El concepto de subdesarrollo surge a mediados del siglo XX como una antítesis a la noción ortodoxa de desarrollo y una crítica a la visión occidental de modernidad. En términos económicos, el término desarrollo se asocia con un proceso de transformación en el cual los individuos de un determinado país logran mejorar su calidad de vida gracias a la modernización de su estructura productiva interna y la creación de productos de alto valor agregado. Este concepto está inspirado en la experiencia de los países del centro que lograron posicionarse como los líderes del mercado mundial de mercancías mediante un proceso de industrialización local.
El análisis de mayor relevancia sobre la dicotomía centro-periferia es atribuido al economista argentino Raúl Prebisch, uno de los principales exponentes del estructuralismo latinoamericano. De acuerdo con este autor, los países del centro son las naciones que concentran gran cantidad de riqueza en sus territorios y que además cuentan con un sistema productivo de alta tecnología. En contraste, los países de la periferia son aquellos que no han logrado implementar una estructura productiva autónoma, por lo cual se insertan al mercado mundial a través de la exportación de materias primas y mercancías de poco valor agregado, al mismo tiempo que son dependientes de las importaciones tecnológicas del centro.
La tesis de Prebisch (1948), contradice la idea ortodoxa de que el desarrollo es un proceso replicable que los países de la periferia pueden seguir para alcanzar un nivel de progreso similar al de los países del centro. De ahí que la noción de subdesarrollo se anteponga al concepto de economías “en desarrollo”, dado que, de acuerdo con la concepción estructuralista latinoamericana, los países de la periferia realmente no se encuentran en un proceso de avance sino de estancamiento.
A lo largo de su obra, el economista brasileño Celso Furtado retomó la dicotomía centro-periferia formulada por Prebisch para profundizar su definición del concepto subdesarrollo. En este sentido, Furtado (1968, 1974) llegó a la conclusión de que los países de la periferia nunca podrían emular el nivel de progreso de los países del centro, por lo cual el desarrollo económico al que las naciones subdesarrolladas aspiran es un mito. Bajo este abordaje, el concepto de subdesarrollo formulado por Furtado establece que el desarrollo no depende de un manual que pueda replicarse indistintamente en todos los países, por lo que las economías de la periferia han errado en su intento por alcanzar el proceso industrial del centro.
En este contexto, los autores de la noción de subdesarrollo se encargaron de formular una serie de políticas que permitieran a los países de la periferia superar su condición de atraso respecto a las naciones del centro. Para lograr dicho objetivo, Furtado (1968) atribuyó al Estado la tarea de promover la industrialización de sus economías. De acuerdo con este autor, el estímulo monetario destinado a mejorar las estructuras productivas de la periferia podría obtenerse mediante la transferencia de recursos de un sector a otro. En otras palabras, el Estado podría optar por utilizar el excedente proveniente del comercio de materias primas para impulsar el desarrollo de la industria interna. De esta manera, el concepto de subdesarrollo sirvió para justificar teóricamente el modelo de sustitución de importaciones (MSI) que la mayoría de los países de América Latina adoptó durante la segunda mitad del siglo XX.
Asimismo, es importante mencionar que el concepto de subdesarrollo no pretende afirmar que los países de la periferia se encuentran bajo una misma situación homogénea. Por el contrario, Furtado (1968) siempre hizo énfasis en que el subdesarrollo se presenta de manera diferente en cada nación, por lo que algunos países tendrían mayores posibilidades de implementar políticas desarrollistas que otros. Por otra parte, a pesar del aparente optimismo del MSI y el pensamiento estructuralista latinoamericano, la naturaleza del mismo concepto de subdesarrollo establece una visión pesimista respecto al futuro de los países de la periferia. En concreto, Furtado (1974) argumentaba que más que disminuir, las disparidades entre los países desarrollados y subdesarrollados tenderían a incrementarse a medida que el proceso de acumulación de capital global avanza. Esta visión resultó ser casi profética, si bien el concepto de subdesarrollo ha adquirido nuevas características a lo largo del tiempo, los países de la periferia parecen permanecer estancados en la condición de dependencia que este término sugiere.
Con el paso del tiempo, es cierto que las naciones de la periferia alcanzaron un cierto grado de industrialización, sin embargo, este no fue resultado del MSI sino de la expansión territorial de las empresas trasnacionales de los países del centro. En otras palabras, las compañías de las naciones del centro comenzaron a relocalizar algunas de sus plantas productivas a los países de la periferia con el fin de aprovechar los bajos salarios ofrecidos por estas regiones. Por tanto, el concepto de subdesarrollo adquirió un nuevo significado que, si bien conservó sus características fundamentales, adoptó otras dimensiones derivadas de la nueva división internacional del trabajo. Esta nueva concepción del término subdesarrollo fue elaborada por el economista chileno Fernando Fajnzylber (1983), quien sostuvo que el fracaso del MSI propició una renovación del concepto de subdesarrollo.
De acuerdo con este autor, la noción de subdesarrollo propuesta por Furtado (1968, 1974) debía ser actualizada para analizar la situación de los países de la periferia. Si bien las naciones subdesarrolladas continuaban siendo dependientes de la producción de materias primas, para los años ochenta se había sumado un otro factor: la creciente inserción al mercado mundial mediante el ofrecimiento de mano de obra barata en la periferia. Por consiguiente, Fajnzylber propuso dos conceptos hermanos de la noción de subdesarrollo que sirven para explicar el tipo de competitividad con el cual los países se insertan al mercado mundial de productos. Por un lado, las naciones subdesarrolladas se caracterizan por contar con una competitividad espuria, en la cual el éxito del sector de exportación está determinado por la precarización laboral y las bajas remuneraciones salariales. Por otro lado, los países del centro cuentan con una competitividad auténtica, que se ve reflejada en la constante innovación tecnológica de su sistema productivo.
La noción de subdesarrollo ha adquirido diferentes significados a lo largo del tiempo. En este sentido, las diversas connotaciones que ha adquirido el concepto responden a la realidad histórica en que este es utilizado. Por tanto, resulta necesario renovar la noción de subdesarrollo para incorporar las nuevas tendencias de dependencia a las que se enfrentan los países de la periferia hoy en día.
