases se ha de establecer el valor de los productos extranjeros? ¿Por lo que ha costado el producirlos, por lo que valen en el mercado interior, o por lo que valdrán vendidos en mercado extranjero? […] Las mismas dificultades se presentan para valuar las importaciones.” (Ganilh, 1854, pp.71-72). Un semanario de la época señalaba a propósito de ello, que el concepto no tomaba en cuenta elementos como la reexportación que podían “modificar en sentido inverso el resultado del parangón que se establece entre las importaciones y las exportaciones.” (Semana Mercantil, 12/I/1890, p.568). Por añadidura, en otro texto se afirmaba que la balanza “[…] carecía de exactitud, porque ni podía comprender los valores remitidos por letras de cambio, ni otras prestaciones privadas, ni tampoco los movimientos clandestinos del contrabando.” (Olivan, 1870, p.91).

Con respecto a su utilidad, la transformación del término en el contexto del siglo XIX se vinculó con la idea del proteccionismo para desarrollar la economía propia, en contraposición con el libre comercio postulado por Adam Smith. Así, un manual de mediados de siglo precisó que la diferencia entre el sistema de balanza comercial antiguo, es decir, mercantilista, y el moderno, era “que el antiguo sólo tendía a acumular en la nación oro y plata, y el moderno a que todo se produzca dentro del país para que no dependa de los extraños.” (Anónimo, 1845, p.135). En este sentido, el economista germano List preguntaba, dirigiéndose a quienes afirmaban que la balanza de comercio era una falacia: “¿Cómo es que una balanza de comercio decidida y continuamente desventajosa ha estado siempre y sin excepción acompañada […] por crisis comerciales internas, revoluciones en precios, dificultades financieras, y quiebras generales […]?” (List, 1909 (or.1841), p.206).

Sin embargo, con la difusión de la economía liberal se fue abriendo camino la certeza de que el canon mercantilista debía, cuando menos, matizarse. Sobre “la política de lograr una ‘balanza de comercio’ favorable mediante el incremento de las exportaciones y la disminución de las importaciones, suponiendo así que la ganancia en el comercio internacional no era mutua”, John Stuart Mill asentó que el error era suponer que una nación podía comprar sin vender y en ignorar que el dinero era un instrumento, no el fin de la economía (Mill, 1885 (or.1848), p.11). En apoyo a estas ideas, un semanario comentó: “el fenómeno que ofrece Inglaterra desde hace más de medio siglo, con un exceso enorme de importaciones sobre exportaciones, derriba y nulifica la idea de que un pueblo, para florecer, necesita equilibrar el balance de su comercio exterior.” (Semana Mercantil, 12/I/1890, p.568). Más aún, una revista afirmaba, categóricamente, que “La Balanza de Comercio dio origen a absurdos tratados diplomáticos, a guerras muy sangrientas, al desprestigio de todas las industrias y a conflictos muy graves y constantes entre la libertad natural del trabajo y las restricciones que imponía el sistema de la Balanza.” (Revista Financiera Mexicana. Semanario estadístico, comercial e industrial, 24/I/1890, p.1).

Durante la primera mitad del siglo XX la acepción de la balanza comercial continuó siendo motivo de debates sobre su pertinencia y utilidad. Una publicación temprana sostenía, por ejemplo: “Mientras los Gobiernos sólo piensan en cerrar las compuertas aduaneras, para que la balanza comercial no les resulte contraria, el socialismo científico demuestra que tal pretensión es insensata […]” (“El problema de la carne”, El Progreso de México, 8/X/1910, p.438). Por su parte, un diario observó que una balanza comercial favorable no necesariamente garantizaba el equilibrio monetario: “Llama poderosamente la atención que, siendo la balanza comercial favorable a México en una proporción igual a casi el doble de nuestras importaciones, el oro tenga descuento contra los dólares, explicándose esa situación anómala por el hecho de que el importe de muchas de nuestras materias primas queda en el exterior.” Esto mostraba que los efectos de la balanza no sólo dependían del monto exportado, sino del perfil de las exportaciones (El Heraldo de México, 3/IX/1920, p.4).

En la misma línea crítica de pensamiento, en su monumental estudio sobre el mercantilismo, Eli Heckscher afirmó acerca de la teoría de la balanza de comercio: “sería fácil encontrar un sustento sólido contra su creencia [la de quienes abogaban por la balanza de comercio] en la efectividad de tal política -que no es infrecuentemente defendida por autores modernos también- […].” (Heckscher, 1935 (or.1931), vol.II, p.181). Por añadidura, Heckscher hizo hincapié, una vez más, en las implicaciones monetarias de la noción de balanza comercial, evidenciando sus limitaciones como instrumento equilibrador: “ellos [los mercantilistas] concluían que el excedente de importaciones o exportaciones necesariamente conducía a una transferencia de tantos metales preciosos como correspondiera con la balanza […] la debilidad central de este argumento es que no prestaron atención a las repercusiones del equilibrio del tipo de cambio y su efecto indirecto en la balanza de comercio misma […]. El tipo de cambio no necesariamente tiene conexión con el contenido metálico de las monedas.” (Heckscher, 1935 (or.1931), vol.II, pp.255-256).

Con todo, la impronta mercantilista siguió aflorando en forma recurrente. Por ejemplo, en un informe se asentó que “Los valores que mejor sirven para marcar el estado de los negocios de un país considerado en conjunto y en sus relaciones con los demás, son los de importación y exportación, verdaderos índices de la balanza comercial […]” (Periódico Oficial del Estado de Nayarit, 21/X/1920, p.5). Poco más de una década después, John Maynard Keynes revaloró de nueva cuenta la noción de balanza comercial al vincularla con las oportunidades de inversión de una economía: “Cuando el volumen de inversión total está determinado sólo por el deseo de ganancia, […] la magnitud de la inversión exterior estará necesariamente determinada por el volumen de la balanza favorable de comercio.” (Keynes, 1965 (or.1936), p.298). Con base en dicho argumento, Keynes afirmó que dirigía su crítica “[…] contra lo inadecuado de los fundamentos teóricos de la doctrina del laissez-faire […] contra la idea de que la tasa de interés y el volumen de inversiones se ajustan automáticamente al nivel óptimo, de manera que preocuparse por la balanza comercial sea perder el tiempo […].” (Keynes, 1965 (or.1936), pp.300-301). El eco de estas ideas resonaba todavía años más tarde en el titular “México debe adoptar una política económica que beneficie al país. El progreso de la nación depende del equilibrio de la balanza comercial” (La Prensa, 14/V/1959).

Empero, conforme avanzó el siglo XX se consideró a la balanza comercial, cada vez más, como uno entre varios balances de las diversas transacciones de un país con el exterior; así, en alusión al turismo, el articulista de un diario apuntaba a finales de los años treinta: “En los momentos difíciles, sus ingresos hacían vacilar el platillo poco cargado de nuestra balanza comercial” (León, Paul, La Prensa, 6 de noviembre de 1937, p.3). El turismo, por tanto, podía hacer contrapeso a una balanza comercial desfavorable.

De hecho, ya para la segunda mitad del siglo XX la noción de balanza comercial quedó subordinada, en definitiva, al concepto más general de balanza de pagos, que se convirtió en un indicador de primera importancia tras los acuerdos de Bretton Woods. En su manual sobre comercio internacional, el economista mexicano Torres Gaytán dedicó el punto número dos del tema “Estructura de la balanza de pagos” a la balanza de comercio o comercial, que forma parte de la cuenta corriente y “enumera y cuantifica el valor monetario de la totalidad de las compras y las ventas únicamente por las mercancías que un país intercambió con el exterior. Dicha evaluación se refiere siempre a un período determinado, generalmente un año” (Torres Gaytán, 2003 (or.1972), p.206). Aunque, en principio, esta definición abarcaba todas las mercancías, entendidas como bienes, el propio Torres Gaytán advertía que “Los renglones incluidos dependen del criterio que cada país adopte. Entre los renglones que están sujetos a criterios especiales pueden señalarse los siguientes: […] la compraventa de embarcaciones, la compraventa de oro y plata procedente de la actividad minera nacional, el contrabando, los envíos postales, la compraventa de gas y de energía eléctrica entre países limítrofes” (Torres Gaytán, 2003 (or.1972), p.207), entre otros, de manera que el contenido del término era y sigue siendo variable.

En suma, el término de balanza comercial ha pasado de ser un elemento asociado, en primera instancia, a medidas comerciales de corte mercantilista, a convertirse en una palabra técnica que refiere únicamente al saldo del valor importado contra el exportado, traducido en una ecuación contable que “puede ser interpretada como la igualdad, para cada país, entre el valor de sus importaciones y el valor de sus exportaciones cuando ambos son evaluados al nivel dado de precios internacionales”, en la que “la balanza de comercio siempre se balancea” (Gandolfo, 2014, p.46).

Palabras relacionadas:

exportaciones, importaciones, exportaciones netas, mercantilismo, proteccionismo, contrabando, balanza de pagos.

Vínculos de interés:

“Balanced Trade” (video) [2021], en Investopedia, https://www.investopedia.com/terms/b/balanced-trade.asp [Consulta: 25/X/21].

Banco de México- Sistema de Información Económica, “Balanza comercial de mercancías de México” https://www.banxico.org.mx/SieInternet/consultarDirectorioInternetAction.do?sector=1&accion=consultarCuadroAnalitico&idCuadro=CA176&locale=es [Consulta: 25/X/21].

INEGI, “Balanza comercial”, https://www.inegi.org.mx/temas/balanza/ [Consulta: 25/X/21].

Hemerografía:

El Economista Mexicano

Periódico Oficial del Estado de Nayarit

La Prensa

El Progreso de México

Revista Financiera Mexicana. Semanario estadístico, comercial e industrial

Revista Latino-Americana

Semana Mercantil

El Sol. Post nubila Phoebus

Bibliografía:

Anónimo (1845), Manual completo de economía política extractado de los mejores autores por un abogado del ilustre Colegio de Madrid. Madrid, Imprenta de D. Severiano Omaña.

Covarrubias Orozco Sebastián de (1611) Tesoro de la lengua castellana, o española. Compuesto por el licenciado Don Sebastian de Cobarrubias Orozco, capellán de su magestad, maestrescuela y canónigo de la Santa Iglesia de Cuenca, y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición. Dirigido a la Magestad Catolica del Rey Don Felipe III. Nuestro señor. Madrid, Luis Sánchez Impresor. Disponible en: Sitio Internet Archive, https://archive.org/details/A253315/page/n201/mode/2up. [Consulta: abril de 2021].

Gandolfo, Giancarlo (2014) International Trade Theory and Policy. 2 a ed., Berlín, Springer (Springer Texts in Business and Economics), DOI 10.1007/978-3-642-37314-5.

Ganilh, Mr. antiguo diputado [francés] (1854) Diccionario analítico de economía política. Trad. D. Juan Díaz de Baeza, Madrid, Imprenta de D. Francisco Pascual. Heckscher, Eli F. (1935 (or.1931)) Mercantilism. Trad. Mendel Shapiro, Londres, George Allen & Unwin LTD, 2 vols. Disponible en: Vol I: https://archive.org/details/in.ernet.dli.2015.73610/page/n3/mode/2up y Vol II: https://archive.org/details/in.ernet.dli.2015.216108/page/n5/mode/2up [Consulta: abril de 2021].

Keynes, John Maynard (1965 (or.1936)) Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. 7ª ed., trad. Eduardo Hornedo, México, Fondo de Cultura Económica.

Mill, John Stuart (1885 (or.1848) The Principles of Political Economy. Nueva York, D. Appleton and Company. Disponible en: The Project Gutenberg EBook, https://www.gutenberg.org/files/30107/30107-pdf.pdf [Consulta: 5/VII/21].

Olivan, Alejandro (1870) Manual de economía política. Madrid, Imprenta de Anoz. Disponible en: Sitio Internet Archive https://archive.org/details/BRes101352 [19/III/21].

Real Academia Española (RAE) (2014) Diccionario de la lengua española, Edición del Tricentenario. Disponible en: https://dle.rae.es/ [Consulta: 5/VII/21].

Torres Gaytán, Ricardo (2003 (or.1972)) Teoría del comercio internacional. 14ª ed, México, Siglo Veintiuno Editores.

Acerca de la autora

Isabel Avella Alaminos

Doctora en Historia (2006) por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Realizó una estancia posdoctoral en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM (2007-2009). Profesora de tiempo completo definitiva en el Departamento de Historia del Sistema Universidad Abierta y Educación a Distancia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación son la historia del comercio exterior de México en el siglo XX y la historia de la historia económica.

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Historia Comercial

Arancel

Autor: Isabel Avella Alaminos

La palabra arancel -proveniente del árabe rancel, que significa decreto- apareció por primera vez en un diccionario en castellano en 1611 (Covarrubias Orozco, 1611) y de manera general se refiere a una tarifa o tasa para el pago de servicios (RAE, 2014). De hecho, en inglés se le denomina tariff. Todavía durante el siglo XIX e inicios del siglo XX era frecuente encontrar el término con el significado de tarifa judicial (El Tabasqueño, 22/12/1850, p.1), religiosa (La Voz de la Religión, 19/09/1849, p.363) o incluso para la circulación interna de mercancías (Periódico Oficial del Estado de Durango. El Registro Oficial, 30/I/1848, p.5). En el ámbito del comercio exterior se le utiliza con la acepción de arancel aduanero, es decir, la tarifa pagada en las oficinas situadas en las costas o fronteras de un país por la entrada o salida de mercancías (RAE, 2014). Por tanto, se trata de un impuesto al comercio exterior.