Giovanni Villavicencio. Economista por la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y maestrante de la maestría en Historia Internacional en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Experto en temas sobre financiarización y meritocracia.
Autores: Juan Carlos Morales Soto y Omar Velasco Herrera
La palabra Mercado viene del latín mercatus y su origen más remoto proviene de la raíz merk usada por los etruscos hacia el siglo VIII antes de nuestra era. Mercatus viene del verbo mercari (comprar) y de la raíz merx (mercancía). Está relacionado con mercurio (dios del comercio) y con mercadería y mercelogía (disciplina que estudia las mercancías). Esta raíz también dio origen a la palabra merces (paga, recompensa), de la cual derivan merced y mercenario. El inglés market y el alemán mark también provienen del latín mercatus.
Así pues, el mercado es el lugar donde compradores y vendedores se ponen en contacto y establecen precios de intercambio. Esta definición es bastante amplia y permite englobar a muchos tipos distintos de mercados. Existen los mercados locales, urbanos, regionales, nacionales, e internacionales. Existen mercados especializados en la comercialización al menudeo y al mayoreo, al igual que aquellos en donde solo se comercializa un producto en particular. Los mercados negros, destinados a la venta clandestina de algún bien o servicio que viola las restricciones impuestas por los gobiernos o autoridades internacionales, también han sido parte de la evolución histórica del mercado (Ricossa, 1990, pp.377-380). Bajo esta definición, el mercado es un espacio que está vinculado a la existencia de un excedente dentro del proceso de producción, sin el cual la vida económica estaría reducida al autoconsumo; de aquí se deriva que la idea de una economía de mercado está relacionada con el nacimiento del capitalismo.
El mercado, como un lugar de intercambio, ha sido parte de la vida social de la humanidad. En su forma más elemental, con aglomeraciones, fuertes olores, diversos colores y la frescura de los artículos perecederos que en él se ofrecen, estaba ya presente en Pompeya y la antigua Grecia. Los conquistadores españoles describieron el esplendor y la organización del mercado de Tlatelolco, que se encontraba junto a Tenochtitlan, en lo que actualmente es la ciudad de México. Y estudios realizados en torno a la fluctuación de precios de diversos cereales en el siglo XII han probado la existencia de mercados en Europa que podrían ser considerados modernos (Braudel, 1984, pp. 5-9).
Sin embargo, esa forma elemental de intercambio se transformó al ritmo de la expansión comercial transatlántica, vinculada con la llegada de los europeos a América y, sobre todo, con el flujo de la plata andina y mexicana que le dio un gran impulso al sistema mercantil y expandió el tamaño de los mercados a nivel mundial. Esto dio pie a un proceso histórico denominado la temprana globalización, fenómeno en el que el metal argentífero jugó el papel de equivalente general dentro del mercado mundial.
Para comprender mejor esa transformación en los mercados podemos apoyarnos en la literatura clásica. En 1776, Adam Smith publicó An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, conocida simplemente como La riqueza de las naciones; allí, el autor sostiene que los seres humanos tienen una propensión natural al intercambio, la cual está dada por la necesidad de satisfacer sus necesidades mediante el trato, trueque o compra. Esta acción está dada por la vida social que despliegan los humanos, quienes, a diferencia de otros seres vivos, dependen de la cooperación de grupos amplios de personas. De hecho, Smith sostiene que el grado de civilización estará dado por la amplitud de estos intercambios y, por lo tanto, del tamaño del espacio en donde se llevan a cabo, es decir el mercado. Al mismo tiempo, el tamaño del mercado delimita la división del trabajo, la cual es responsable del potencial productivo del trabajo como fuente del valor de las mercancías y de la riqueza; por ello, cuando el mercado es pequeño nadie estará dispuesto a dedicarse por entero a una ocupación (Smith, 1958 (or 1776), p.20).
El orden providencial, indagado por Smith desde la filosofía moral, lo llevó a plantear un mecanismo virtuoso del mercado, conocido en la historia del pensamiento económico como la mano invisible. En uno de los pasajes más famosos de su obra el autor observa cómo los individuos procuran emplear su capital de tal forma que su producto rinda más valor, y al hacerlo “cada uno de ellos colabora de una manera necesaria en la obtención del ingreso anual máximo para la sociedad. Ninguno se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve… únicamente considera su seguridad… sólo piensa en su ganancia propia; pero en este como en otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones… al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios.” (Smith, 1958 (or 1776), pp.400-402). El mercado aparece como ese lugar en donde el intercambio sirve como medio para que los individuos logren sus intereses personales concertando las pasiones individuales, alcanzando la armonía social y, de paso, la prosperidad (Nadal, 2010, p.5).
El nacimiento de las relaciones capitalistas de producción y la expansión de la economía de mercado se da a partir del proceso de decadencia del sistema feudal, a fines del siglo XIV. Dos elementos históricos que permiten entender el nacimiento del mercado como mecanismo rector de las relaciones sociales que teoriza Adam Smith son, por un lado, el triunfo de las luchas campesinas que pusieron fin a la servidumbre en Europa occidental, por el otro, el proceso súbito y violento de cercamientos en Inglaterra que separó al campesinado de la tierra, su principal medio de subsistencia. En ese sentido, Carlos Marx consideró al mercado como el resultado de un proceso histórico de escisión entre productor y medios de producción: la acumulación originaria. La expropiación y desalojo de una parte de la población rural liberada de su relación con la tierra ponía a disposición del capital industrial el trabajo libre, los medios de subsistencia y las materias primas, es decir, estábamos ante lo que Marx denominó la creación del mercado interno (Marx, 1992a (or 1867), pp. 891-937).