Aunque en sus inicios el arancel fue un instrumento que los Estados emplearon con un fin fiscal para obtener recursos, durante los siglos XIX y XX cobró relevancia su vertiente proteccionista. Así, aun cuando su uso experimentó variantes y vaivenes, en ambas centurias la mayor o menor utilización del término estuvo relacionada con la discusión sobre la pertinencia de liberalizar o proteger el comercio exterior. Dentro de esta trayectoria, la palabra arancel apareció asociada a las propuestas protectoras, ya sea con una connotación positiva o negativa.

En concordancia con el significado de su raíz etimológica (decreto), el término se refirió en primera instancia a la legislación que establecía las tarifas de comercio exterior, como el Arancel de derechos de importación y tonelaje de 1847 (El Republicano, 6/05/1847, p.1). En ocasiones también se le empleó como sinónimo de la tarifa misma, casi siempre de importación, como en la expresión “el sistema protector, aferrado en los aranceles, es delicado en cualquier tiempo, y casi imposible en los actuales.” (Olivan, 1870, p.98). En este sentido, vale la pena mencionar la clasificación de las tarifas en específicas, según el peso o unidad de la mercancía, y ad valorem, en función del precio de ésta (ver vínculo de interés “¿Qué es un arancel y como funciona?”).

La utilización de la palabra arancel creció en los primeros años del siglo XIX hasta llegar a su mayor auge a mediados de dicha centuria. En ese contexto, en 1941 Friedrich List defendió el uso de los derechos arancelarios como el medio principal para que los países dotados de recursos, pero con un menor progreso económico, desarrollaran su manufactura doméstica, señalando: “Los intentos que han sido realizados por naciones individuales para introducir el libre comercio frente a una nación que es predominante en industria, riqueza y poder, y no menos distinguida por tener un sistema arancelario excluyente […] nos muestran que en esta forma la prosperidad de las naciones individuales es sacrificada sin beneficio para la humanidad en general […]” (List, 1909 (or.1841), p.95).

Mientras que en dicho momento había cierto optimismo con respecto a las bondades de los aranceles para fomentar la economía interna (Kindleberger, 1975), en la segunda mitad del siglo XIX la balanza se inclinó en pro de la liberalización, con excepciones como Estados Unidos, que introdujo el arancel McKinley en 1890. Así, mientras el economista estadounidense Frank William Taussig afirmaba que “[…] en general es verdad que en el caso de los Estados Unidos, como en el de Alemania, el avance de la mejora técnica ha sido extraordinariamente rápido durante el periodo de vigencia de un sistema de protección [arancelaria] alta” (Taussig, 1915, p.29), para otros autores el arancel se convirtió en una barrera indeseable ligada a fenómenos como el alza de precios y el contrabando, como asentaba un manual español de la época: “Al alejar la protección arancelaria de la concurrencia extranjera, ocasiona un perjuicio conocido a todos los consumidores nacionales, en utilidad exclusiva del monopolista productor […] Finalmente, hasta el reproche le cabe a la protección arancelaria, de fomentar el contrabando.” (Olivan, 1870, pp. 96-97)

En el siglo XX el uso de la palabra arancel fue, en comparación, menos recurrente y se afianzó como sinónimo de tarifa, más que de legislación tarifaria. En el marco de la crisis de 1929 el término revivió, en particular a raíz de la aprobación de la Ley Smoot-Hawley en 1930 con titulares como “El arancel norteamericano comentado en Francia” (La Prensa, 22 de julio de 1930, p.2) y obras como Tariffs: The Case Examined (1931). En ese contexto el arancel se asoció, casi siempre, con los derechos de importación, pues, como refería un manual de esos años “[…] los aranceles impuestos a la importación influyen de manera especial sobre la dirección del comercio” (Ellsworth, 1942 (or.1938), p.16).

Con el paso de los años, la presencia de otros instrumentos comerciales protectores como las cuotas y el control de cambios desplazaron la relevancia del arancel como herramienta del comercio exterior. Encontramos presente a la palabra una vez más en la segunda posguerra a propósito de la creación del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), que buscó lograr acuerdos “encaminados a obtener, a base de reciprocidad y de mutuas ventajas, la reducción sustancial de los aranceles aduaneros y de las demás barreras comerciales” (Organización Mundial de Comercio [1994], p.505). De manera paralela la recién creada Comisión Económica para América Latina (CEPAL) defendió el proteccionismo. Aunque el arancel también había sido usado desde antes para referirse a las tarifas en relación con las exportaciones, en la coyuntura de la segunda posguerra se le vinculó no sólo con su potencial para obtener recursos y cimentar la industria nacional, sino con sus efectos en los de términos de intercambio, de ahí que Jesús Reyes Heroles señalara: “a los países latinoamericanos les conviene que sus consumidores de productos naturales reduzcan sus aranceles” (Reyes Heroles, 1989 (or.1948), p.155). Casi diez años después, el uso del arancel repuntó hacia 1957, alentado, con seguridad, por la inminente creación de la Comunidad Económica Europea un año más tarde -iniciativa liberalizadora y proteccionista a la vez-, y su uso frecuente se extendió hasta finales de la década de 1970, cuando los paradigmas económicos se enfilaron hacia la globalización neoliberal actual.

El último pico del siglo XX en cuanto a la frecuencia del uso del término fue al inicio de los años noventa, cuando la palabra arancel volvió al primer plano durante la recta final de la Ronda de Uruguay, en plena globalización, y las iniciativas para liberalizar los intercambios internacionales consolidaron al poco tiempo la vieja idea de crear la Organización Mundial del Comercio (OMC). Con todo, dentro de la propia Ronda se reconoció que los aranceles eran “menos lesivos para la actividad económica” que otros instrumentos como los contingentes y se contempló una gama de términos derivados de la palabra arancel -progresividad arancelaria, crestas arancelarias, consolidaciones arancelarias y aranceles de “puro estorbo”- que nos muestra la ponderación diferenciada del arancel según sus características y funciones específicas; por ejemplo, los aranceles de “puro estorbo” se referían a “derechos inferiores al 5 por ciento y que aportan unos ingresos que quizá no lleguen a compensar el costo de los correspondientes trámites aduaneros” (GATT, julio de 1990, p.7).

Por más que iniciativas vayan y vengan para desaparecer los aranceles, éstos continúan siendo un instrumento básico de la política comercial, como se advierte no sólo en los manuales recientes sobre comercio internacional (Gandolfo, 2014, cap.10), sino en coyunturas como las negociaciones del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y, más recientemente, del T-MEC.

Vínculos de interés:

“Comercio y aranceles” (video) [s.f.]. California, Khan Academy.