El mercado se conformó entonces como el escenario en donde se desarrolla el proceso de intercambio: la transformación de las mercancías en dinero y su reconversión de dinero en mercancía, elemento que Marx denominó la esfera de la circulación, el punto de partida del capital. Todo nuevo capital entra por primera vez en escena mediante el mercado, ya sea el mercado de materias primas o de dinero, el cual habrá de convertirse en capital a través del proceso de trabajo (Marx, 1992 (or 1867), pp.128-180). Es en la esfera de la circulación en donde se encuentra una mercancía que posee la virtud de ser fuente de valor: la fuerza de trabajo. El capital sólo surge allí donde el poseedor de medios de producción y de subsistencia encuentra al obrero libre como vendedor de su capacidad para trabajar a cambio de la cual recibe un salario con el cual adquiere los medios de su subsistencia a través del propio mercado (Marx, 1992 (or 1867), pp.203-207). La presencia del trabajo como mercancía significó en gran medida la consumación del mercado como el espacio rector de las relaciones sociales de producción.
Esta conceptualización del mercado como resultado de un proceso histórico cambiará hacia 1874, cuando el economista francés León Walras (1831-1910) presenta su obra Éléments d’Économie Politique Pure ou Théorie de la Richesse Sociale. Como parte del movimiento teórico marginalista, la obra de Walras formuló uno de los preceptos más importantes de la economía teórica vinculados con el mercado: la idea del equilibrio general, del cual se derivó el principio de su capacidad para asignar recursos en el marco de una economía de competencia perfecta.
A través de un sistema de ecuaciones que determinan precios y cantidades se estableció un principio donde la suma de la demanda debía igualar a la suma de la oferta, determinando así un precio que garantiza el vaciado del mercado. La idea central del esquema conceptual fue que las fuerzas de la competencia conducen a un equilibrio entre la oferta y la demanda en cada mercado de manera simultánea, garantizando así el equilibrio y la interrelación de todas las actividades económicas (Nadal, 2010, pp.6-7). Se trata de una conceptualización del mercado que reafirma la perspectiva de otro economista francés clásico de principios del siglo XIX, Jean-Baptiste Say, quien formuló la idea de que la producción de bienes genera una demanda efectiva suficiente para comprar todos los bienes ofrecidos. Este principio, que es conocido como la ley de los mercados o ley de Say, se convirtió en una perspectiva hegemónica sobre el equilibrio del mercado hasta el estallido de la primera guerra mundial y la crisis de los años treinta del siglo XX (Galbraith, 2011, p.95).
El modelo de equilibrio general walrasiano representó uno de los núcleos duros del paradigma marginalista y, en gran medida, la formalización matemática de la ley de los mercados de Say, aunque construida bajo los parámetros de la llamada utilidad marginal como punto de partida analítico. León Walras junto con William Stanley Jevons (1835-1882) y Carl Menger (1840-1921) fueron los pensadores más importantes de este replanteamiento teórico. A Menger se le considera el fundador de la escuela austriaca, de la cual surgieron nuevas generaciones de estudiosos que comenzaron su cruzada a favor del mercado durante el periodo entre guerras como respuesta a la preponderancia de las economías planificadas, en las que el Estado comenzaba a tener el mayor peso económico. Entre estos pensadores destacan, por sus aportaciones a la conceptualización del mercado, Ludwig von Mises (1881-1973) y Friedrich von Hayek (1899-1992), defensores de las cualidades del mercado, críticos de la intervención gubernamental y responsables del cómo se entiende actualmente al mercado (Romero Sotelo, 2016, pp.15-21).
Ludwig von Mises publicó en 1922 el libro titulado Socialismo, en el cual hace una crítica al modelo económico socialista, con la Unión Soviética como principal referente. Lo más relevante de esta obra es la conceptualización de mercado que allí expone. Según Mises el socialismo es imposible porque busca eliminar el sistema de precios, y sin ellos no se puede organizar la vida económica porque no es posible saber qué es lo que necesitan las personas, “el precio es un signo que incorpora de manera automática toda esa información” (Escalante Gonzalbo, 2015, p.34). Por lo tanto, para Mises el mercado no es únicamente el espacio donde se da la circulación y el intercambio de mercancías, es también un mecanismo que permite procesar una cantidad de información que sería inmanejable bajo cualquier otra forma, y cuyo resultado son los precios. Esta definición de mercado es compartida por Friedrich Hayek, perspectiva a la que se suma la idea del orden espontáneo generado por la idea de un mercado que es eficiente y que ofrece “una forma singular de conocimiento, sin reflexión: automático. Un conocimiento total, que suma lo que en conjunto saben todos, pero que no sabe nadie.” (Escalante Gonzalbo, 2015, p.43). En ese sentido, desde la perspectiva de Hayek el mercado es más sabio que cualquier individuo o grupo humano, se funda en la justicia conmutativa, es decir, en el equilibrio tras el intercambio de bienes (Vergara Estévez, 2015, pp.179-193).
El mercado implica entonces un orden social espontáneo que hace posible la cooperación de individuos, este orden está basado en la reciprocidad de beneficios, por lo que Hayek propone denominar a este orden espontáneo del mercado como “una catalaxia”, guardando analogía con el término ‘cataláctica’, que se ha propuesto a menudo como un sustituto del término ‘económico’ (tanto ‘catalaxia’ como ‘cataláctica’ derivan del antiguo verbo griego katallattein que, significativamente, da el sentido no sólo de ‘traficar’ y ‘cambiar’ sino también de ‘admitir en la comunidad’ y ‘convertir de enemigo en amigo’) (Hayek, 1966, p.184). Si bien es cierto que, en esta perspectiva, la intervención estatal en los procesos estrictamente de mercado se considera perjudicial, se acepta que el Estado debe cumplir con ciertos objetivos que no son del todo posibles mediante el primero y que aseguran condiciones necesarias para su existencia y funcionamiento: seguridad, justicia, regulación monetaria, derechos de propiedad, los sistemas de contratos y estímulos a la competencia (Hayek, 1996 (or 1931), pp.45-53). Bajo esta perspectiva se ha concebido también la idea de una economía social de mercado, formulada por el ordoliberalismo alemán, que buscó garantizar condiciones sociales básicas a través del Estado y al mismo tiempo promover las virtudes del mercado.
Palabras relacionadas:
economía, ventaja absoluta y comparativa, balanza comercial, subdesarrollo, desigualdad.
Braudel, Fernand. (1984), Civilización Material, economía y capitalismo, siglos XV-XVIII, tomo II, Los Juegos del Intercambio, Madrid, Alianza Editorial.
Escalante Gonzalbo, Fernando (2015), Historia mínima del neoliberalismo, México, El Colegio de México.
Galbraith, John Kenneth (2011), Historia de la economía, Barcelona, Ariel.
Hayek, Friedrich A. (1996), Precios y Producción. Una explicación de las crisis de las economías capitalistas, Madrid, Unión Editorial, Colección Nueva Biblioteca de la Libertad.
Hayek, Friedrich A. (1966), Los Principios de un Orden Social Liberal. Trabajo presentado en el encuentro de Tokio de la Sociedad Mont Pelèrin, septiembre de 1966, disponible en: http://www.hacer.org/pdf/Hayek07.pdf
Marx, Karl (1992). El Capital, Tomo I/Vol.1, Libro Primero. El Proceso de Producción del Capital, México, Siglo XXI.
Marx, Karl (1992a). El Capital, Tomo I/Vol.3, Libro Primero. El Proceso de Producción del Capital, México, Siglo XXI.
Nadal, Alejandro (2010), El Concepto de Mercado, México, Instituto de Investigaciones Sociales, Conceptos y Fenómenos Fundamentales de Nuestro Tiempo, Universidad Nacional Autónoma de México. Versión electrónica: http://conceptos.sociales.unam.mx/conceptos_final/450trabajo.pdf
Ricossa, Sergio (1990), Diccionario de Economía, México, Siglo XXI.
Romero Sotelo, Ma. Eugenia (2016), Los Orígenes del neoliberalismo en México. La Escuela Austriaca, México, Fondo de Cultura Económica.
Smith, Adam (1958), Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones. Vigésima reimpresión, 2017, México, Fondo de Cultura Económica.
Vergara Estévez, Jorge (2015), Mercado y Sociedad. La Utopía Política de Friedrich Hayek, Chile, Corporación Universitaria Minuto de Dios, Centro de Pensamiento Humano y Social, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Chile. Versión electrónica: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20150604121247/Mercado.pdf
Acerca del autores
Juan Carlos Morales Soto. Licenciado en Economía por la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y especialista en Historia Económica (2021) por la Facultad de Economía de la UNAM con el ensayo: “El Impacto de la Estancia de Matías Romero en los Estados Unidos en su Proyecto de Reconstrucción de la Hacienda Pública Mexicana, 1868-1872”.
Omar Velasco Herrera. Doctor y maestro en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Licenciado en Economía y especialista en Historia Económica por la Facultad de Economía de la UNAM. Profesor Asociado C de tiempo completo en el área de historia económica, Facultad de Economía, UNAM. Sus líneas de investigación son la historia fiscal, bancaria y monetaria de México, siglos XIX y XX, así como la relación entre historia y teoría económica.
Autores: Omar Velasco Herrera y María Eugenia Romero Ibarra
La etimología de la palabra economía proviene del latín oeconomia, la cual deriva del griego oikonomía, es decir, oîkos (casa) y némein (administrar). La palabra apareció por primera vez en un diccionario de español en 1607, dentro de la obra Tesoro de las dos lenguas francesa y española. En el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española (RAE) apareció en 1732 y allí se refieren al término como: “Administración y dispensación recta y prudente de las rentas y bienes temporales: lo que comúnmente se dice régimen y gobierno en las casas y familias, para que no se desperdicie la hacienda,” esta última palabra debe ser entendida como “los bienes y riquezas que se poseen”.
En ese sentido, la palabra economía remitió a la idea de la aplicación adecuada (la administración) de los recursos que poseían las unidades familiares. No obstante, el uso de la palabra economía en conjunción con la idea de hacienda se haría extensivo a las finanzas de los imperios para referirse a los recursos con los que estos contaban, además de la estructura político-administrativa de recaudación de ingresos, ejercicio del gasto y la consecución de deuda, es decir, lo que hoy día identificamos con los aspectos fiscales. Por ello, con el paso del tiempo, la palabra economía acabó ligándose también con el proceso de construcción de lo nacional, de allí que la palabra se use también para referirse al entramado productivo y material de una entidad política y jurisdiccional a la que comúnmente llamamos economía nacional.
El contexto bajo el cual el término economía fue ganando esta acepción tiene que ver con un proceso vinculado con los cambios que se gestaron desde finales del siglo XV, cuando el continente americano se integró al comercio mundial de larga distancia. La irrupción de una gran cantidad de mercancías de origen americano transformó el consumo y la producción en Europa, Asia y África. Esta disrupción conocida como revolución comercial provocó también el fortalecimiento de los comerciantes como actores políticos y sociales dentro de las monarquías europeas.
El interés de los estados monárquicos se identificó con el de los grupos de comerciantes en la búsqueda de territorios, rutas comerciales y el control del flujo de mercancías y metales preciosos. Las finanzas y haciendas de los imperios quedaron ligadas al quehacer de los mercaderes, el bienestar de estos se identificó con el de la nación y emergieron en el mundo occidental maneras de explicar, justificar y darle sentido a las transformaciones materiales que se estaban dando en el mundo. La economía, entendida como parte de la construcción del Estado en su sentido político, tomó la forma de una serie de medidas, recomendaciones y perspectivas para promover la bonanza del conjunto imperial-nacional. Esto dio orígen a la Economía Política como disciplina del conocimiento humano, lo que terminó convirtiéndose en lo que hoy conocemos como teoría económica.
En España, por ejemplo, durante el siglo XVII surgió el arbitrismo, una manifestación intelectual que daba cuenta de cómo las necesidades económicas del imperio se habían convertido en una parte importante de la reflexión pública. Los memoriales escritos por los arbitristas eran documentos en donde se daban a conocer arbitrios, es decir, propuestas encaminadas a incrementar los ingresos de la Real Hacienda, comúnmente medidas de orden tributario. Esta práctica fue más allá de lo hacendario para darle vida a un corpus de obras en torno al pensamiento económico, político y social con una perspectiva reformista impregnada de ideas como la de recuperación, aludiendo a la necesidad de rescatar una España floreciente en términos materiales (García Guerra, 2006, p. 183). De allí que la palabra economía también esté desde estos momentos vinculada con la idea de crecimiento, prosperidad y generación de riqueza. Esto será mucho más claro a partir de la expansión comercial, la cual tuvo en el denominado mercantilismo uno de sus ecos explicativos.