“Hablemos de Comercio- Hablemos de aranceles” (video) [s.f.]. Ginebra, Organización Mundial de Comercio.

“¿Qué es un arancel y como funciona?” (video) [s.f.]. México, Instituto Nacional de Comercio Exterior y Aduanas.

Hemerografía:

El Republicano

El Tabasqueño

La Prensa

La Voz de la Religión

Periódico Oficial del Estado de Durango. El Registro Oficial

Bibliografía:

Covarrubias Orozco, Sebastián de (1611) Tesoro de la lengua castellana, o española. Compuesto por el licenciado Don Sebastian de Cobarrubias Orozco, capellán de su magestad, maestrescuela y canónigo de la Santa Iglesia de Cuenca, y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición. Dirigido a la Magestad Catolica del Rey Don Felipe III. Nuestro señor. Madrid, Luis Sánchez Impresor. Disponible en: Internet Archive, https://archive.org/details/A253315/page/n201/mode/2up. [Consulta: abril de 2021].

Ellsworth, P.T. (1942, or.1938) Comercio internacional I. Teoría. Traducción de Javier Márquez y Víctor L. Urquidi, México, Fondo de Cultura Económica.

Gandolfo, Giancarlo (2014) International Trade Theory and Policy. 2 a ed., Berlín, Springer (Springer Texts in Business and Economics), DOI 10.1007/978-3-642-37314-5.

GATT (1990) Noticias del Uruguay Round. Ronda de negociaciones comerciales multilaterales. Ginebra, División de Información y Relaciones de la Prensa del GATT Acuerdo General, de Aranceles Aduaneros y Comercio, julio. Disponible en: Sitio Organización Mundial de Comercio https://docs.wto.org/gattdocs/s/UR/NUR/UNNUMBERED199007.pdf [Consulta: junio de 2021].

Kindleberger, Charles P. (1975), “The Rise of Free Trade in Western Europe, 1820-1875”, en The Journal of Economic History, vol.35, no.1, marzo, pp.20-55.

List, Friedrich (1909 (or.1841)) The National System of Political Economy. Trad. Sampson S. Lloyd, Nueva York, Longmans, Green and Co. Disponible en: Sitio Online Library of Liberty, http://oll.libertyfund.org [Consulta: 19/III/21].

Olivan, Alejandro (1870), Manual de economía política. Madrid, Imprenta de Anoz. Disponible en: Sitio Internet Archive https://archive.org/details/BRes101352 [Consulta: 19/III/21].

Organización Mundial de Comercio [1994] Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT de 1947). Disponible en: Sitio Organización Mundial de Comercio https://www.wto.org/spanish/docs_s/legal_s/gatt47.pdf [Consulta: 25/X/21].

Real Academia Española (RAE) (2014) Diccionario de la lengua española, Edición del Tricentenario. Disponible en: https://dle.rae.es/ [Consulta: 25/X/21].

Reyes Heroles, Jesús (1989 (or.1948) La Carta de La Habana [edición facsimilar. México, Facultad de Economía-UNAM.

Taussig, Frank William (1915) Some Aspects of the Tariff Question. Cambridge / London, Harvard University Press. Disponible en: Sitio Online Library of Liberty https://oll-resources.s3.us-east-2.amazonaws.com/oll3/store/titles/293/0072_Bk.pdf [Consulta: junio de 2021].

Acerca de la autora

Isabel Avella Alaminos. Doctora en Historia (2006) por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Realizó una estancia posdoctoral en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM (2007-2009). Profesora de tiempo completo definitiva en el Departamento de Historia del Sistema Universidad Abierta y Educación a Distancia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación son la historia del comercio exterior de México en el siglo XX y la historia de la historia económica.

Categorías
Historia Económica

Economía

Autores: Omar Velasco Herrera y María Eugenia Romero Ibarra

La etimología de la palabra economía proviene del latín oeconomia, la cual deriva del griego oikonomía, es decir, oîkos (casa) y némein (administrar). La palabra apareció por primera vez en un diccionario de español en 1607, dentro de la obra Tesoro de las dos lenguas francesa y española. En el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española (RAE) apareció en 1732 y allí se refieren al término como: “Administración y dispensación recta y prudente de las rentas y bienes temporales: lo que comúnmente se dice régimen y gobierno en las casas y familias, para que no se desperdicie la hacienda,” esta última palabra debe ser entendida como “los bienes y riquezas que se poseen”.

En ese sentido, la palabra economía remitió a la idea de la aplicación adecuada (la administración) de los recursos que poseían las unidades familiares. No obstante, el uso de la palabra economía en conjunción con la idea de hacienda se haría extensivo a las finanzas de los imperios para referirse a los recursos con los que estos contaban, además de la estructura político-administrativa de recaudación de ingresos, ejercicio del gasto y la consecución de deuda, es decir, lo que hoy día identificamos con los aspectos fiscales. Por ello, con el paso del tiempo, la palabra economía acabó ligándose también con el proceso de construcción de lo nacional, de allí que la palabra se use también para referirse al entramado productivo y material de una entidad política y jurisdiccional a la que comúnmente llamamos economía nacional.

El contexto bajo el cual el término economía fue ganando esta acepción tiene que ver con un proceso vinculado con los cambios que se gestaron desde finales del siglo XV, cuando el continente americano se integró al comercio mundial de larga distancia. La irrupción de una gran cantidad de mercancías de origen americano transformó el consumo y la producción en Europa, Asia y África. Esta disrupción conocida como revolución comercial provocó también el fortalecimiento de los comerciantes como actores políticos y sociales dentro de las monarquías europeas.

El interés de los estados monárquicos se identificó con el de los grupos de comerciantes en la búsqueda de territorios, rutas comerciales y el control del flujo de mercancías y metales preciosos. Las finanzas y haciendas de los imperios quedaron ligadas al quehacer de los mercaderes, el bienestar de estos se identificó con el de la nación y emergieron en el mundo occidental maneras de explicar, justificar y darle sentido a las transformaciones materiales que se estaban dando en el mundo. La economía, entendida como parte de la construcción del Estado en su sentido político, tomó la forma de una serie de medidas, recomendaciones y perspectivas para promover la bonanza del conjunto imperial-nacional. Esto dio orígen a la Economía Política como disciplina del conocimiento humano, lo que terminó convirtiéndose en lo que hoy conocemos como teoría económica.

En España, por ejemplo, durante el siglo XVII surgió el arbitrismo, una manifestación intelectual que daba cuenta de cómo las necesidades económicas del imperio se habían convertido en una parte importante de la reflexión pública. Los memoriales escritos por los arbitristas eran documentos en donde se daban a conocer arbitrios, es decir, propuestas encaminadas a incrementar los ingresos de la Real Hacienda, comúnmente medidas de orden tributario. Esta práctica fue más allá de lo hacendario para darle vida a un corpus de obras en torno al pensamiento económico, político y social con una perspectiva reformista impregnada de ideas como la de recuperación, aludiendo a la necesidad de rescatar una España floreciente en términos materiales (García Guerra, 2006, p. 183). De allí que la palabra economía también esté desde estos momentos vinculada con la idea de crecimiento, prosperidad y generación de riqueza. Esto será mucho más claro a partir de la expansión comercial, la cual tuvo en el denominado mercantilismo uno de sus ecos explicativos.

Desde el mercantilismo, la concepción de economía dio cuenta de tres cosas, primero, las realidades específicas de los contextos desde los cuales se pensó lo económico; segundo, la relevancia del comercio y de los comerciantes en el entramado político de esas realidades; tercero, la economía mercantil empezó a ser vista en función de la producción de mercancías y no sólo desde el mero intercambio. Si bien no existe una teoría unificada en torno a cómo pensar lo económico desde la tradición mercantilista, se considera que los planteamientos de Philipp Wilhelm von Hornick son lo más cercano a un manifiesto doctrinal. Los principios económicos promovidos por este autor fueron: “que cada pulgada del suelo de un país se utilice para la agricultura, la minería o las manufacturas; que todas las materias primas que se encuentren en un país se utilicen en las manufacturas nacionales, porque los bienes acabados tienen un valor mayor que las materias primas; que se fomente una población grande y trabajadora; que se prohíban todas las exportaciones de oro y plata y que todo el dinero nacional se mantenga en circulación; que se obstaculicen tanto cuanto sea posible todas las importaciones de bienes extranjeros” (Ekelund y Hébert, 2005, pp.44-45).

Fue durante la segunda mitad del siglo XVIII cuando un grupo de pensadores empezaron a vincular de manera mucho más directa y sistemática los aspectos de índole social con la configuración del fenómeno mercantil. Envueltos en la tradición ilustrada, la economía comenzó a entenderse como un sistema en donde el orden natural de la sociedad dependía del intercambio, es decir, de la transformación de la producción en mercancías, del intercambio y del espacio en el que este se realiza: el mercado. Este fue uno de los legados de los fisiócratas, los primeros en la historia del pensamiento económico en autodenominarse como economistas. En la voz de François Quesnay, el más sobresaliente de sus representantes, la economía aparece como un sistema en donde “nadie que viva en sociedad provee a todas sus necesidades con su trabajo, pero obtiene lo que le falta con la venta de lo que su trabajo produce” (Napoleoni, 1981, p.18). Por ello, una de las piedras angulares montadas por los fisiócratas fue la idea de que en este sistema se produce un excedente, al que denominaron producto neto, el cual, desde su posición teórica y política era producido únicamente en la actividad agrícola. Así, la economía, entendida como un sistema, giraba en torno a la clase social propietaria de la tierra, la nobleza.

Este planteamiento abre el camino a Adam Smith cuya obra Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, publicada en 1776, es considerada fundacional de la Economía entendida como disciplina y específicamente se referirá a ella como Economía Política, otorgándole un peso importante a los aspectos políticos y sociales. De este modo, en palabras del filósofo escocés la Economía Política era “una rama de la ciencia del hombre de estado o legislador” (Rodríguez Braun, 1994, p.13). Al igual que el mercantilismo, los planteamientos de la Economía Política tenían como horizonte incidir en las decisiones de Estado, por lo que se mantiene la acepción de economía como un símil del bienestar de la nación. Por ello resulta revelador que el título del libro de Smith haga referencia a la riqueza de las naciones y que una de sus principales contribuciones sea explicar qué es la riqueza, una definición que en gran medida es un acercamiento a lo que se entendería en la época como economía:

El hecho de que aparezca la categoría trabajo como un eje de la explicación teórica de Smith da cuenta de que su punto de partida para explicar lo económico era el proceso de producción, y en específico de la producción de objetos dirigidos al intercambio en el mercado, de allí que también esté presente la noción de consumo, así como la idea del intercambio con “otras naciones”, es decir, el sector externo.

De este modo, lo que Adam Smith estaba planteando, al igual que sus predecesores los fisiócratas, era que la economía debía ser concebida como un sistema de interrelaciones sociales en donde interactúan dimensiones que hoy día denominaremos variables económicas: producción, consumo e intercambio.

El excedente de la producción derivada del despliegue del trabajo humano se convirtió en uno de los puntos centrales de la Economía Política clásica. La forma mediante la cual se aumenta ese fondo de suministro anual de cosas necesarias para la vida también es abordada por Smith: el fomento a la división del trabajo y, como consecuencia, la amplitud y tamaño de los mercados.

En 1817 David Ricardo marcó un salto importante en el desarrollo de lo que se entendería por Economía Política durante el siglo XIX. Su contribución fue fundamental pues puso en la mesa de discusión el tema de la distribución del “producto”, es decir, de aquel fondo de suministro del que hablaba Smith. Para Ricardo el producto se reparte entre tres clases sociales: el propietario de la tierra, el dueño del capital y los trabajadores. A cada una le corresponde una porción del producto: la renta, las utilidades y los salarios. En ese sentido “la determinación de las leyes que rigen esta distribución es el problema primordial de la economía política” (Ricardo, 1959 (or 1817), p.5). Así pues, economía, entendida desde la vertiente de la Economía Política clásica debía entenderse como un conjunto de elementos políticos y sociales que se encuentran detrás del fenómeno de la distribución.

La perspectiva ricardiana abrió paso a la crítica de la economía política, la cual puso en el centro de la discusión la idea del conflicto entre las clases que participan de esta distribución. Por ello, se puede sostener que Karl Marx es heredero del edificio conceptual ricardiano, su planteamiento lo lleva a la formulación de una teoría de la explotación del trabajo, la cual quedó engarzada al planteamiento de una tendencia decreciente de la tasa de ganancia y al de la crisis como rasgo inmanente al capitalismo. De este modo, Marx deja claro que el orden económico de corte capitalista no es permanente por la existencia de fuerzas sociales de cambio y transformación: el capitalismo no ha sido la única forma de organización productiva y por tanto no tiene por qué ser inmutable. La economía como concepto va abrevando de estos planteamientos, se transforma y se va llenando de contenido bajo la forma de problemáticas como el desempleo, la precarización laboral, las crisis financieras, pero también de cuestiones como la expansión y el crecimiento. En ese sentido, resulta revelador lo que Friedrich Engels escribe en 1886 como parte del Prólogo de El Capital a la edición en inglés, pues en él muestra cómo los elementos que explican a la Economía Política debían ser entendidos bajo una perspectiva histórica y dinámica:

Una vez más, la economía aparece como un conjunto sistémico de variables las cuales, dentro del plan argumentativo de la crítica de la economía política, buscaron explicar como un todo a la dinámica y los orígenes de la extracción de aquel producto no retribuido: el plusvalor, la plusvalía o plus-producto. La Economía Política debía develar las leyes de la acumulación de capital y sus contradicciones, entre ellas, la de la explotación del trabajo. En medio del bullicio causado por una concepción de economía que convirtió los principales postulados del pensamiento clásico en misiles en su contra, aparecerán acercamientos que buscarán explicaciones distintas y a concebir a la economía desde otra perspectiva. Entre 1870 y 1871 aparecen las obras de Karl Menger, William Stanley Jevons y León Walras, personajes considerados los padres del marginalismo. Para esta corriente la economía tiene su punto de partida en el consumo de mercancías, no en la producción ni en la distribución como había sostenido la Economía Política clásica. El consumo como fenómeno económico genera utilidad (satisfacción) y por tanto el valor de las mercancías depende de un aspecto subjetivo: el de la utilidad marginal. Esta decrece conforme consumimos más de una mercancía y, por tanto, los seres humanos tomamos decisiones económicas en función de este aspecto y de los precios, es decir, de la oferta y la demanda, de las señales del mercado.

La Economía Política, sostiene William Stanley Jevons, “descansa sobre unos pocos conceptos de carácter aparentemente sencillo. Utilidad, riqueza, valor, mercancía, trabajo, capital, son los elementos de la materia y cualquiera que posea una comprensión cabal de su naturaleza debe tener o ser capaz de adquirir con prontitud un conocimiento de la ciencia… es al tratar los elementos simples cuando requerimos el máximo cuidado y precisión, puesto que el menor error de concepto puede viciar todas nuestras deducciones.” (Jevons, 1998 (or 1871), p.67). Bajo esta premisa, Jevons prosigue su exposición para mostrar el cambio conceptual que sufrirá la Economía Política: “la reiterada reflexión y la investigación me han conducido a la en cierto modo novedosa opinión de que el valor depende enteramente de la utilidad. Las opiniones dominantes consideran el trabajo antes que la utilidad como el origen del valor… Yo muestro, por el contrario, que basta con perfilar cuidadosamente las leyes de la variación de la utilidad, como dependiente de la cantidad de mercancías en nuestro poder, para llegar a una teoría del intercambio satisfactoria, de la cual las leyes ordinarias de la oferta y la demanda son una consecuencia necesaria” (Jevons, 1998 (or 1871), p.67).

El enfoque marginalista marcó un giro tan importante que la disciplina dejará de llamarse Economía Política, para ser conocida simple y sencillamente como Economía. En ese sentido, el lenguaje diagramático, matemático, con funciones de producción y relaciones causales del que se empezó a hacer uso fue producto del esfuerzo intelectual de Alfred Marshall, quien publicó en 1890 los Principles of economics, texto que fue responsable de la didáctica mediante la cual se enseña economía actualmente. En esta obra Marshall sostiene que la “Economía política o economía [en la versión en inglés Political Economy or Economics] es el estudio de la humanidad en los asuntos ordinarios de la vida; examina la parte de la acción individual y social que está más estrechamente relacionada con la consecución y el uso de los requisitos materiales para el bienestar. Por tanto, es por un lado el estudio de la riqueza; y por el otro, y más importante, una parte del estudio del hombre” (Marshall, 1920, p.1).

Alfred Marshall

En 1936 John Maynard Keynes sostuvo en la Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero que la economía se había dividido hasta entonces en dos ramas: “la teoría del valor y la distribución por una parte y teoría del dinero por la otra” , división que él consideraba falsa. Keynes sugería que la verdadera dicotomía de la economía debía ser “entre la teoría de la industria o firma individual y las remuneraciones y distribución de una cantidad dada de recursos entre diversos usos por una parte y la teoría de la producción y la ocupación en conjunto por la otra” (Keynes, 2003 (or 1936), p.282). Bajo este planteamiento de la economía como el análisis, por un lado, de la industria individual y por el otro de los determinantes de la producción y de la ocupación, en realidad lo que Keynes estaba planteando era la división actual de la disciplina (Economics) en microeconomía (microeconomics) y macroeconomía (macroeconomics), segmentación analítica que hasta la fecha se mantiene vigente.

John Maynard Keynes

Finalmente, en el influyente manual escrito por Paul Samuelson y William Nordhaus, titulado Economía (Economics), los autores sostienen que la economía se ha expandido a tal grado que abarca una gran variedad de temas: el estudio de la fijación de precios, la conducta de los mercados financieros, las consecuencias de la intervención del Estado, la distribución del ingreso, la influencia del gasto público, las oscilaciones en el desempleo, el ciclo económico, los patrones de comercio y el crecimiento. No obstante, consideran que la definición que condensa todas estas temáticas y que toca un tema común a todas ellas es la siguiente: “La Economía es el estudio de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir mercancías valiosas y distribuirlas entre los diferentes individuos” (Samuelson y Nordhaus, 1996, p.4). Se trata de una definición que se ha convertido en parte del mainstream teórico y que además de condensar los temas sugeridos por Samuelson y Nordhaus engloba un proceso histórico de transformación en la vida material de la humanidad.

Palabras relacionadas:

mercado, desigualdad, subdesarrollo, arbitraje, pensamiento clásico, keynesianismo.

Vínculos de interés:

Las dos caras de Adam Smith – Bully Magnets – Historia Documental

El materialismo histórico de Marx – Bully Magnets – Historia Documental

MARGINALISMO | ECONOMÍA MARGINALISTA | PENSAMIENTO ECONÓMICO | UBA CBC XXI | WALRAS, MENGER, JEVONS

KEYNESIANISMO | ECONOMÍA | JOHN MAYNARD KEYNES | RESUMEN COMPLETO

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Bibliografía:

Ekelund, Robert B. y Robert Hébert (2005), Historia de la teoría económica y su método, México, McGrawHill, tercera edición.

Engels (1999), “Prólogo de Engels a la edición inglesa” en Marx, Carlos, El Capital. Critica de la economía política, México, FCE.

García Guerra, Elena (2006), “Entre la teoría y la práctica: el pensamiento arbitrista castellano durante la Edad Moderna” en V Jornadas Científicas Sobre Documentación de Castilla e Indias en el siglo XVII, Madrid, Universidad Complutense de Madrid. https://www.ucm.es/data/cont/docs/446-2013-08-22-8%20entre.pdf

Jevons, William Stanley (1998), La Teoría de la Economía Política, Madrid, Pirámide.

Keynes, John M. (2003), Teoría General de la Ocupación, el interés y el dinero, México, FCE.

Marshall, Alfred (1920), Principles of Economics, Nueva York, Palgrave.

Napoleoni, Claudio (1981), Fisiocracia, Smith, Ricardo, Marx, Barcelona, Oikos.