Desde el mercantilismo, la concepción de economía dio cuenta de tres cosas, primero, las realidades específicas de los contextos desde los cuales se pensó lo económico; segundo, la relevancia del comercio y de los comerciantes en el entramado político de esas realidades; tercero, la economía mercantil empezó a ser vista en función de la producción de mercancías y no sólo desde el mero intercambio. Si bien no existe una teoría unificada en torno a cómo pensar lo económico desde la tradición mercantilista, se considera que los planteamientos de Philipp Wilhelm von Hornick son lo más cercano a un manifiesto doctrinal. Los principios económicos promovidos por este autor fueron: “que cada pulgada del suelo de un país se utilice para la agricultura, la minería o las manufacturas; que todas las materias primas que se encuentren en un país se utilicen en las manufacturas nacionales, porque los bienes acabados tienen un valor mayor que las materias primas; que se fomente una población grande y trabajadora; que se prohíban todas las exportaciones de oro y plata y que todo el dinero nacional se mantenga en circulación; que se obstaculicen tanto cuanto sea posible todas las importaciones de bienes extranjeros” (Ekelund y Hébert, 2005, pp.44-45).
Fue durante la segunda mitad del siglo XVIII cuando un grupo de pensadores empezaron a vincular de manera mucho más directa y sistemática los aspectos de índole social con la configuración del fenómeno mercantil. Envueltos en la tradición ilustrada, la economía comenzó a entenderse como un sistema en donde el orden natural de la sociedad dependía del intercambio, es decir, de la transformación de la producción en mercancías, del intercambio y del espacio en el que este se realiza: el mercado. Este fue uno de los legados de los fisiócratas, los primeros en la historia del pensamiento económico en autodenominarse como economistas. En la voz de François Quesnay, el más sobresaliente de sus representantes, la economía aparece como un sistema en donde “nadie que viva en sociedad provee a todas sus necesidades con su trabajo, pero obtiene lo que le falta con la venta de lo que su trabajo produce” (Napoleoni, 1981, p.18). Por ello, una de las piedras angulares montadas por los fisiócratas fue la idea de que en este sistema se produce un excedente, al que denominaron producto neto, el cual, desde su posición teórica y política era producido únicamente en la actividad agrícola. Así, la economía, entendida como un sistema, giraba en torno a la clase social propietaria de la tierra, la nobleza.
Este planteamiento abre el camino a Adam Smith cuya obra Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, publicada en 1776, es considerada fundacional de la Economía entendida como disciplina y específicamente se referirá a ella como Economía Política, otorgándole un peso importante a los aspectos políticos y sociales. De este modo, en palabras del filósofo escocés la Economía Política era “una rama de la ciencia del hombre de estado o legislador” (Rodríguez Braun, 1994, p.13). Al igual que el mercantilismo, los planteamientos de la Economía Política tenían como horizonte incidir en las decisiones de Estado, por lo que se mantiene la acepción de economía como un símil del bienestar de la nación. Por ello resulta revelador que el título del libro de Smith haga referencia a la riqueza de las naciones y que una de sus principales contribuciones sea explicar qué es la riqueza, una definición que en gran medida es un acercamiento a lo que se entendería en la época como economía:
El hecho de que aparezca la categoría trabajo como un eje de la explicación teórica de Smith da cuenta de que su punto de partida para explicar lo económico era el proceso de producción, y en específico de la producción de objetos dirigidos al intercambio en el mercado, de allí que también esté presente la noción de consumo, así como la idea del intercambio con “otras naciones”, es decir, el sector externo.
De este modo, lo que Adam Smith estaba planteando, al igual que sus predecesores los fisiócratas, era que la economía debía ser concebida como un sistema de interrelaciones sociales en donde interactúan dimensiones que hoy día denominaremos variables económicas: producción, consumo e intercambio.
El excedente de la producción derivada del despliegue del trabajo humano se convirtió en uno de los puntos centrales de la Economía Política clásica. La forma mediante la cual se aumenta ese fondo de suministro anual de cosas necesarias para la vida también es abordada por Smith: el fomento a la división del trabajo y, como consecuencia, la amplitud y tamaño de los mercados.
En 1817 David Ricardo marcó un salto importante en el desarrollo de lo que se entendería por Economía Política durante el siglo XIX. Su contribución fue fundamental pues puso en la mesa de discusión el tema de la distribución del “producto”, es decir, de aquel fondo de suministro del que hablaba Smith. Para Ricardo el producto se reparte entre tres clases sociales: el propietario de la tierra, el dueño del capital y los trabajadores. A cada una le corresponde una porción del producto: la renta, las utilidades y los salarios. En ese sentido “la determinación de las leyes que rigen esta distribución es el problema primordial de la economía política” (Ricardo, 1959 (or 1817), p.5). Así pues, economía, entendida desde la vertiente de la Economía Política clásica debía entenderse como un conjunto de elementos políticos y sociales que se encuentran detrás del fenómeno de la distribución.