Ricardo, David (1959), Principios de Economía Política y Tributación, México, FCE

Rodríguez Braun, Carlos (1994), “Estudio preliminar”, en Smith, Adam, La Riqueza de las Naciones, Madrid, Alianza Editorial.

Samuelson Paul y William D. Nordhaus (1996), Economía, Madrid, McGraw-Hill.

Smith, Adam (1994), La Riqueza de las Naciones, Madrid, Alianza Editorial.

Acerca de los autores

María Eugenia Romero Ibarra. Profesora Titular C, Tiempo Completo, adscrita al campo de conocimiento de Historia Económica de la División de Estudios de Posgrado, Facultad de Economía, UNAM. Doctora en Historia por la UNAM, profesora-investigadora desde hace 46 años de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía-UNAM. Imparte clases en la licenciatura, la maestría y el doctorado. Sus líneas de investigación son los estudios empresariales, así como la historia bancaria y financiera. También se ocupa de estudiar teorías y métodos de la historia económica, así como los cambios de paradigma en la disciplina.

Omar Velasco Herrera. Doctor y maestro en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Licenciado en Economía y especialista en Historia Económica por la Facultad de Economía de la UNAM. Profesor Asociado C de tiempo completo en el área de historia económica, Facultad de Economía, UNAM. Sus líneas de investigación son la historia fiscal, bancaria y monetaria de México, siglos XIX y XX, así como la relación entre historia y teoría económica.

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Historia Económica

Desigualdad

Autor: Israel García Solares

En 1754 Jean Jacques Rosseau escribió el “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”. El texto era una respuesta al debate iniciado por Voltaire y Hobbes respecto a la naturaleza del hombre y de su rol en la sociedad. Rousseau distinguía dos tipos de desigualdad. La desigualdad natural tenía que ver con la constitución física de los seres humanos, edad, salud, corpulencia, y espíritu. Rousseau consideraba que esta desigualdad natural y sus causas no debían ser objeto de especulación filosófica. Los autores que teorizaron sobre ella habían proyectado el mundo social sobre la naturaleza: “Hablaban del hombre salvaje, pero pintaban al hombre civil”. El segundo tipo de desigualdad, y aquella que podía ser justamente estudiada, era la desigualdad moral o política. Ésta se trataba de una convención humana que otorgaba privilegios de diverso tipo a ciertos individuos “en perjuicio de otros”. Estos privilegios eran: “ser más ricos, más distinguidos, más poderosos o, incluso, hacerse obedecer” (Rousseau, 1754, p.18).

El discurso de Rousseau fue muy influyente en la Revolución Francesa, no obstante, sigue delineando las claves sobre las cuales se estudia la desigualdad a nivel global. Hay tres elementos que son clave en estos estudios. En primer lugar, una tipología que define la desigualdad en clave de mesura discernible: desigualdad de riqueza, desigualdad de estatus y desigualdad de poder. Esta tipología asume que la misma característica, riqueza, estatus y poder, se encuentra distribuida en la sociedad, pero concentrada en unos pocos. En segundo lugar, define otro tipo de desigualdad, la funcional, en la cual la relación entre dos partes implica una inequidad dada por la existencia de una característica: mandar requiere la existencia de su contraparte, obedecer. Finalmente, el discurso marca un debate crucial: la desigualdad, sea de grado o de cualidad, es siempre en perjuicio de otros.

El concepto de desigualdad no formó parte de los debates de los primeros siglos de existencia de la Economía Política y se encontraban, en cambio, más preocupados por la propiedad como fuente de la distribución de la riqueza. “Donde hay gran propiedad hay gran desigualdad” sostenía Smith “la afluencia de los pocos supone la indigencia de los muchos.” Esa era la razón por la cual existían gobiernos y sistemas de leyes, para proteger a propietarios de sus enemigos. La exclusividad de la propiedad aparecía como la fuente de la desigualdad de grado de riqueza: “por cada hombre muy rico debe haber cuando menos quinientos pobres” aseguraba Smith (1776, p.947)

David Ricardo y Karl Marx continuaron dicha tradición que separaba la desigualdad de riqueza con base en la propiedad de factores funcionales en la producción. Ricardo no utilizó el término en sus escritos, y Marx estaba más preocupado por uno de los aspectos que hacían relevante la desigualdad de grado, a saber, el de la explotación. El concepto de explotación, o de extracción del excedente, implicaba una dinámica entre diversos tipos de desigualdad. La desigualdad de riqueza, basada en la propiedad, otorgaba una desigualdad funcional, la capacidad de mando o de ser obedecido por la fuerza de trabajo, lo que perpetuaba a su vez la desigualdad de grado. Los trabajos de Marx, aunque no directamente interesados en las desigualdades enumeradas por Rousseau, plantearon el mecanismo que hacía posible la reproducción de estas más allá del contrato social: la circulación del capital.

Hasta entonces, las definiciones de desigualdad se basaban en el análisis de variables estáticas (o stocks) y no de variables de flujo. En 1905, Edwin Cannan analizó el problema de la distribución, pero renombró la distribución como “división” y a “la riqueza” como “ingreso”. Este tránsito a variables de flujo tuvo como origen el cálculo de los ingresos nacionales por parte de los estados de sus poblaciones. En la crítica hacia la teoría económica clásica y neoclásica, Cannan sostenía que hasta entonces sólo se habían preocupado por los mecanismos de distribución, pero no por sus términos. Cannan sostenía que no sólo los precios relativos de los factores eran relevantes, sino sus montos totales y la proporción que ocupaban en la distribución del excedente. Dichos ejercicios estadísticos, consideraba, eran relevantes para proponer soluciones políticas de división del ingreso, a lo que volvió a llamar “desigualdad”. Para Cannan, como para la mayoría de los economistas clásicos, la desigualdad era un mal necesario, pero hay muchas buenas razones para suponer que es más grande que necesario” (Cannan, 1905, p. 368).

El planteamiento de Cannan fue el primero, dentro del campo de la Economía, que planteó el término de “desigualdad del ingreso”. Esta es diferente de la desigualdad de riqueza, en tanto que una es un flujo y la otra es un stock, pero aún resultaba difícil darle sentido sin consideraciones globales del ingreso. Durante el siglo XIX Gran Bretaña había implantado, de manera intermitente, el primer impuesto sobre la renta, lo cual permitió tener datos sobre ingresos a nivel individual mayores a 150 libras, de este modo, la mayoría de los países europeos adoptaron esta medida antes o durante la Primera Guerra Mundial. Estos datos fueron usados por Arthur Bowley, quien realizó la primera estimación de la división del ingreso en Gran Bretaña en 1920, mientras que por su parte, el economista menchevique Sergei Prokopovich, logró la estimación de la distribución del ingreso nacional ruso en 1924 (Prokopovich, 1924; Bowley, 1920).

No obstante, la discusión actual sobre la desigualdad llegó durante la década de 1950 de la mano del economista bielorruso Simon Kuznets. En 1931 Kuznets quedó a cargo de diseñar la primera medición de ingreso nacional en Estados Unidos dentro del National Bureau of Economic Research (NBER), poniendo en marcha una metodología que fue muy influyente en el diseño de las cuentas nacionales a nivel mundial. De este modo, en la década de 1950 usó las nuevas mediciones del producto a nivel nacional en conjunto con las mediciones tradicionales de distribución del ingreso basadas en los cálculos de impuestos en Estados Unidos. En el planteamiento de Kuznets la desigualdad crece conforme incrementa el ingreso per cápita, esto debido a inequidades distributivas entre los diferentes sectores de la población. No obstante, se estabiliza y después cae ante mayores niveles de ingreso per cápita resultado de la urbanización y movimientos de la fuerza de trabajo. Este movimiento, en el cual el crecimiento primero empuja a la desigualdad hacia arriba y luego la disminuye, ha sido llamado “la curva de Kuznets” (Kuznets, 1934, 1952 y 1955; Kuznets y Jenks, 1953).

El paradigma kuznetsiano fue dominante en los estudios sobre desigualdad hasta las décadas de 1980 y 1990, años en los que fueron desplazados por los estudios sobre pobreza. En todo caso, las conclusiones de Kuznets se mantuvieron intactas en la economía occidental y convencional hasta los trabajos de los economistas franceses Thomas Piketty y Emmanuel Saez, quienes realizaron un trabajo para el NBER recalculando la desigualdad de largo plazo en Estados Unidos entre 1913 y 1998. A diferencia de otros estudios de desigualdad, homogeneizaron los datos para casi un siglo y se concentraron en los ingresos de los cuantiles mayores del ingreso. En la nueva estimación mostraron una caída de la desigualdad en los años analizados por Kuznets, pero una revitalización de la desigualdad a partir de la década de 1970 (Piketty y Saez, 2001). En los siguientes años, Piketty y sus colaboradores han repetido el ejercicio para diversas economías occidentales, obteniendo resultados similares a largo plazo.

Así pues, el campo de estudio de la desigualdad se ha expandido tanto en Ciencias Sociales como en Historia. Actualmente existen estudios de desigualdad que van desde la psicología experimental a modelos de equilibrio general; desde estudios arqueológicos a estudios de big data sobre redes sociales. Aunque el análisis de la desigualdad en torno al ingreso sigue siendo dominante, se han incrementado los estudios que toman en cuenta las desigualdades alrededor del estatus, en especial aquellos que analizan la meritocracia así como la desigualdad de poder. Sin embargo, la mayoría de los estudios sigue analizando la desigualdad en una sola dimensión: alrededor del grado y flujo de ingreso. Los análisis de las desigualdades de estatus y poder siguen siendo minoritarios, incluso puede decirse que la desigualdad vista desde la riqueza se mantiene poco estudiada, más aún, las desigualdades funcionales son reducidas en muchas ocasiones a desigualdades de ingreso. De este modo, persisten las problemáticas identificadas desde la economía clásica en donde la propiedad aparece como la fuente de la desigualdad material y la de corte funcional como una relación entre trabajadores y propietarios. Esto implica que la desigualdad no es simplemente la inequidad entre individuos, sino producto de relaciones sociales. Los privilegios, como observaban Rousseau y Smith, siempre suponen el perjuicio de las mayorías.


Palabras relacionadas:

Subdesarrollo, impuesto, ventaja absoluta y comparativa, pensamiento clásico.

Vínculos de interés sobre desigualdad:

https://data.oecd.org/inequality/income-inequality.htm

https://wid.world/es/pagina-de-inicio/

http://piketty.pse.ens.fr/fr/recent

Sobre la desigualdad como muestra de la concentración del poder económico y político en: 

https://www.oxfammexico.org/sites/default/files/desigualdadextrema_informe.pdf

Bibliografía 

Alacevich, Michele y Anna Soci (2017), Inequality: A short history, Washington DC, Brookings Institution Press. Bowley, Arthur Lyon (1920), The change in the distribution of the national income, 1880-1913, Oxford, Clarendon Press. 

Disponible en: http://www.piketty.pse.ens.fr/files/Bowley1920.pdf Cannan, Edwin (1905), “The division of income” en The Quarterly Journal of Economics 19, no. 3, pp. 341-369. 

Kuznets, Simon y Elizabeth Jenks (1953), “Shares of upper income groups in savings” en Shares of upper income groups in income and savings, NBER, pp. 171-218. 

Kuznets, Simon (1955) “Economic growth and income inequality” en The American economic review, vol. 45, no. 1, pp. 1-28. 

Kuznets, Simon (1952), “Long-term changes in the national income of the United States of America since 1870” en Review of Income and Wealth, vol. 2, no. 1, pp. 29-241. 

Kuznets, Simon (1934), “National Income, 1929-1932” en National Income, 1929-1932, NBER, pp. 1-12. 

Piketty, Thomas y Emmanuel Saez (2001), Income Inequality in the United States, 1913-1998 (series updated to 2000 available), NBER, Working Paper No. w8467. Disponible en https://www.nber.org/system/files/working_papers/w8467/w8467.pdf 

Prokopovich, Sergeĭ Nikolaevich (1924), Economic condition of Soviet Russia, Londres, P.S. King. 

Rousseau, Jean Jacques (1754), Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes, Québec, Classiquez Ucaq. Disponible en: http://classiques.uqac.ca/classiques/Rousseau_jj/discours_origine_inegalite/origine_inegalite.html 

 Smith, Adam (1776), An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations, Londres, ElecBook classics, p. 947.

Licenciado y maestro en economía por la Facultad de Economía de la UNAM. Maestro y doctor en Historia por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Se ha desempeñado como profesor y tutor de la Especialización en Historia Económica, Programa Único de Especializaciones en Economía del Posgrado en Economía de la UNAM. En 2018 recibió la beca de investigación Fulbright-García Robles y la Charles Redd Fellowship Award. Ha sido académico visitante en las Universidades de Utah, Brigham Young, Notre Dame, California-San Diego y Harvard. Actualmente es investigador posdoctoral en la Universidad de Notre Dame.
Israel García Solares
Licenciado y maestro en economía por la Facultad de Economía de la UNAM. Maestro y doctor en Historia por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Se ha desempeñado como profesor y tutor de la Especialización en Historia Económica, Programa Único de Especializaciones en Economía del Posgrado en Economía de la UNAM. En 2018 recibió la beca de investigación Fulbright-García Robles y la Charles Redd Fellowship Award. Ha sido académico visitante en las Universidades de Utah, Brigham Young, Notre Dame, California-San Diego y Harvard. Actualmente es investigador posdoctoral en la Universidad de Notre Dame.