La perspectiva ricardiana abrió paso a la crítica de la economía política, la cual puso en el centro de la discusión la idea del conflicto entre las clases que participan de esta distribución. Por ello, se puede sostener que Karl Marx es heredero del edificio conceptual ricardiano, su planteamiento lo lleva a la formulación de una teoría de la explotación del trabajo, la cual quedó engarzada al planteamiento de una tendencia decreciente de la tasa de ganancia y al de la crisis como rasgo inmanente al capitalismo. De este modo, Marx deja claro que el orden económico de corte capitalista no es permanente por la existencia de fuerzas sociales de cambio y transformación: el capitalismo no ha sido la única forma de organización productiva y por tanto no tiene por qué ser inmutable. La economía como concepto va abrevando de estos planteamientos, se transforma y se va llenando de contenido bajo la forma de problemáticas como el desempleo, la precarización laboral, las crisis financieras, pero también de cuestiones como la expansión y el crecimiento. En ese sentido, resulta revelador lo que Friedrich Engels escribe en 1886 como parte del Prólogo de El Capital a la edición en inglés, pues en él muestra cómo los elementos que explican a la Economía Política debían ser entendidos bajo una perspectiva histórica y dinámica:
Una vez más, la economía aparece como un conjunto sistémico de variables las cuales, dentro del plan argumentativo de la crítica de la economía política, buscaron explicar como un todo a la dinámica y los orígenes de la extracción de aquel producto no retribuido: el plusvalor, la plusvalía o plus-producto. La Economía Política debía develar las leyes de la acumulación de capital y sus contradicciones, entre ellas, la de la explotación del trabajo. En medio del bullicio causado por una concepción de economía que convirtió los principales postulados del pensamiento clásico en misiles en su contra, aparecerán acercamientos que buscarán explicaciones distintas y a concebir a la economía desde otra perspectiva. Entre 1870 y 1871 aparecen las obras de Karl Menger, William Stanley Jevons y León Walras, personajes considerados los padres del marginalismo. Para esta corriente la economía tiene su punto de partida en el consumo de mercancías, no en la producción ni en la distribución como había sostenido la Economía Política clásica. El consumo como fenómeno económico genera utilidad (satisfacción) y por tanto el valor de las mercancías depende de un aspecto subjetivo: el de la utilidad marginal. Esta decrece conforme consumimos más de una mercancía y, por tanto, los seres humanos tomamos decisiones económicas en función de este aspecto y de los precios, es decir, de la oferta y la demanda, de las señales del mercado.
La Economía Política, sostiene William Stanley Jevons, “descansa sobre unos pocos conceptos de carácter aparentemente sencillo. Utilidad, riqueza, valor, mercancía, trabajo, capital, son los elementos de la materia y cualquiera que posea una comprensión cabal de su naturaleza debe tener o ser capaz de adquirir con prontitud un conocimiento de la ciencia… es al tratar los elementos simples cuando requerimos el máximo cuidado y precisión, puesto que el menor error de concepto puede viciar todas nuestras deducciones.” (Jevons, 1998 (or 1871), p.67). Bajo esta premisa, Jevons prosigue su exposición para mostrar el cambio conceptual que sufrirá la Economía Política: “la reiterada reflexión y la investigación me han conducido a la en cierto modo novedosa opinión de que el valor depende enteramente de la utilidad. Las opiniones dominantes consideran el trabajo antes que la utilidad como el origen del valor… Yo muestro, por el contrario, que basta con perfilar cuidadosamente las leyes de la variación de la utilidad, como dependiente de la cantidad de mercancías en nuestro poder, para llegar a una teoría del intercambio satisfactoria, de la cual las leyes ordinarias de la oferta y la demanda son una consecuencia necesaria” (Jevons, 1998 (or 1871), p.67).
El enfoque marginalista marcó un giro tan importante que la disciplina dejará de llamarse Economía Política, para ser conocida simple y sencillamente como Economía. En ese sentido, el lenguaje diagramático, matemático, con funciones de producción y relaciones causales del que se empezó a hacer uso fue producto del esfuerzo intelectual de Alfred Marshall, quien publicó en 1890 los Principles of economics, texto que fue responsable de la didáctica mediante la cual se enseña economía actualmente. En esta obra Marshall sostiene que la “Economía política o economía [en la versión en inglés Political Economy or Economics] es el estudio de la humanidad en los asuntos ordinarios de la vida; examina la parte de la acción individual y social que está más estrechamente relacionada con la consecución y el uso de los requisitos materiales para el bienestar. Por tanto, es por un lado el estudio de la riqueza; y por el otro, y más importante, una parte del estudio del hombre” (Marshall, 1920, p.1).
En 1936 John Maynard Keynes sostuvo en la Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero que la economía se había dividido hasta entonces en dos ramas: “la teoría del valor y la distribución por una parte y teoría del dinero por la otra” , división que él consideraba falsa. Keynes sugería que la verdadera dicotomía de la economía debía ser “entre la teoría de la industria o firma individual y las remuneraciones y distribución de una cantidad dada de recursos entre diversos usos por una parte y la teoría de la producción y la ocupación en conjunto por la otra” (Keynes, 2003 (or 1936), p.282). Bajo este planteamiento de la economía como el análisis, por un lado, de la industria individual y por el otro de los determinantes de la producción y de la ocupación, en realidad lo que Keynes estaba planteando era la división actual de la disciplina (Economics) en microeconomía (microeconomics) y macroeconomía (macroeconomics), segmentación analítica que hasta la fecha se mantiene vigente.
Finalmente, en el influyente manual escrito por Paul Samuelson y William Nordhaus, titulado Economía (Economics), los autores sostienen que la economía se ha expandido a tal grado que abarca una gran variedad de temas: el estudio de la fijación de precios, la conducta de los mercados financieros, las consecuencias de la intervención del Estado, la distribución del ingreso, la influencia del gasto público, las oscilaciones en el desempleo, el ciclo económico, los patrones de comercio y el crecimiento. No obstante, consideran que la definición que condensa todas estas temáticas y que toca un tema común a todas ellas es la siguiente: “La Economía es el estudio de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir mercancías valiosas y distribuirlas entre los diferentes individuos” (Samuelson y Nordhaus, 1996, p.4). Se trata de una definición que se ha convertido en parte del mainstream teórico y que además de condensar los temas sugeridos por Samuelson y Nordhaus engloba un proceso histórico de transformación en la vida material de la humanidad.
Ekelund, Robert B. y Robert Hébert (2005), Historia de la teoría económica y su método, México, McGrawHill, tercera edición.
Engels (1999), “Prólogo de Engels a la edición inglesa” en Marx, Carlos, El Capital. Critica de la economía política, México, FCE.
García Guerra, Elena (2006), “Entre la teoría y la práctica: el pensamiento arbitrista castellano durante la Edad Moderna” en V Jornadas Científicas Sobre Documentación de Castilla e Indias en el siglo XVII, Madrid, Universidad Complutense de Madrid. https://www.ucm.es/data/cont/docs/446-2013-08-22-8%20entre.pdf
Jevons, William Stanley (1998), La Teoría de la Economía Política, Madrid, Pirámide.
Keynes, John M. (2003), Teoría General de la Ocupación, el interés y el dinero, México, FCE.
Marshall, Alfred (1920), Principles of Economics, Nueva York, Palgrave.
Ricardo, David (1959), Principios de Economía Política y Tributación, México, FCE
Rodríguez Braun, Carlos (1994), “Estudio preliminar”, en Smith, Adam, La Riqueza de las Naciones, Madrid, Alianza Editorial.
Samuelson Paul y William D. Nordhaus (1996), Economía, Madrid, McGraw-Hill.
Smith, Adam (1994), La Riqueza de las Naciones, Madrid, Alianza Editorial.
Acerca de los autores
María Eugenia Romero Ibarra. Profesora Titular C, Tiempo Completo, adscrita al campo de conocimiento de Historia Económica de la División de Estudios de Posgrado, Facultad de Economía, UNAM. Doctora en Historia por la UNAM, profesora-investigadora desde hace 46 años de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía-UNAM. Imparte clases en la licenciatura, la maestría y el doctorado. Sus líneas de investigación son los estudios empresariales, así como la historia bancaria y financiera. También se ocupa de estudiar teorías y métodos de la historia económica, así como los cambios de paradigma en la disciplina.
Omar Velasco Herrera. Doctor y maestro en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Licenciado en Economía y especialista en Historia Económica por la Facultad de Economía de la UNAM. Profesor Asociado C de tiempo completo en el área de historia económica, Facultad de Economía, UNAM. Sus líneas de investigación son la historia fiscal, bancaria y monetaria de México, siglos XIX y XX, así como la relación entre historia y teoría económica.
En 1754 Jean Jacques Rosseau escribió el “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”. El texto era una respuesta al debate iniciado por Voltaire y Hobbes respecto a la naturaleza del hombre y de su rol en la sociedad. Rousseau distinguía dos tipos de desigualdad. La desigualdad natural tenía que ver con la constitución física de los seres humanos, edad, salud, corpulencia, y espíritu. Rousseau consideraba que esta desigualdad natural y sus causas no debían ser objeto de especulación filosófica. Los autores que teorizaron sobre ella habían proyectado el mundo social sobre la naturaleza: “Hablaban del hombre salvaje, pero pintaban al hombre civil”. El segundo tipo de desigualdad, y aquella que podía ser justamente estudiada, era la desigualdad moral o política. Ésta se trataba de una convención humana que otorgaba privilegios de diverso tipo a ciertos individuos “en perjuicio de otros”. Estos privilegios eran: “ser más ricos, más distinguidos, más poderosos o, incluso, hacerse obedecer” (Rousseau, 1754, p.18).
El discurso de Rousseau fue muy influyente en la Revolución Francesa, no obstante, sigue delineando las claves sobre las cuales se estudia la desigualdad a nivel global. Hay tres elementos que son clave en estos estudios. En primer lugar, una tipología que define la desigualdad en clave de mesura discernible: desigualdad de riqueza, desigualdad de estatus y desigualdad de poder. Esta tipología asume que la misma característica, riqueza, estatus y poder, se encuentra distribuida en la sociedad, pero concentrada en unos pocos. En segundo lugar, define otro tipo de desigualdad, la funcional, en la cual la relación entre dos partes implica una inequidad dada por la existencia de una característica: mandar requiere la existencia de su contraparte, obedecer. Finalmente, el discurso marca un debate crucial: la desigualdad, sea de grado o de cualidad, es siempre en perjuicio de otros.
El concepto de desigualdad no formó parte de los debates de los primeros siglos de existencia de la Economía Política y se encontraban, en cambio, más preocupados por la propiedad como fuente de la distribución de la riqueza. “Donde hay gran propiedad hay gran desigualdad” sostenía Smith “la afluencia de los pocos supone la indigencia de los muchos.” Esa era la razón por la cual existían gobiernos y sistemas de leyes, para proteger a propietarios de sus enemigos. La exclusividad de la propiedad aparecía como la fuente de la desigualdad de grado de riqueza: “por cada hombre muy rico debe haber cuando menos quinientos pobres” aseguraba Smith (1776, p.947)
David Ricardo y Karl Marx continuaron dicha tradición que separaba la desigualdad de riqueza con base en la propiedad de factores funcionales en la producción. Ricardo no utilizó el término en sus escritos, y Marx estaba más preocupado por uno de los aspectos que hacían relevante la desigualdad de grado, a saber, el de la explotación. El concepto de explotación, o de extracción del excedente, implicaba una dinámica entre diversos tipos de desigualdad. La desigualdad de riqueza, basada en la propiedad, otorgaba una desigualdad funcional, la capacidad de mando o de ser obedecido por la fuerza de trabajo, lo que perpetuaba a su vez la desigualdad de grado. Los trabajos de Marx, aunque no directamente interesados en las desigualdades enumeradas por Rousseau, plantearon el mecanismo que hacía posible la reproducción de estas más allá del contrato social: la circulación del capital.
Hasta entonces, las definiciones de desigualdad se basaban en el análisis de variables estáticas (o stocks) y no de variables de flujo. En 1905, Edwin Cannan analizó el problema de la distribución, pero renombró la distribución como “división” y a “la riqueza” como “ingreso”. Este tránsito a variables de flujo tuvo como origen el cálculo de los ingresos nacionales por parte de los estados de sus poblaciones. En la crítica hacia la teoría económica clásica y neoclásica, Cannan sostenía que hasta entonces sólo se habían preocupado por los mecanismos de distribución, pero no por sus términos. Cannan sostenía que no sólo los precios relativos de los factores eran relevantes, sino sus montos totales y la proporción que ocupaban en la distribución del excedente. Dichos ejercicios estadísticos, consideraba, eran relevantes para proponer soluciones políticas de división del ingreso, a lo que volvió a llamar “desigualdad”. Para Cannan, como para la mayoría de los economistas clásicos, la desigualdad era un mal necesario, pero hay muchas buenas razones para suponer que es más grande que necesario” (Cannan, 1905, p. 368).
El planteamiento de Cannan fue el primero, dentro del campo de la Economía, que planteó el término de “desigualdad del ingreso”. Esta es diferente de la desigualdad de riqueza, en tanto que una es un flujo y la otra es un stock, pero aún resultaba difícil darle sentido sin consideraciones globales del ingreso. Durante el siglo XIX Gran Bretaña había implantado, de manera intermitente, el primer impuesto sobre la renta, lo cual permitió tener datos sobre ingresos a nivel individual mayores a 150 libras, de este modo, la mayoría de los países europeos adoptaron esta medida antes o durante la Primera Guerra Mundial. Estos datos fueron usados por Arthur Bowley, quien realizó la primera estimación de la división del ingreso en Gran Bretaña en 1920, mientras que por su parte, el economista menchevique Sergei Prokopovich, logró la estimación de la distribución del ingreso nacional ruso en 1924 (Prokopovich, 1924; Bowley, 1920).
No obstante, la discusión actual sobre la desigualdad llegó durante la década de 1950 de la mano del economista bielorruso Simon Kuznets. En 1931 Kuznets quedó a cargo de diseñar la primera medición de ingreso nacional en Estados Unidos dentro del National Bureau of Economic Research (NBER), poniendo en marcha una metodología que fue muy influyente en el diseño de las cuentas nacionales a nivel mundial. De este modo, en la década de 1950 usó las nuevas mediciones del producto a nivel nacional en conjunto con las mediciones tradicionales de distribución del ingreso basadas en los cálculos de impuestos en Estados Unidos. En el planteamiento de Kuznets la desigualdad crece conforme incrementa el ingreso per cápita, esto debido a inequidades distributivas entre los diferentes sectores de la población. No obstante, se estabiliza y después cae ante mayores niveles de ingreso per cápita resultado de la urbanización y movimientos de la fuerza de trabajo. Este movimiento, en el cual el crecimiento primero empuja a la desigualdad hacia arriba y luego la disminuye, ha sido llamado “la curva de Kuznets” (Kuznets, 1934, 1952 y 1955; Kuznets y Jenks, 1953).
El paradigma kuznetsiano fue dominante en los estudios sobre desigualdad hasta las décadas de 1980 y 1990, años en los que fueron desplazados por los estudios sobre pobreza. En todo caso, las conclusiones de Kuznets se mantuvieron intactas en la economía occidental y convencional hasta los trabajos de los economistas franceses Thomas Piketty y Emmanuel Saez, quienes realizaron un trabajo para el NBER recalculando la desigualdad de largo plazo en Estados Unidos entre 1913 y 1998. A diferencia de otros estudios de desigualdad, homogeneizaron los datos para casi un siglo y se concentraron en los ingresos de los cuantiles mayores del ingreso. En la nueva estimación mostraron una caída de la desigualdad en los años analizados por Kuznets, pero una revitalización de la desigualdad a partir de la década de 1970 (Piketty y Saez, 2001). En los siguientes años, Piketty y sus colaboradores han repetido el ejercicio para diversas economías occidentales, obteniendo resultados similares a largo plazo.
Así pues, el campo de estudio de la desigualdad se ha expandido tanto en Ciencias Sociales como en Historia. Actualmente existen estudios de desigualdad que van desde la psicología experimental a modelos de equilibrio general; desde estudios arqueológicos a estudios de big data sobre redes sociales. Aunque el análisis de la desigualdad en torno al ingreso sigue siendo dominante, se han incrementado los estudios que toman en cuenta las desigualdades alrededor del estatus, en especial aquellos que analizan la meritocracia así como la desigualdad de poder. Sin embargo, la mayoría de los estudios sigue analizando la desigualdad en una sola dimensión: alrededor del grado y flujo de ingreso. Los análisis de las desigualdades de estatus y poder siguen siendo minoritarios, incluso puede decirse que la desigualdad vista desde la riqueza se mantiene poco estudiada, más aún, las desigualdades funcionales son reducidas en muchas ocasiones a desigualdades de ingreso. De este modo, persisten las problemáticas identificadas desde la economía clásica en donde la propiedad aparece como la fuente de la desigualdad material y la de corte funcional como una relación entre trabajadores y propietarios. Esto implica que la desigualdad no es simplemente la inequidad entre individuos, sino producto de relaciones sociales. Los privilegios, como observaban Rousseau y Smith, siempre suponen el perjuicio de las mayorías.
Palabras relacionadas:
Subdesarrollo, impuesto, ventaja absoluta y comparativa, pensamiento clásico.
Alacevich, Michele y Anna Soci (2017), Inequality: A short history, Washington DC, Brookings Institution Press. Bowley, Arthur Lyon (1920), The change in the distribution of the national income, 1880-1913, Oxford, Clarendon Press.
Disponible en: http://www.piketty.pse.ens.fr/files/Bowley1920.pdf Cannan, Edwin (1905), “The division of income” en The Quarterly Journal of Economics 19, no. 3, pp. 341-369.
Kuznets, Simon y Elizabeth Jenks (1953), “Shares of upper income groups in savings” en Shares of upper income groups in income and savings, NBER, pp. 171-218.
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Piketty, Thomas y Emmanuel Saez (2001), Income Inequality in the United States, 1913-1998 (series updated to 2000 available), NBER, Working Paper No. w8467. Disponible en https://www.nber.org/system/files/working_papers/w8467/w8467.pdf
Rousseau, Jean Jacques (1754), Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes, Québec, Classiquez Ucaq. Disponible en: http://classiques.uqac.ca/classiques/Rousseau_jj/discours_origine_inegalite/origine_inegalite.html
Smith, Adam (1776), An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations, Londres, ElecBook classics, p. 947.
Israel García Solares
Licenciado y maestro en economía por la Facultad de Economía de la UNAM. Maestro y doctor en Historia por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Se ha desempeñado como profesor y tutor de la Especialización en Historia Económica, Programa Único de Especializaciones en Economía del Posgrado en Economía de la UNAM. En 2018 recibió la beca de investigación Fulbright-García Robles y la Charles Redd Fellowship Award. Ha sido académico visitante en las Universidades de Utah, Brigham Young, Notre Dame, California-San Diego y Harvard. Actualmente es investigador posdoctoral en la Universidad de Notre Dame.